Un espacio destinado a fomentar la investigación, la valoración, el conocimiento y la difusión de la cultura e historia de la milenaria Nación Guaraní y de los Pueblos Originarios.

Nuestras culturas originarias guardan una gran sabiduría. Ellos saben del vivir en armonía con la naturaleza y han aprendido a conocer sus secretos y utilizarlos en beneficio de todos. Algunos los ven como si fueran pasado sin comprender que sin ellos es imposible el futuro.

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jueves, 29 de agosto de 2024

El Capitalismo mata el planeta



La «Flor de las Indias», como las llamó Marco Polo (las 1.200 islas e islotes de coral desperdigadas por el Océano Índico conocidas como Islas Maldivas), con sus 250.000 habitantes (hoy día paraíso turístico), están condenadas a desaparecer bajo las aguas oceánicas en un lapso no mayor de 30 años si continúa el calentamiento global y el consecuente derretimiento de casquetes polares y glaciares. Lo tragicómico es que sus habitantes no han vertido prácticamente un gramo de agentes contaminantes. La globalización es un proceso no sólo económico. Extremando el concepto, donde más podemos verla (sufrirla) es en la perspectiva ecológica que trae el nuevo modelo de producción industrial surgido hace doscientos años. La globalización, en términos estrictos, es ante todo la mundialización de los problemas medioambientales, de los que nadie, en ningún punto del globo, puede sustraerse.

Por Marcelo Colusi

La solución a esa degradación de nuestra casa común, que desde hace algunos años se viene dando con velocidad vertiginosa, es más que un problema técnico: es político, y no hay ser humano sobre la faz del planeta que no tenga que ver con él. Así como nadie escapa a la publicidad comercial, así, mucho más aún, nadie escapa al efecto invernadero negativo, a la lluvia ácida, a la desertificación y a la falta de agua potable; en ningún área del quehacer humano puede verse más claramente la globalización que en el campo de la ecología. Y en ningún campo de acción en torno a grandes problemas humanos se encuentran respuestas más globalizadas que en lo tocante a nuestro compartido desastre medioambiental. Un habitante de las Maldivas, consumiendo 100 veces menos que un estadounidense o un europeo, está tanto o más afectado que ellos por los modelos de desarrollo depredadores que envuelven a toda la humanidad. O nos salvamos todos, o no se salva nadie.
Podríamos considerar el desastre ecológico como consecuencia de factores exclusivamente técnicos, solucionables también en términos puramente tecnológicos (reemplazar los vehículos de combustión interna alimentados por derivados del petróleo por vehículos eléctricos, por ejemplo). Pero la tecnología es un hecho altamente político. Si nuestra forma de concebir la productividad del trabajo se da en el marco del actual modelo de desarrollo (sin dudas contrario al equilibrio ecológico), ello es, ante todo, un hecho político, un hecho que nos habla de cómo establecemos las relaciones sociales y con el medio circundante.
La industria moderna ha transformado profundamente la historia humana. En el corto período en que la producción capitalista se enseñoreó en el mundo -dos siglos, desde la británica máquina de vapor de James Watt en adelante- la humanidad avanzó técnicamente lo que no había hecho en su ya dilatada existencia de dos millones y medio de años. Puede saludarse ese salto adelante como un gran paso en la resolución de ancestrales problemas: desde que la tecnología se basa en la ciencia que abre el Renacimiento europeo, con su visión matematizable del mundo, se han comenzado a resolver cuellos de botella. La vida cambió sustancialmente con estas transformaciones, se hizo más cómoda, menos sujeta al azar de la naturaleza. No por ello saludamos alegres al capitalismo; en todo caso, podemos saludar a la ciencia.
De todos modos, esa modificación en la productividad no dio como resultado solamente un bienestar generalizado. Concebida como está, la producción es, ante todo, mercantil. Lo que la anima no es sólo la satisfacción de necesidades, sino el lucro. Más aún: la razón misma de la producción pasó a ser la ganancia; se produce para obtener beneficios económicos. A partir de esta clave esencial puede entenderse la historia que transcurrió en este corto tiempo desde la máquina de vapor de mediados del siglo XVIII a nuestros días; la historia del capitalismo (europeo primero, norteamericano luego, igualmente el japonés o el de cualquier país del mundo, sea muy desarrollado o precario) no es otra cosa que la obsesiva búsqueda del lucro, no importando el costo. Si para obtener ganancia hay que sacrificar pueblos enteros, diezmarlos, esclavizarlos, e igualmente hay que depredar en forma inmisericorde el medio natural, ello no cuenta. La sed de ganancias no mide consecuencias.
Es así que se «inventan» necesidades, cosas superfluas, que luego terminan normalizándose, y el circuito de la producción y el consumo no se detiene nunca. «Lo que hace grande a este país [Estados Unidos] es la creación de necesidades y deseos, la creación de la insatisfacción por lo viejo y fuera de moda» manifestó el gerente de la agencia publicitaria estadounidense BBDO, de las mayores del mundo. Esa «cultura» impuesta ha hecho de la sed de novedades un poderosísimo motivador, por lo que a diario nos encontramos con nuevos productos en todos los ámbitos. La producción humana, hoy día enmarcada enteramente en la lógica capitalista, encuentra ahí un lugar perfecto para desarrollarse, y la creación de «cosas nuevas» destinadas al mercado no cesa, creando de continuo nuevas necesidades que se van tornando imprescindibles. Lo terrible en todo ello es que se depreda innecesariamente la naturaleza en búsqueda de recursos, de materias primas, y dado el consumo monumental, las montañas de basura no cesan y crecen gigantescas, contaminando todo.
Actualmente, dos siglos después de puesto en marcha ese modelo de producción, la humanidad en su conjunto paga las consecuencias. ¿Merecen los habitantes de las Maldivas desaparecer bajo las aguas porque en Los Ángeles, Estados Unidos, hay un promedio de un automóvil de combustión interna por persona que arroja dióxido de carbono, o porque los ciudadanos estadounidenses, económicamente más privilegiados que otros humanos, consumen 150 litros diarios de agua, 120 más de lo necesario? ¿Se merece cualquier habitante del planeta tener 13 veces más riesgo de contraer cáncer de piel a partir del adelgazamiento de la capa de ozono que cien años atrás por el hecho de tener cerveza fría en la refrigeradora? ¿Es éticamente aceptable que un perrito de un hogar del «civilizado» Primer Mundo consuma un promedio anual de carne roja superior al de un habitante del Sur o que tenga servicios psicológicos mientras en otros países faltan vacunas, o comida?
Aunque hay alimentos en cantidades inimaginables, viviendas cada vez más confortables y seguras, comunicaciones rapidísimas, expectativas de vida más prolongadas, más tiempo libre para la recreación, etc., etc., la matriz básica con que el capitalismo se plantea el proyecto en juego no es sustentable a largo plazo: importa más la mercancía y su comercialización que el sujeto para quien va destinada. Si realmente hubiera interés en lo humano, en el otro de carne y hueso que es mi igual, nadie debería pasar hambre, ni faltarle agua, ni sufrir con enfermedades que la técnica actual está en condiciones de vencer. En definitiva, se ha creado un monstruo; si lo que prima es vender, la industria relega la calidad de la vida como especie en función de seguir obteniendo ganancia. Para que 15% de la humanidad consuma sin miramientos, un 85% ve agotarse sus recursos. Y el planeta, la casa común que es la fuente de materia prima para que nuestro trabajo genere la riqueza social, se relega igualmente. Consecuencia: el mundo se va tornando invivible. Peligroso, sumamente peligroso incluso.
La cada vez más alarmante falta de agua dulce, la degradación de los suelos, los químicos tóxicos que inundan el planeta, la desertificación, el calentamiento global (para algunos científicos ya es ebullición global), el adelgazamiento de la capa de ozono, el efecto invernadero negativo, los desechos atómicos presentes en tierra, aire y agua, son todos problemas de magnitud global a los que ningún habitante de la humanidad en su conjunto puede escapar. Todo ello es, claramente, un problema político y no solo técnico. Por tanto es en la arena política -las relaciones de poder, las relaciones de fuerza social entre los diferentes grupos, o mejor dicho, entre clases sociales- donde puede encontrar soluciones.
En el Foro Mundial de Ministros de Medio Ambiente reunido en la ciudad de Malmoe, Suecia, en mayo del 2000 en el marco del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), se reconoció en la llamada Declaración de Malmoe que las causas de la degradación del medio ambiente global están inmersas en problemas sociales y económicos tales como la pobreza generalizada, los patrones de producción y consumo no sustentables, la desigualdad en la distribución de las riquezas y la carga de la deuda externa de los países pobres. Lo tristemente terrible en este caso es que, aunque académicamente se pueda saber todo esto, y expresar en términos de corrección política, en la realidad político-social concreta estas declaraciones no tienen ningún impacto, pues el mundo se sigue manejando en torno a la forma en que se distribuyen los poderes. Está claro que quienes más poder detentan (para el caso: el gobierno de Estados Unidos), terminan haciendo caso omiso de esas muy correctas declaraciones. La asimetría en el poder marca la dinámica global, y esa diferencia puede hacer uso de la fuerza bruta (militar) para mantener el estado de cosas.
No es pensable un uso de fuerza militar por parte de las Islas Maldivas contra la gran potencia norteamericana; pero sí lo contrario. Hasta incluso parecería «normal». ¿Hasta cuándo vamos a permitir eso?
En otros términos, vemos que la destrucción del medio ambiente responde a causas eminentemente humanas, a la forma en que las sociedades se organizan y establecen las relaciones de poder; en definitiva: a motivos políticos. El modelo industrial surgido con el capitalismo y con la ciencia occidental moderna, además de producir un salto tecnológico sin precedentes (quizá más que la aparición de la agricultura, que la conquista del fuego o que la invención de la rueda) generó también problemas de magnitud descomunal. El poder de destrucción -y de autodestrucción- alcanzado por la especie humana creció también en forma exponencial, por lo que las posibilidades de autodesaparecernos son cada vez más grandes. Valga agregar que la totalidad del poder atómico con fines militares generado en la actualidad -alrededor de 12.000 ojivas nucleares, cada una de ellas equivalente a 30 bombas de las arrojadas sobre Hiroshima- posibilitaría generar una explosión tan grande cuya onda expansiva llegaría hasta la órbita de Plutón; proeza técnica, sin dudas, pero que no termina con el hambre ni con tantas penurias solucionables.
En otros términos: el desprecio moderno por el medio ambiente que nos lega el capitalismo surgido en Europa, ahora absolutamente globalizado, se ha instalado con una soberbia aterradora. Los esquemas que utilizaron las primeras experiencias socialistas no le dieron un mejor trato a nuestra común, el planeta Tierra, que lo que le dio el capitalismo. Es de esperarse que China, siempre con su planteo de «socialismo a la china», pueda generar otra cultura medioambiental. Todo indica que va en ese camino.
Esa voracidad empresarial que ve el medio ambiente natural solo como cantera a explotar reafirma que Occidente y la idea de desarrollo que ahí se gestó, están en franca desventaja con otras culturas (orientales, americanas prehispánicas, africanas) en relación a la cosmovisión de la naturaleza, y por tanto al vínculo establecido entre ser humano y casa común, que sería nuestro planeta. El desastre ecológico en que vivimos no es sino parte del desastre social que nos agobia. Si el desarrollo no es sustentable en el tiempo y centrado en el sujeto concreto de carne y hueso que somos, no es desarrollo. Si se puede destruir el lejano Plutón pero no se puede asegurar la vida de los habitantes de las Maldivas porque la idea de desarrollo no los contempla, entonces hay que cambiar ese modelo, por inservible. Es una pura cuestión de sobrevivencia como especie.
A no ser que haya sectores sociales -detentadores de omnímodos poderes, por cierto- que ya estén apostando por una vida fuera de este planeta, contaminado, lleno de «pobres», sin solución en definitiva. Pero los que no hacemos voto por ello, los mortales de a pie, los que creemos que es más importante un habitante de las Maldivas que cambiar el automóvil cada año, los que no queremos morir de un evitable cáncer de piel, o sumergidos por el derretimiento de los hielos polares, tenemos mucho por seguir luchando aún. El problema de nuestra casa común nos toca a todos. Todos, entonces, podemos -tenemos- que hacer algo.
Está más que claro que el capitalismo, más allá de los oropeles con que nos quiere seducir -centros comerciales rebosantes de mercancías que muy pocos pueden comprar; en definitiva: nuevos y variados espejitos de colores-, no ofrece salidas reales a los acuciantes problemas humanos. «Las bombas podrán terminar con los hambrientos, con los enfermos y con los ignorantes, pero no con el hambre, con las enfermedades y con la ignorancia«, expresó Fidel Castro. Si el sistema sigue destruyendo nuestro planeta, ¿adónde iremos?

Fuentes: Blog del Proyecto Lemu & Rebelión
.https://www.facebook.com/marcelo.colussi.33
.https://www.facebook.com/Marcelo-Colussi-720520518155774/
.https://mcolussi.blogspot.com/

lunes, 28 de septiembre de 2020

Sequoya de 1892




En 1892, los leñadores muestran orgullosos la caída de esta sequoya Mark Twain en California de 1310 años, de 361 pies de altura; aproximadamente 128 metros. 

Sus dimensiones eran tan impresionantes que los ''Reyes de Madeira'' de la época, enviaron a hacer una sierra de 9 metros de largo, y tardaron 8 días en aserrarla.

Este árbol estaba sano y podría vivir muchos años todavía.

El Capitalismo es incompatible con el Medio Ambiente...

Alberto Scheim

martes, 18 de diciembre de 2018

El sistema económico actual no está generando felicidad, sino neurosis, alienación y desigualdad


El crecimiento es quizás el objetivo central en todas las economías del mundo actual. Este es uno de los grandes mantras del capitalismo. Se supone que la idea es una producción en crecimiento secundada por un consumo también en crecimiento. Más para más. Sin embargo, este esquema ha dado lugar a fenómenos indeseables. El primero de ellos, un ataque sistemático a la naturaleza y a sus procesos. El segundo, una notable disminución de la calidad de vida, tanto humana como no humana. 

Según la teoría del decrecimiento, los seres humanos deberíamos trabajar menos y tener más tiempo libre. Esta sería la base de un nuevo modelo en el que la producción se regule, de tal modo que permita satisfacer las necesidades de las sociedades, sin depredar el medio ambiente ni convertir al ser humano en un autómata. 

Decrecimiento del consumo
En la actualidad, casi todas las personas dedican la mayor parte de su tiempo al trabajo. A diferencia de lo que ocurría en el pasado, este trabajo muchas veces no tiene como finalidad principal la satisfacción de las necesidades básicas. Paulatinamente el ser humano ha desarrollado nuevas necesidades, todas ellas asociadas al consumo. 

Lo que muchas personas buscan con el trabajo es aumentar su capacidad de consumo. Tener más para comprar más, sin importar si lo que se compra es relevante o no. Hace unas cuantas décadas apenas se necesitaba más que un jabón para bañarnos, ahora se necesitan cinco tipos de jabones o más: el de las manos (con crema humectante), el del cuerpo para la ducha, el del cabello, el jabón íntimo, el acondicionador, etc. 

La capacidad de consumo ha crecido notablemente en muchas sociedades. Sin embargo, esto no significa que las personas sean más felices o se sientan más realizadas. En un estudio llevado a cabo en Canadá, se le preguntó a un grupo de voluntarios si creían que eran más felices que sus padres. Solo el 44% respondió que sí, pese a que la capacidad de consumo había aumentado en un 60%. 

Las bases del decrecimiento

El mundo ha llegado a un punto en el que el desequilibrio entre producción y naturaleza se ha vuelto peligroso. Existen dudas sobre la disponibilidad de algunos recursos para las nuevas generaciones. Algo no se está haciendo bien y la teoría del decrecimiento plantea que la deficiencia está en la producción sin control.
Es claro que el sistema económico actual no está generando felicidad, sino neurosis, alienación y desigualdad. En el mundo comienzan a abrirse paso nuevos paradigmas, como la teoría del decrecimiento, que proponen un norte más amable y humano.

Fuentes: La mente es maravillosa - Blog del Proyecto Lemu -17 de Diciembre de 2018



sábado, 3 de marzo de 2018

Capitalismo


sábado, 22 de julio de 2017

No se trata de números cuando hablamos de gente




Los que nunca,
los que siempre,
los que a veces.
los que abren,
los que cierran,
los que apagan, 
los que encienden,
los que pueden, 
los que quieren,
los que tienen, 
los que sostienen,
los que llegaron, 
los que aún no vienen,
los que intentan, 
los que se rinden, 
los que pelean,
los que piensan, 
los que sienten,
los que se acuerdan, 
los que se olvidan,
los que se desvelan, 
los que se duermen, 
los que luchan, 
los que se esconden,
los que confían, 
los que sospechan,
los que de pie se mueren, 
los que se sientan,
los que esperan, 
los que desesperan,
los que perdieron el ayer, 
los que perdieron el mañana,
los que pierden el tiempo 
en cuestiones livianas;
hacen falta todos 
para pelearla de frente.
Hacen falta todos
en todo el continente,
porque no se trata de números
cuando hablamos de gente,
hoy hacen falta todos
porque el presente es urgente.
...alejandro ippolito...




lunes, 30 de enero de 2017

El mal no prevalecerá

Las crisis y caídas de los imperios indican que el mal 

no prevalecerá.

Indican que la estructura socioeconómica vigente ya

 no se sustenta y se va a volver escombros. 

Tengamos el coraje para construir un Nuevo Mundo!

Edson Kayapó


sábado, 21 de enero de 2017

Capitalismo


jueves, 19 de enero de 2017

La distribución de tierras en Latinoamerica es la peor del mundo : lo primrero es la desigualdad

Escribe : Darío Aranda

El dato surge de una investigación de la ong Oxfam. En Argentina, el 1 por ciento concentra el 36 por ciento de la tierra.

El 1 por ciento de las estancias más grandes de América Latina acapara la mitad de la tierra agrícola y el 80 por ciento de las fincas cuentan con solo el 13 por ciento del territorio. “América latina es la región del mundo más desigual en la distribución de la tierra”, asegura una reciente investigación de la ONG internacional Oxfam. En Argentina, el 1 por ciento de las estancias más grandes concentra el 36 por ciento de la tierra. La injusta distribución tiene directa relación con el avance minero, petrolero, agronegocio y forestal. “El extractivismo ha dado lugar a una crisis de derechos humanos en la región, amenaza derechos y libertades fundamentales”, alerta Oxfam.

“Desterrados: tierra, poder y desigualdad en América Latina”, es el nombre de la investigación que, en base a datos oficiales, analiza la situación de todos los países de la región. Colombia es el país más desigual en el reparto de la tierra. El 0,4 por ciento de las explotaciones agropecuarias domina el 68 por ciento de la tierra del país.

Sigue Perú, donde el 77 por ciento de la tierra está en manos del 1 por ciento de estancias. Le siguen Chile (74 por ciento) y Paraguay (71). En Bolivia el 1 por ciento de las chacras maneja el 66 por ciento de la tierra, y en México el 56 por ciento. En Brasil, el 44 por ciento del territorio agrícola es para el 1 por ciento de las fincas. En Argentina, el 36 por ciento está en manos de esa mínima porción de estancieros y pooles de siembra.

“La extrema desigualdad en el acceso y control de la tierra es una de las causas de los niveles intolerables de pobreza. Sin políticas que aborden este reto (la tierra) no será posible reducir la desigualdad económica y social”, afirma la investigación de Oxfam e interpela la concentración de tierra en pocas manos: “Es un orden social arraigado y más cercano al feudalismo que a una democracia moderna”.

La investigación, de cien páginas y con extensa bibliografía de referencia, vincula claramente la extrema desigualdad al modelo de explotación de recursos naturales. “El extractivismo se ha hecho con el territorio”, resume la investigación y advierte que tanto gobiernos de izquierda como derecha han optado por favorecer la explotación petrolera, minera, forestal y el agronegocio. “La explotación minera y petrolera se aceleró a partir del 2000. La nueva oleada fue atraída por reformas estructurales que desprotegían los territorios comunales y relajaban los controles medioambientales”, explica. Entre los numerosos ejemplos, cita la situación de Colombia, que en 2002 contaba con un millón de hectáreas en concesión minera y en 2015 ya era de 5,7 millones de hectáreas (el cinco por ciento del territorio nacional).

Precisa que la soja, la palma de aceite y la caña de azúcar tuvieron una “expansión sin precedentes en las últimas dos décadas”. En el apartado “geopolítica de la soja”, destaca que los gobiernos “han impuesto un modelo de organización territorial a la medida de las necesidades de transnacionales”. En base a datos de 2014, precisa los datos del monocultivo: el 68 por ciento del territorio cultivado de Paraguay tiene soja, le siguen Argentina (49), Uruguay (45), Brasil (37) y Bolivia (30 por ciento). “Los cincos países conforman lo que se conoce como ‘repúblicas unidas de la soja’, producen más de la mitad de la soja del mundo”, detalla Oxfam.


Las pequeñas explotaciones agropecuarias son mayoría, pero tiene muy poca tierra. En Colombia, el 84 por ciento de las fincas ocupa solo el cuatro por ciento de la superficie agrícola. Paraguay es otra mala referencia: el 91 por ciento de las chacras cuenta con sólo el seis por ciento de la tierra. En Argentina, el 83 por ciento de las explotaciones agropecuarias tiene sólo el 13 por ciento del territorio.

“La tierra se encuentra cada vez más concentrada en menos manos y sometida a un modelo de extracción y explotación de los recursos naturales que, si bien ha ayudado a crecer a las economías de la región, también ha acentuado la desigualdad. Los beneficios de este modelo extractivista se concentran en manos de unas élites”, resume la investigación. El informe llama a una “urgente y necesaria nueva distribución de la tierra en América latina”.

Entre los sectores más perjudicados se encuentran campesinos y pueblos originarios. “La impunidad con la que se asesina a los activistas indígenas debe terminar. Es urgente que los gobiernos en todo el mundo actúen de forma inmediata para protegerlos”, destaca el informe-

La injusta distribución de la tierra se profundiza con el uso de violencia. “Con la expansión de las actividades extractivas se han multiplicado los conflictos territoriales y se han disparado de forma alarmante los índices de violencia contra quienes defienden el agua, los bosques y los derechos de las mujeres y las comunidades indígenas, afrodescendientes y campesinas. Estos grupos son marginados, perseguidos, agredidos y criminalizados por defender su derecho a la tierra”, denuncia Oxfam.

Fuente: Página 12, Miércoles 18 de Enero de 2.017

Capitalismo


miércoles, 21 de diciembre de 2016

Dinero


Si piensas que la economía es más importante que el medio ambiente, trata contar tu dinero aguantando la respiración.


Fuente> Tierra Sana


sábado, 27 de febrero de 2016

27 de Febrero: Todo verdor perecerá – Eduardo Galeano

Todo verdor perecerá, había anunciado la Biblia.
En 1995, el Banco Barings, el más antiguo de Inglaterra, cayó en bancarrota. Una semana después, fue vendido por un precio total de una (1) libra esterlina.
Este banco había sido el brazo financiero del imperio británico.
La independencia y la deuda externa nacieron juntas en América Latina. Todos nacimos debiendo. En nuestras tierras, el Banco Barings compró países, alquiló próceres, financió guerras.
Y se creyó inmortal.
De Los hijos de los días, Siglo XXI, Buenos Aires, 2012.




jueves, 19 de noviembre de 2015

La Buena Vida


Enzo, un rico comerciante de Puerto Ayacucho, visita a las comunidades indígenas del alto Orinoco y se horroriza cuando ve a Orawe, indígena yanomami tumbado tranquilamente en su chinchorro (especie de hamaca) mascando tabaco.

–¿Por qué no sales a pescar? –le pregunta Enzo.
–Porque ya he pescado bastante hoy –le contesta Orawe.
–¿Y por qué no pescas más de lo que necesitas? –insiste el comerciante.
–¿Y qué iba a hacer con ello? –pregunta a su vez el indio.
–Ganarías más dinero. De ese modo podrías poner un motor fueraborda en tu canoa. Entonces podrías llegar lejos en el río y pescar más peces. Y así ganarías lo suficiente para comprar una red de nylon, con lo que obtendrías más pescado y más dinero. Pronto ganarías para tener dos canoas y hasta dos motores, y más rápidos... Entonces serías rico como yo.
–¿Y qué haría entonces? –preguntó de nuevo el indígena.
–Podrías sentarte y disfrutar de la vida –respondió el comerciante.
–¿Y qué crees que estoy haciendo en este momento? –respondió satisfecho el indio Orawe. 

Escrito: Tony de Mello


 Fuente: Taringa

lunes, 17 de agosto de 2015

El capitalismo y su peor enemigo: el indio

Por Javier Bustillos Zamorano, periodista boliviano-mexicano.

Han pasado más de 500 años de la irrupción del pensamiento europeo y la violenta imposición del ideario capitalista en estas tierras americanas. Y desde ese tiempo han intentado exterminar al indio, porque saben que si hay un sistema capaz de poner en verdadero peligro al capitalismo y sus transfiguraciones es precisamente el indígena. Por eso la saña. Es como el agua para ese fuego. 

Porque si los capitalistas, montados en su mal llamado “desarrollo”, impusieron ya una cultura de la muerte —no les importa destruir la naturaleza en su afán de riqueza— los indios responden con una cultura de la vida, porque para ellos la naturaleza es un ser vivo y con derechos que deben ser respetados. Que si ellos dicen que la naturaleza debe ser sometida para preservar al ser humano, los indios responden que los humanos no son el centro del universo, que en el orden natural de las cosas primero está la naturaleza, después los animales y en tercer lugar los humanos. Sólo así, dice su cosmovisión, habrá un equilibrio entre las aspiraciones de los humanos y los derechos de la naturaleza. 

Que si los capitalistas dicen que es mejor someter y dominar al contrario, los indios dicen que es mejor complementarse con ellos; tender puentes de entendimiento para que, a través de la complementariedad, los contrarios se beneficien de un acuerdo mutuo en el que ambos cedan y ajusten sus derechos y obligaciones. La vida, dice la cosmovisión indígena, es como un gran tejido en el que todos necesitan de todos para existir. Un tejido en el que nadie es más que nadie, ni menos que nadie y en el que prevalece la igualdad: nadie puede estar bien si otro está mal, dicen. 

Los capitalistas propugnan el intercambio como modo básico de entendimiento entre las personas. Los indios dicen que el intercambio implica comercio y afán de ganancia; distinto a la reciprocidad que ellos acostumbran. El intercambio puede dar ganancias económicas y la reciprocidad paz y satisfacción espiritual entre el que da y el que recibe y posteriormente devuelve. Al individualismo, los indios oponen la comunidad; al egoísmo, la solidaridad; al asistencialismo, la autosuficiencia; a la codicia, la convivencia para rescatar los lazos sociales que ayudaban a enfrenar juntos las vicisitudes de la vida. 

A la costumbre de los capitalistas de imponer sus ideas e intereses, los indígenas oponen el consenso; a la democracia representativa, la democracia directa; a los partidos políticos, las asambleas; a la persuasión, el diálogo. A la homogenización y a la uniformidad, los indios oponen el respeto a las diferencias; a las repúblicas, los estados plurinacionales. 


Contra la privatización y el usufructo privativo de los recursos naturales, los indios exigen la recuperación de ellos para que regresen a la propiedad pública. Contra la sobreexplotación de la tierra, ellos piden respetar los ciclos naturales de siembra y cosecha; contra el monocultivo, el policultivo, contra los transgénicos, la semilla nativa y la milpa. La tierra para el indio es su Madre Tierra; sagrada en la acepción laica del término de que es “algo que debe inspirar respeto absoluto y que es inviolable” (Diccionario Larousse). Contra la agroindustria, el regreso de la tierra a manos de indígenas y campesinos para reincorporar la agricultura básica. 

Contra la idea que tienen los capitalistas de que el desarrollo debe estar siempre asociado al crecimiento económico y éste con la acumulación, los indios oponen el crecimiento interior, el desarrollo humano en un aprendizaje junto a la naturaleza a fin de lograr un equilibrio interior con control de emociones y de pasiones. La felicidad no se mide con el Producto Interno Bruto. A los indios les interesa más ser, no tener. Frente al paradigma occidental del “Vivir Mejor”, los indios optan por el “Vivir Bien” porque el “Vivir mejor” implica desigualdad (para que alguien viva mejor alguien deba vivir peor). Implica además competencia y alienta el consumismo en la búsqueda de satisfacer deseos desmedidos. El Vivir Bien, en cambio, plantea vivir en armonía, equilibrio y respeto mutuo, de forma horizontal así con los hombres y así con la naturaleza. Para ser feliz, dicen los indios, no hay que desear mucho. 

Contra la idea de que el trabajo debe ser obligatorio, rígido y como si fuera un castigo, los indígenas dicen que hay que trabajar con alegría, pues el trabajo es parte de la fiesta. Con la misma alegría con la que siembran, cosechan. Ante el miedo irracional a la muerte y la búsqueda de recursos para extender la vida, como si vivir más tiempo fuera vivir, los indios dicen que no hay que temer a la muerte porque ésta es parte del continuum de la vida; una transición, un tránsito necesario para abonar la tierra y así broten otras vidas. 

Contra el patriarcado, el respeto y restitución de derechos a la mujer; contra la costumbre de desechar a los ancianos, aprovechar su sabiduría; contra el racismo y la discriminación, el aprendizaje de lo diferente; contra la globalización, la resistencia. Los indios no quieren regresar al pasado, sino tomar de él lo mejor para conformar el futuro. La civilización indígena tenía un marco ético-moral de donde partían sus leyes y sus modos de vida. De lo que se trata es de resignificar esos saberes, rescatar ese marco ético-moral para adecuarlo a estos tiempos y con base en él crear naciones más justas, más solidarias y sin pobreza. 
Un poema náhuatl anónimo dice: “arrancaron nuestros frutos, cortaron nuestras ramas, quemaron nuestro tronco, pero lo que no pudieron matar fueron nuestras raíces”. Si hay algo importante y fundamental en la cosmovisión de los indios, es defender su identidad. Muchos se saben mestizos, indígena y blancos. Unos escogieron pensar y vivir como blancos, pero otros escogieron ser indígenas y así se asumieron. En Bolivia. un 64 por ciento de su población es indígena, pero la mayoría no labra la tierra ni vive en el campo; es sólo que se asumieron indígenas cuando en un censo les preguntaron ¿cómo se asume: blanco o indígena? 

Alfonso Caso escribió: “Es indio todo individuo que se siente pertenecer a una comunidad indígena; que se concibe así mismo como indígena, porque esta conciencia de grupo no puede existir sino cuando se acepta totalmente la cultura del grupo; cuando se tienen los mismos ideales éticos, estéticos, sociales y políticos del grupo; cuando se participa de las simpatías y antipatías colectivas y se es de buen grado colaborador en sus acciones y reacciones. Es decir, es indio el que se siente pertenecer a una comunidad indígena” (“Definición del indio y de lo indio, la Comunidad indígena” SEP-Diana, 1980). El 90 por ciento de la población mexicana tiene raíces biológicas y culturales indígenas; habría que preguntarles cómo se asumen. 

Con la caída del Muro de Berlín, las ideologías que impulsaban movimientos de cambio se debilitaron al punto de que hoy ya no podrían ser motores de revoluciones. En este horizonte queda el ideario indígena. Son los indios los que desde hace más de 500 años siguen resistiendo, como hoy lo hacen contra el capitalismo y sus abusos. Son ellos los únicos que proponen un cambio civilizatorio. Como ha sucedido antes, son ellos los que están ponen el cuerpo mientras los intelectuales buscan el mejor marco teórico para dar la batalla, y los políticos pretenden cambiar las cosas a través de elecciones. 

Por Javier Bustillos Zamorano, periodista boliviano-mexicano.
Fuentes: La Jornada, Suplemento Ojarasca
                Biodiversidad de América Latina y El Caribe