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sábado, 22 de agosto de 2020

19 de Agosto de 1882 Batalla de Cochicó: la última victoria ranquelina.




La batalla de Cochicó fue un enfrentamiento que tuvo lugar a finales del siglo XIX,​ en la llamada Conquista del Desierto, donde el general Julio Argentino Roca y sus soldados lograron llevar la línea de combate hacia el sur del territorio de La Pampa Central. La escaramuza producida el 19 de agosto de 1882 es una de las más emblemáticas en la actualidad y tuvo lugar cerca de la localidad de Puelén, ​ próxima a la entonces recién fundada Victorica, territorio que ya había sido conquistado por el Gobierno Nacional.

La Batalla de Cochicó es en sí misma una historia contada por sus propios autores. 
En el año 1914, un periodista entrevistó al cacique Gregorio Yancamil, quien narró los detalles de aquella batalla.
Existen dos versiones sobre los hechos ocurridos, la historia oficial del Ejército Argentino narra que los soldados del general Roca, después de aquel combate, justificando su aguante ante 300 indígenas lograron ser llamados "Héroes de la Conquista al desierto", y sus restos hoy en día descansan en un monolito del centro de la plaza de Victorica.
No obstante, Yancamil narró que para ese entonces era imposible pensar que existía un grupo de 300 ranqueles con pertrechos para combate, ya que todas las tribus habían sido diezmadas y destruidas por el constante asedio militar a los tehuelches y ranqueles de la región.
Engañados con distintos tratados de paz, como los de 1872 y 1878, los ranqueles y otras tribus se dirigían periódicamente a la Provincia de San Luis a proveerse de bienes para la agricultura y de unas pocas vacas. En ese entonces, el ejército en las cercanías de Villa Mercedes aprovechaba para capturar a las tribus con la guardia baja para posteriormente trasladarlas al inhóspito Norte del Chaco y de la Provincia de Salta.
En este escenario, el cacique Yancamil fue herido, hecho prisionero por las fuerzas armadas y separado de su familia, compuesta por su esposa y sus dos hijas, las cuales fueron deportadas al "norte argentino", y que él nunca más volvió a ver.
A los 45 años de edad Yancamil se liberó del Ejército Argentino y se adentró en el oeste pampeano. Allí reunió un grupo de 10 indígenas ranqueles y tehuelches, provocando hurtos y destrozos a los precarios puestos de la avanzada colonizadora.
En uno de sus tantos atracos al territorio colonizado, fue corrido durante varios días por las tropas desde la Provincia de Mendoza. En la huida logró encontrarse con algunos tehuelches perdidos, que en otra época habían sabido ser enrolados como soldados del ejército, sumando así un grupo de 17 indígenas con caballos muy cansados por la larga corrida.
Al llegar al último refugio indígena cerca de Puelén, se encontraron ante la ofensiva de una veintena de indígenas alistados en el ejército vestidos con uniformes de soldados, quienes los tirotearon.
Encerrados por el cansancio arremetieron contra los soldados,​ e identificando al indio de apellido Mora, quien era el que comandada las tropas del Gobierno. Todos sabían que Mora trabajaba desde antaño para el ejército, es por eso que con especial encono lo persiguieron hasta el mismo pie del cerro Cochicó.
Para las tres de la tarde el combate era cuerpo a cuerpo con cuchillo y boleadora, y al cabo de tres horas ya había unas 5 bajas de cada lado. Para la noche, el aguacero era tal que los combatientes habían perdido los cuchillos, las lanzas y hasta las alpargatas. El combate se redujo a una innumerable sarta de insultos y sólo se tiraban dos o tres boleadoras de un bando al otro, y estos las devolvían al bando contrario, pues era el único material bélico que había quedado entre ambos bandos.
Con frío y agotamiento, una docena de soldados decidió retirarse mitad a caballo y el resto a pie, dejando victoriosos a los indígenas de Yancamil, quienes por un breve periodo de tiempo recuperaron la tierra, para luego ser finalmente capturados, muertos o colonizados. No obstante, Yancamil vivió para formar otra familia, y tener 8 hijos más.
En 2005 sus restos fueron trasladados a la misma plaza donde descansan otras personalidades de importancia en la Campaña del Desierto, en la plaza de Victorica, bajo el emblema de los Héroes de Cochicó.

Compartido por Enrique Hopman "Efemérides Históricas, Políticas y Culturales" - 19 de Agosto de 202


La única entrevista a Yancamil: su relato de la batalla de Cochicó.

En febrero de 1914, hace 105 años, se registró la única entrevista conocida al cacique Yancamil. La hizo el maestro Manuel Lorenzo Jarrín y, entre otros puntos, el cacique relató su versión del último enfrentamiento entre los ranqueles y el Ejército: el combate de Cochicó, ocurrido el 19 de agosto de 1882 en cercanías de Puelén.

Aberturas Pampeanas

Según se informa en el libro “Un quijote en La Pampa. Los escritos de Manuel Lorenzo Jarrín (1883-1942)” -publicado en 2011, autoría de Claudia Salomón Tarquini, María de los Angeles Lanzillotta, Leonardo Ledesma, María Silvia Di Liscia, Valeria González Otero y Luciano Valencia- la entrevista se desarrolló el 12 de febrero de 1914, en Colonia Emilio Mitre. Allí el Gobierno nacional había confinado a Yancamil y otros ranqueles. En ese lugar el maestro y director de la Escuela 58 era el español Manuel Jarrín.

Yancamil tenía, en ese momento, 95 años y era padre de 8 hijos. “De apostura corpulenta y fuerte», lo describió Jarrín. «Bien formado, y de tez cobriza. Su fisonomía impone respeto con su espesa y larga blanca barba como la nieve, sus ojos grandes y sus cabellos brillantes de plata, lo que unido a su manera de hablar lenta y afable, le dan todo el aspecto de un anciano venerable que es acreedor al respeto y consideración. Viste con sencillez y decencia”.

Quién era

José Gregorio Yancamil era nieto de Paine Gner y sobrino de Mariano Rosas y de Epumer. Había nacido en 1819 en la mítica Leuvucó.

En 1878, al comenzar la llamada Conquista del Desierto, sobrevivió a una matanza. Yancamil y los suyos habían ido a la localidad puntana de Villa Mercedes en “son de paz”, a tal punto que concurrieron con sus mujeres e hijos. El lonko no era un weichafe o guerrero, más bien se había inclinado de manera recurrente a sostener la paz con los cristianos.

Sin embargo, al llegar al paraje Pozo del Cuadril, los ranqueles fueron detenidos por las tropas allí apostadas, separados y luego fusilados. Incluso las mujeres y los niños.

La compañera del capitanejo y dos hijas fueron deportadas hacia la zafra tucumana para engrosar la mano de obra esclava que cimentó la riqueza de la industria azucarera. “Ninguno de los ranqueles enviados a Tucumán regresó”, estableció el historiador José Depetris.

El escultor Raúl Fernández Olivi, en el monumento a Yancamil (foto de Miguel García).
El cacique logró fugarse y volvió a sus pagos. Pero los toldos de Epumer ya estaban saqueados y abandonados. Entonces intentó reagrupar a los ranqueles dispersos y comenzó a subsistir del pillaje.

En el cerro de Cochicó, el 19 de agosto de 1882, protagonizó la última batalla de los ranqueles contra el Ejército, un combate que culminó cuerpo a cuerpo con cuchillos y boleadoras.

Con frío y agotamiento, los soldados -la mayoría también ranqueles, que eran considerados «amigos» por el Gobierno- decidieron retirarse. Yancamil y su gente se quedaron con una victoria con sabor amarga. Los soldados muertos, años después, fueron elevados a la categoría de «héroes».

Yancamil, un óleo de Miguel García

El cacique se refugió en la pampa profunda y recién fue capturado en la laguna del Meauco en 1883. Fue encarcelado en la isla Martín García y permaneció allí, en ese campo de concentración, hasta 1886. Protagonizó un intento de fuga en noviembre de 1883 junto al legendario Pincén y otros doce “pampas”, que huyeron en un bote hacia Uruguay. Fueron recapturados un mes después en Carmelo y reenviados, engrillados, a Martín García.

Posteriormente fue trasladado a Misiones para realizar trabajos forzosos en un ingenio azucarero de Rudecindo Roca, hermano del entonces presidente Julio A. Roca.

Yancamil, junto a otros ranqueles, encabezó el 23 de junio de 1888 llamada «La sublevación de los pampas» contra el trabajo esclavo. El cacique logró refugiarse en Paraguay durante dos años. La Argentina le pidió a Paraguay la extradición, pero nunca se aceptó.
Posteriormente, ya lograda la indulgencia, logró regresar y en 1904 se instaló definitivamente en la zona de Emilio Mitre. Yancamil recibió tierras por parte del Gobierno Nacional y con el tiempo se fue a vivir a Victorica. Murió el 8 de febrero de 1931: el guerrero, sobreviviente de decenas de batallas, falleció luego de caerse dentro de su rancho.

En 2005 sus restos fueron trasladados a la plaza central de Victorica. A metros, están los restos de los soldados con los que combatió en Cochicó.
La entrevista de Jarrín

Yancamil contó a Jarrín cómo ocurrió la batalla. En principio desmintió que hubiera tenido unos 300 lanceros, como sostuvo la versión oficial del Ejército: en realidad eran unos 17 guerreros, con lanzas y boleadoras, que se enfrentaron contra 25 soldados, con fusiles Remington.
Jarrín contó que le leyó una nota de un periódico, donde se relataba la batalla. “Después de hablar del tiempo, del campo, de las haciendas, etc., le rogué me narrase el hecho de Cochicó, y para animarlo le leí un artículo aparecido en un periódico, con motivo del aniversario del combate”, escribió Jarrín. Cuando terminó, Yancamil sonrió. “¡Cuánto se miente, Señor, cuanto se miente!”, le dijo el viejo cacique. Y comenzó su relato.

-Voy a referirle, asegurándole que esta es la verdad de lo ocurrido en ese encuentro en el que el salvaje reducido y el salvaje libre hemos luchado con desesperación, unos porque eran soldados y nosotros porque éramos indios, todos defendiendo la vida y eso que la civilización llama honor y la barbarie decíamos derecho. Era el 12 de agosto del año 1882, el cielo encapotado amenazaba descargar un fuerte aguacero, y si fuera ahora que nuestros cuerpos con la civilización se han hecho más delicados tendríamos frío, pero en aquella época, acostumbrados a todos los rigores del tiempo, ni los calores ni los fríos, ni el sol ni el agua hacían impresión en nosotros; hacía varios días que yo y Paineo y 8 compañeros más, habíamos venido del lado del poniente distanciándonos de las tropas que había en la Provincia de Mendoza. Al entrar en La Pampa se nos unieron 7 soldados desertores, componiendo el 12 de agosto un grupo de 17 hombres armados de lanza, boleadora y cuchillo, bastante mal montados a causa de lo largo de la travesía que casi remató nuestros caballos; a poca distancia del paraje llamado Cochicó (agua dulce) avistamos un grupo de soldados que creo eran 23 hombres, indígenas reducidos al servicio del Ejercito Nacional, la sorpresa del encuentro nos obligó al ataque, así como creo que a los soldados los obligó a la defensa, los soldados iban cediendo el campo recostándose hacia el cerro de Cochicó, estaban armados de fusiles arma poco temible en manos de quienes no son diestros en su manejo, de cuchillos y algunos de boleadoras, los mandaban los tenientes indígenas Mora y Simón; al llegar al cerro, la amenaza de lluvia se cumplió y llovía copiosamente, serían las dos de la tarde, Paineo se precipitó a la lucha antes de tiempo e hizo en los primeros momentos indecisa la victoria; tres horas largas duró el combate, el cansancio de aquella lucha cuerpo a cuerpo empezaba a notarse, 3 o 4 muertos había de cada parte, los insultos se cruzaban, heridas teníamos todos, a la voz de Paineo “Terminemos de una vez” redoblamos la fuerza del ataque, fue un momento terrible, la noche se echó encima, eso favoreció el desenlace, 16 soldados aprovechando la oscuridad y contando que no podían ser perseguidos por los pocos que quedábamos y no tener caballos para eso, tomaron precipitadamente sus ensillados y se retiraron hacia el creciente, quedamos pues dueños del campo; curamos lavando nuestras heridas y poniéndoles yuyos curativos, y nos acostamos sin desensillar nuestros caballos por el temor de que viniesen a sorprendernos; al rayar el día todo estaba tranquilo y pudimos reconocer ocho compañeros muertos y 6 soldados muertos y 1 bastante mal herido pero con vida, llamabase José Trainmá, lo auxiliamos, lo cuidé y me figura no ha de estado descontento del trato que se le ha dado pues aunque Paineo quería rematarlo yo me opuse a ello, cosa que motivó nuestra enemistad, pero no lo siento, pues antes, como después y como ahora, tengo la idea firme de que a enemigo rendido no se le ataca, pero se le cuida”.
-¿A qué atribuye Ud. Señor Yancamill, eso de que 17 paisanos, hubieran vencido a 23 soldados?- preguntó el maestro Jarrín.
-Señor, a que un indio libre en aquellas épocas luchando por sostener la libertad, por la tierra que creíamos nos pertenecía, valía por 5 hombres, no temía la muerte y luchaba con coraje, esa es la causa.

Compartido por Pedro Andrés Coria


lunes, 1 de diciembre de 2014

Yancamil y la sublevación indígena en Santa Ana

Escrito: Julio Cantero (Historiador)

La historia casi desconocida del motín del 23 de Junio de 1888, protagonizado por indígenas Ranquel que trabajaban en el ingenio azucarero “San Juan” —fundado por Rudecindo Roca—, de la localidad de Santa Ana; quienes además saquearon el establecimiento y se fugaron al Paraguay cruzando el Río Paraná en embarcaciones tomadas del puerto del establecimiento.

Yancamil o Llancamil fue sobrino de los cacique ranqueles Mariano Rosas y de Epumer, enviado a Tratar la Paz entre el estado Argentino y los Ranqueles de su tribu en Rio Cuarto (Córdoba) en 1872, donde conferenció con Julio A. Roca, el tratado se respetó de ambas partes hasta la muerte se el Ministro Alsina y su sucesión por Julio Roca. Yancamil desconiciendo el radical cambio en la política a seguir para con los indios viajó encabezando la comisión de Epumer a Villa Mercedes (San Luis) en 1878 en busca del ganado herramientas y vicios cuya entrega estaban pactadas, pero no recibió aprovisionamiento allí, al contrario, fue emboscado por Rudecindo Roca. Había iniciado la “Conquista del Desierto”, la suya como también las comisiones de Baigorrita y Namuncurá fueron apresadas, desmembradas las familias que las integraban para repartir a sus integrantes en el servicio domestico en casa acomodadas de Buenos Aires o como trabajadores semi–escalvos en los ingenios azucareros principalmente del Tucumán. 
Yancamil logra salvarse escapando del fusilamiento al que fueron sometidos él y los hombres de su comisión por haberse resistido. Vuelve a los toldos de Epumer, su cacique, pero los encuentra saqueados y abandonados. Deambula por la zona de Leuvucó reagrupando los el rezago de los ranqueles dispersos, subsisten del pillaje de ganado para formar otro rebaño que remplace al saqueado por la fuerzas militares, tratan de reconstruir una tribu y su modo de vida, pero la fundación de Victorica en febrero de 1882 anuncia que los blancos han venido para quedarse, intenta un acercamiento pero es recibido hostilmente. No entraremos en detalles sobre el acontecimiento, pero el 19 de agosto de 1882 se produjo el último hecho de armas entre Ranqueles y fuerzas del ejército Nacional: El combate de Cochicó, los soldados son obligados a retirase por los ranqueles de Yancamil entonces unido a Painé, luego de ello todo las fuerzas nacionales lo buscan, escapa una vez más del ejercito, alguanos dicen que escapó a Chile, lo que no sería extraño, pero otros dicen que se refugió en “Las Lajas” existen dos localidades con ese nombre una en Córdoba y otra en Neuquén, nos arriesgamos a inferir que escapó a Neuquén.
Finalmente se descuidó y lo atrapan en 1883 y lo trasladan a la Isla Martin García, de allí escapa una vez mas de sus captores junto a “Pincen” y unos indios mas, en una balsa improvisada; llegan hasta la costa Uruguaya; en la localidad de Carmelo las autoridades uruguayas considerándolo reo prófugo lo devuelven a la isla prisión. Rudecindo Roca reaparecen para signar la vida de Pampas–Ranqueles allí cautivos, pide al Ministerio de Guerra le entregue prisioneros del la isla para llevarlos a trabajar en Misiones. Hacia la provincia selvática se embarcan Yancamil y su gente en 1886. Allí son sometidos al trabajo en servidumbre para Rudecindo Roca. Pero logra escapar, se refugia en el Paraguay, país que no concedió su extradición, desde allí regresa años después a su tierra natal en ese entonces convertida en Territorio nacional, La Pampa, donde muere entre su familia a muy avanzada edad.

Lo antes dicho es lo que hasta hace poco se conocía sobre Yancamil, pero en Misiones dimos con un documento que si bien es conocido por los investigadores misioneros, nunca había sido transcripto íntegramente e investigados los protagonistas de los hechos que narra. Se trata de un sumario levantado por un juez tras recibir la denuncia de un motín indios que trabajaban en un ingenio azucarero, quienes además saquearon el establecimiento y se fugaron al Paraguay cruzando el Río Paraná en embarcaciones tomadas del puerto del establecimiento.
Rudecindo Roca, hermano de Julio Roca, había construido un ingenio azucarero en 1884 en un lugar hoy conocido como campo San Juan en la localidad de Santa Ana Misiones, para mano de obra trajo indios del Chaco y Formosa capturados por expediciones militares como en la campaña al desierto. Estos indios se escaparon en reiteradas oportunidades y muchos fueron muertos en las persecuciones. Así pronto necesitó más mano de obra esclava y es entonces que manda pedir “indios pampas” de Martín García. En 1886 El viajero E. L. Holmberg visitó el ingenio de Rudecindo Roca durante su viaje a Misiones, nos dejó un valioso testimonio del cual destacamos este relato, que menciona a los “Pampas”:
“En aquel momento, el coronel [R. Roca] se preocupaba de instalar un grupo de indios cautivos que había llevado de Martín García, y dirigía penosamente sus primeros trabajos. No sé cuántos eran, pero me pareció que había allí más de cien. Su tipo era Pampa ó Araucano, y procedían seguramente de las conquistas australes. Prisioneros en la isla nombrada con muchos otros centenares, el coronel los había solicitado, del Ministerio de Guerra, para su Ingenio, y, después de obtenerlos, los había instalado allí”.
Un relato de otro viajero conocido: F. Basaldua, es también muy interesante dado el juicio crítico que expresa en época tan temprana:
“A los veinte y ocho kilómetros de Posadas llegamos al ingenio […], fundado por el general R. Roca cuando fue gobernador de Misiones, con maquinarias de último sistema y cañaverales de primer orden. El general se fundió, á pesar de tener á su servicio en calidad de encomendero toda una tribu numerosa de indios de La Pampa, trasplantados á lejanas tierras por el delito horrendo de defender bravamente la tierra de sus padres…”
Yancamil estuvo en el Ingenio San Juan lo sabemos a partir de la transcripción documental, que lo nombra en 48 oportunidades, también sabemos ahora con mayor certeza gracias a esta transcripción, cómo escapó de allí.
El 23 de Junio de 1888 se produjo lo que en la Historia Misionera es conocido como la sublevación de Indios Pampas del Ingenio del Gobernador Roca, y el documento trascripto es nada más que la recopilación de los testimonios de los testigos de la sublevación y fuga de estos indios, a quienes ellos denominaban simplemente “Indios Pampas”; de estos testimonios surge esta reconstrucción de los hechos, escrita parafraseando a los testigos en gran parte, solo modificando su expresión cundo es preciso y ajustando el texto para mayor compresión y lectura fluida, si bien no es textual como lo expresaran los testigos en 1888 se ha respetando el sentido que le han querido dar a sus palabras, yuxtaponiéndolos testimonios con cohesión y coherencia para construir un narración que recopile los aportes originales de cada testigo complementándolo y dando un panorama completo de los hechos.
Aquí podemos observar a Yancamil dirigiendo la sublevación junto a Melideo. Estos hechos tuvieron lugar el 23 de junio de 1888. Y fueron registrado por el Juez de Santa Ana: José Mujica de cuyo puño y letra reconstruimos paso a paso la “sublevación y fuga” de más de 250 “indios pampas” de la servidumbre en que les habían sometido Rudecindo Roca. Veamos cómo se sucedieron los hechos según el documento: Entre los indios pampas reinaba el descontento por el mal trato al que eran sometidos por Jordán [Hummel, el administrador o “mayordomo” del Ingenio] “muy especialmente por haber puesto a trabajar a las mujeres en el corte de caña”, también en la tienda del establecimiento se cometían estafas adulterando “pesos y medidas”. Yancamil había expresado su descontento a Esteban Daneri, diciendo que esperaba el momento en que estuviera presente el Gral. Rudecindo Roca para poner en su conocimiento todo el maltrato proferido por el administrador. Un testigo afirma que otra causa de la sublevación “ha de ser la falta de algunos alimentos y sobre todo el hacer trabajar a las mujeres según manifestó [al] declarante el mismo Melideo”.
En las primeras horas del día 23 de junio de 1888 el indio Juan Centeno “tuvo aviso reservado de [parte del] indio Huincá, que ese mismo día debían sublevarse todos los indios Pampas que trabajaban en el establecimiento”. Juan Centeno decidió no sumarse a la sublevación sino al contrario, advierte el plan a la mujer del administrador, también avisa a algunos empleados hasta que logra dar con el mismo Jordán Hummel y lo pone al tanto, pero éste no lo toma en serio y e ignora el aviso.
Cerca del mediodía un empleado se dispone a ir al pueblo de Santa Ana, va hacia los establos en busca de un caballo y advierte que los guardias del establo habían sido reducidos y despojados de sus armas “remingtons”. A las 12:00, hora en que suena la campana, los indios pampas se alzaron en armas, tomaron sus machetes de cortar caña y con lanzas, boleadoras y palos; tomaron todas las dependencias del ingenio.
Un poco antes de esa hora Patricio Salas, el herrero estaba en su casa almorzando cuando vienen los indios Santos, Simón y Yancamil y le preguntan por el mecánico Guillermo Gouchard; Salas le dijo que no se hallaba allí y estos sin creerle revisaron toda la casa sin encontrarlo, le preguntaron si tenía armas, respondió que no y se fueron. Luego volvió a pasar por ahí Santos y le dijo que huyera sin darle más detalles del porqué…
Juana Fernández, afirma que ve por la ventana pasar corriendo al Sr. Jordán Hummel, en ese momento se asoma y ve que de los galpones ocupados por los “Indios Pampas” “salían todos estos en grupo numeroso armados de palos, cuchillos y machetes, dando espantosos gritos dirigiéndose a las poblaciones ocupadas por el negocio y el mayordomo”, llegaron a la casa de Jordán, donde estaba su mujer y su hijo y el peón Gabriel Florentín, entraron y los tomaron. En ese momento a Juana se le acercó el indio llamado Juan Rosa y le dijo que se escondiera.
Anastasio Valdez desde su casa vio pasar al capataz Cirilo Ríos preso por un grupo de indios dirigidos por Yancamil. Arthur Kirschner se encontraba en la habitación que ocupa “junto a la estación de la locomotora” cuando sintió “gran ruido”, salió y vio a un numeroso grupo de indios armados con palos, machetes, hondas, boleadoras y lanzas. Entonces se encerró en su habitación y observó desde la otra puerta como saqueaban el negocio y las habitaciones de Daneri y la que el Gral. Rudecindo Roca ocupaba cuando estaba presente.
Francisco Estrada salió con un grupo de peones en el depósito de la locomotora, tomó una carabina y disparó a la cabeza del grupo de indios que conducía prisionero al capataz Cirilo Ríos, quiso repetir el disparo pero la carabina no funcionaba.
Guillermo Almeida abre las puertas del negocio que hasta entonces permanecía cerrada como de costumbre y es invadido inmediatamente por un numeroso grupo de indios armados capitaneados por “Simón, hermano de Yancamil” quienes con empujones y amenazas de muerte lo obligaron a salir afuera.
Se sintió un gran griterío, comenta Juan Chavanne, salió de la habitación que ocupaba en la administración que da a la barranca del río y vio un grupo de indios armados con machete se dirigían por la bajada que da al río donde se apoderaban de la canoa y los vaporcitos anclados frente al embarcadero. Viendo el peligro inminente huyó al cañaveral, invitando a hacer lo mismo a la mujer de Esteban Daneri y sus tres hijos y a otra mujer y criaturas que se hallaban con él. Ignacio Borja cuenta que a las una de la tarde oyó un tiro y al salir a la puerta se encontró con un grupo de indios armados capitaneados por Yancamil, quien ayudado por otro indio, le ató las mano atrás de la espalda.
El indio Juan Centeno que buscó y encontró a Jordán y le manifestó que era su amigo y que como tal pelearía a su lado, lo acompañó al depósito de la locomotora de donde fueron repelidos hasta la fábrica nuevamente. La compañera de Jordán, narra que momentos después que Jordan saliera para la fábrica ya advertido, se presentó en su casa un grupo numeroso de indios encabezados por Yancamil, armados de machetes y hachas, pidiéndole a gritos y con amenaza que les entregara las balas que habían allí, entrando todos los indios a la casa. La mujer de Jordán entonces abrió todos y cada uno de los baúles para que vieran que no había balas. Desde allí fue raptada con sus hijos trasladada y encerrada, vio como los indios con Yancamil a la cabeza sacaban y se distribuían los Remington y machetes. Presenció también cuando los primeros indios se embarcaban en la canoa y vaporcitos “Huascar y Fénix”, en ellos partieron todas las mujeres y niños y solo algunos hombres.
Juana Fernández se había encerrado, los indios que golpeaban violentamente la puerta exigían a gritos que se les abra, una vez abierto entraron con Yancamil a la cabeza quien les exigió que les entregara las balas que ellos sabían se guardaban en el altillo. El testimonio de Juana en el sumario dice textualmente “asegurándole Yancamil a la declarante que a ella personalmente no le sucedería nada porque no era a ella sino a Jordán y a Esteban a quien querían encontrar” (folio 31) los indios comenzaron a apoderarse de las ropas y elementos que encontraban a mano “mientras Yancamil con su machete levantaba la puerta del altillo”, entonces bajo amenazas hizo entrar a un hijo de Juana llamado Anselmo, al altillo para que le pasase todas las balas que había, luego son sacados a los empujones por el mismo Yancamil al patio, allí se encontró con la mujer de Jordán a quien también llevarían prisionera, y “al peón de la Bomba” Ignacio Borja que estaba atado con las manos en la espalda. Mientras tanto los indios culminaban el saqueo. Como media hora después de haber zarpado aguas abajo los vaporcitos, los indios emprendieron marcha en la misma dirección llevándose rehenes.
Guillermo Almeida encuentra en la fábrica encerrados y temerosos a Jordán y los peones, estos observaron desde ahí el saqueo del negocio y las otras poblaciones, presenció también como Yancamil llevaba preso a Cirilo Ríos y luego a la mujer e hijo de Jordán, luego de presenciar el rapto de su familia agazapado, desde la fábrica súbitamente Jordán desapareció, había escapado por entre los cañaverales, no volvería sino hasta el día siguiente.
“Una hora después” de iniciada la sublevación “a eso de las dos y media de la tarde” los indios sublevados que no fueron embarcados en los vaporcitos fueron caminando por la costa en dirección a lo que es “conocido por puerto Alves, llevándose prisioneras a la mujer e hijo de Daneri, a la mujer e hijo de Jordán, a la mujer del peón Antonio Barbosa y al peón de la bomba Ignacio Borja”. Emprendieron camino a un monte espeso distante 20 cuadras del establecimiento, donde se detuvieron por primera vez, Juana Fernández “pudo observar a pesar de estar separada y con centinela, que los indios que tenían armas fueron colocados por Yancamil en varios puestos a manera de centinelas, mientras que las canoa embarcaban indios para pasarlos al frente, a la costa paraguaya”, donde ya habían arribado las dos embarcaciones, que transportaron la mayor parte de los fugados.
En esta primera parada del contingente en fuga, regresa a la costa argentina la canoa y embarcan aproximadamente veinte indios. Cuando vuelve a partir hacia el Paraguay, Yancamil ordena ponerse de nuevo en marcha hasta otro monte más espeso y enmarañado distante sobre la costa. Volviendo hacer alto allí y una vez más embarcando otros “veinte i tantos indios” en la canoa que ya había regresado. “Los que quedaba a este lado siempre con Yancamil a la cabeza como jefe, emprendían de nuevo la marcha por la costa, hasta dar tiempo a que regresara dicha canoa”. Así los indios hicieron altos en su marcha “observando en todos ellos las mismas precauciones”.
Cuando los indios sublevados se habían ido del establecimiento, vino a las poblaciones y la fábrica el sargento de policía del distrito Don Nemesio Cepeda, comisario de Santa Ana, encontrando las puertas rotas y todo en el más completo desorden. El sargento Cepeda y el peón Remigio Silva se dirigieron al lugar donde se suponía debían estar los indios para rescatar a los prisioneros, “serían las tres de la tarde” cuando la policía llegó al monte sobre la costa donde se encontraban “los indios”. Yancamil los vio y ordenó les dispararan, siendo él mismo el primero en disparar, hirieron a uno de los perseguidores pero en sus filas cayó muerto el indio “Lincon”. La policía se retiró con el herido y los indios pampas prosiguieron su escape, cruzando el último contingente en la canoa cerca de las nueve de la noche, los cautivos y cautivas fueron dejados en la costa argentina desde donde regresaron al ingenio todos ilesos. Toda la tribu de “indios Pampas” se había fugado del ingenio del General Rudecindo Roca en Misiones.
Esta es una síntesis del documento, construida a partir de los testimonios. Aporte a la historia de Yancamil y el pueblo Ranquel víctimas del etnocida y genocida plan de Julio A. Roca. Este caso a diferencia de muchos ortos, tuvo un final sino feliz, al menos alentador, ya que la mayor parte de los indios esclavizados logro su libertad con esta sublevación.
Se creía que Yancamil había luchado hasta 1882 en Cochicó contra “los indios amigos” de los blancos: Tránsito Mora y Simón Martín, que luego fue apresado y sometido logrando después indulgencia estatal. Pero su última batalla fue en el San Juan en 1888 contra la explotación esclavista de Roca, proeza que culminó con la victoria y libertad de toda la tribu de “indios Pampas” encabezados por este gran líder Ranquel que se resiste a pasar desapercibido por la Historia.
Escrito: Julio Cantero (Historiador)
Colaboración especial para Revista Superficie
Ilustracion de Ángel Rodríguez.