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Nuestras culturas originarias guardan una gran sabiduría. Ellos saben del vivir en armonía con la naturaleza y han aprendido a conocer sus secretos y utilizarlos en beneficio de todos. Algunos los ven como si fueran pasado sin comprender que sin ellos es imposible el futuro.

sábado, 20 de enero de 2018

Los últimos bosques nativos de la Argentina, en peligro



Suenan tiros en lo más profundo del impenetrable salteño –norte de Argentina-. Amancio respira hondo de nuevo, mientras apunta a un cerdo salvaje que aparece en mitad de la estepa. De este disparo dependerá la subsistencia de su familia la próxima semana. El tiro se desvía por poco, centímetros, podría decirse que roza al puerco. “Cada día hay menos animales, el bosque se desvanece y con él, nuestras vidas” afirma.

Amancio es uno de los últimos indígenas wichí que resisten en la finca de Cuchuy, en el departamento de San Martín, Salta. El resto de comunidades han ido desapareciendo a la misma velocidad que avanzaban las excavadoras. Pueblos originarios olvidados por el Gobierno. Perseguidos, acorralados, expulsados. De las 9.000 hectáreas que había en esta zona tan solo quedan 3.000; “Pronto las bestias de hierro acabaran con lo que queda”, añade Amancio.

A su lado yacen varias vacas muertas, puro pellejo y huesos. “Un día vimos que los animales bebían del río y morían. Han contaminado nuestras aguas. Ya no se encuentran yaguaretes y ni tapires, huyeron cuando talaron los arboles” agrega, mientras arranca su motocicleta rumbo a casa.

En la aldea Corralito, construcciones de adobe, un tanque para el agua vacío y niños que juegan bajo un sol abrasante. Mucha tierra, polvo, sudor. Dos mujeres tallan las hojas de Yaguar: las bolsas y adornos con elementos de la naturaleza y figuras de animales del monte. El hilo lo tiñen con la resina del algarrobo, que da color negro y marrón.

“El bosque para nosotros es una fuente de vida. Nuestro hogar. Sin el bosque no podemos andar. Del bosque sacamos la fruta, pescamos, e incluso obtenemos las medicinas” reflexiona Amancio, mientras sondea el horizonte, con cierto aire de resignación.

Durante muchos años los wichís han luchado por obtener títulos legales para la tierra de la que son propietarios, y que constantemente se ve invadida y expoliada por ganaderos no indígenas, madereros, agricultores y constructores.

Sus reclamaciones territoriales principales están en dos grandes zonas de territorio público al este de Salta, conocidas como Lote 55 (unos 2.800km²) y Lote 14. Según la ley, los derechos de los wichís a esta tierra han sido reconocidos, pero el Gobierno provincial de Salta interpreta las leyes a su manera.

Los últimos bosques de Argentina
Argentina ha perdido el 70.5% de los bosques nativos originales. Tras fuertes presiones de organizaciones como Greenpeace la Ley de Bosque Nativo, fue promulgada y reglamentada el 23 de febrero de 2009 por el Poder Ejecutivo a cargo de Cristina Fernández de Kirchner. Sin embargo, existen maneras de evadir las normas.

Un ejemplo de ello es la finca de Cuchuy, a 70 kilómetros de la ciudad de Tartagal, donde la situación es extrema. Su propietario Alejandro Jaime Braun Peña, primo del jefe de gabinete Marcos Peña, e integrante del directorio de varias empresas de la familia del presidente Mauricio Macri, fue quien solicitó al gobierno de Juan Manuel Urtubey, gobernador de Salta, la autorización para recategorizar la zona a Categoría III - verde que estaba clasificada bajo el Ordenamiento Territorial de Bosques Nativos como Categorías I - rojo y II - amarillo, donde no se permitía su desmonte. Básicamente cambiaron por decreto el color de las áreas, volviendo vulnerables zonas que otrora eran intocables. De esta manera el gobierno provincial autorizó ilegalmente el cambio de zonificación para que se pudiesen deforestar 8.962 hectáreas (la superficie de media ciudad de Buenos Aires).


Bestias de hierro
Nos vamos de “cacería”. En busca de las excavadoras que están destruyendo las últimas hectáreas que quedan intactas en la finca de Cuchuy, a 70 kilómetros de la ciudad Tartagal. Abrimos la verja y accedemos a una zona arrasada, como si hubiera pasado un ciclón. “El espectáculo” es dantesco: Cientos de árboles derribados, arrancados de raíz. No hay rastro de la maquinaria. Rastreamos con prismáticos, escuchamos en silencio. Hasta que por fin llega el rugido. A lo lejos se divisan arboles cayendo. Corremos. Dos enormes topadoras se encuentran a la par. Una en cada lado de la hilera de árboles, unidas por una enorme y tensa cadena que va cortando los arboles a un ritmo frenético. Avanzan al mismo paso que nosotros, los troncos milenarios caen sin cesar.

Los activistas de Greepeace actúan rápido. Se interponen en el camino con las manos en alto, la maquina levanta la pala amenazante, amaga con continuar hasta que finalmente, apaga el motor. El conductor se baja malhumorado del vehículo, “porque no hablan con mi jefe, yo solo estoy trabajando” dice refunfuñando. Se aleja. Está vez David venció a Goliat aunque se trata de una victoria pírrica; las topadoras volverán a funcionar pronto, quizás con las primeras luces, cuando el sol no arde.

Hernán Giardini, coordinador de la campaña de bosques de Greenpeace, responde: "Cuando se trata de los bosques hay una especie de asociación ilícita entre el Gobierno provincial y empresarios que ya denunciamos y son parientes directamente ligados a autoridades del Gobierno nacional.” La organización ecologista viene denunciando el caso desde 2014. “Si existiera la ley de delitos forestales que estamos impulsando en el Congreso de la Nación, los funcionarios y los empresarios implicados en este caso estarían con una causa penal”, concluye Giardini.

Greenpeace ya había denunciado el caso en el año 2014 y frenado el desmonte hasta que sus activistas fueron detenidos. El mes pasado las topadoras volvieron a arrasar 400 hectáreas más de bosques nativos. La deforestación afecta en forma directa a cuatro comunidades wichí, cuyas familias quedaron encerradas entre varias fincas que fueron desmontadas en los últimos años.

“Quienes destruyen bosques no son empresarios, son delincuentes. Necesitamos que se penalice a los responsables de desmontes ilegales e incendios intencionales y a los funcionarios que los faciliten”, finaliza Giardini.

Amanece, volvemos a la aldea, Corralito. Allí sigue Amancio, mirando la luna que recién asoma en lo alto, escoltada por sus estrellas. “Espero que mañana podamos cazar algo y que alguien detenga las excavadoras cuanto antes, no deben de quedar más de seis kilómetros hasta aquí” dice. “¿Sabes?” nos pregunta sin darnos tiempo a responder. “Wichí significa ‘lo que tiene vida’. Para nosotros la voluntad es muy importante, es como el alma del cuerpo. Pero a veces es difícil no perder la voluntad, la esperanza”, suspira. El tiempo se agota...

Fuente La Razón (Espana) -  20 de Enero de 2.018

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