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Nuestras culturas originarias guardan una gran sabiduría. Ellos saben del vivir en armonía con la naturaleza y han aprendido a conocer sus secretos y utilizarlos en beneficio de todos. Algunos los ven como si fueran pasado sin comprender que sin ellos es imposible el futuro.

martes, 16 de enero de 2018

Larvas son aliadas naturales de los guaraníes en Argentina


Fotografía cedida por el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) de larvas cultivadas. EFE/Cortesía Conicet

Pese al rechazo casi instantáneo que produce en la mayoría de la sociedad argentina la idea de comer insectos, existe entre las comunidades guaraníes que habitan al norte del país una práctica ancestral y espiritual de cultivar larvas y que completa no solo su dieta, sino también su boticario.
El vínculo que une a uno de los pueblos indígenas más longevos de Sudamérica, presente en el continente desde hace más de 2,000 años, con el entorno natural que les rodea les llevó a buscar en los seres vivos presentes en él los remedios con los que sanar sus heridas y saciar su hambre cuando los mamíferos que consumían escaseaban.
Unas pequeñas larvas de escarabajo, científicamente denominadas “metamasius hemipterus”, cumplen el cometido: alimentan a los más ancianos cuando sus mandíbulas no aceptan masticar la dura grasa de las presas, sanan las delicadas cicatrices del cordón umbilical de los recién nacidos y limpian los órganos.
“Tienen un beneficio muy amplio, hacen la purificación interna de la sangre, de la vejiga… La sabiduría ancestral no solo consiste en sanar con la medicina sino que proviene del cielo”, confiesa a Efe Santiago Martínez, integrante de la comunidad guaraní Yasi Porá.
Descendiente de esta etnia, hace esta declaración con la misma normalidad con la que admite que acuden al supermercado de la localidad de Puerto Iguazú, situada en la norteña provincia argentina de Misiones, a adquirir productos como pastas y arroces, cuando el cultivo y el consumo de estos insectos forma parte su día a día.
El proceso no es tan simple como parece ya que los gusanos no se comen como bien crecen en la naturaleza: los huevos son depositados en una hendidura que forman en un tipo de palmera específica que habita en el noreste argentino y permanecen ahí durante uno o dos meses, cuando están listas para consumirse.
“Antiguamente las asaban a la brasa porque no tenían instrumentos para cocinar o, si no, cortaban una rama y hacían como un pincho asado. Actualmente, hacen el frito con el propio aceite”, explica Martínez, que describe como las larvas se derriten entre los dedos si no se llevan con suficiente rapidez a la boca.
Es precisamente la grasa que emiten estos insectos lo que más se aprovecha de ellos, ya que llegan a utilizarla para tareas domésticas que van desde eliminar las liendres del cabello a curar los granos de la pubertad.
Tal es la utilidad que le otorga esta etnia a los “tambúes” o “ychos”, como acostumbran a llamar a las orugas, que científicos argentinos se han desplazado a Misiones para estudiar los procedimientos con los que estos pueblos originarios las crían.
En una investigación expedida por el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet), el autor principal del estudio,
Jorge Araujo, se prendó de una comunidad que “conserva su cultura” por estar “inmersa en el bosque” y, por tanto, consigue hacer de esta práctica una “actividad tradicional”.
“Tienen otras formas de vida a la nuestra y van adquiriendo productos de la sociedad occidental pero ellos están muy inmersos en sus prácticas de subsistencia”, comenta en diálogo con Efe.
A pesar de reconocer que las larvas son muy “sabrosas”, Araujo reconoce que, a diferencia de territorios asiáticos donde incluso se industrializa y comercia con el consumo de insectos, en Argentina “la cultura mayoritaria se basa en consumir carne de vacuno” y “esta práctica no está bien vista”.
No es un factor, no obstante, para asumir que las prácticas naturales de comunidades como la guaraní no sean igual o incluso más beneficiosas para la salud de sus integrantes, que subsistieron durante siglos en “equilibrio” con el tratamiento de su ecosistema, algo que les “mantuvo en tranquilidad”.
“Las prácticas ancestrales y la manera de ver la vida la estamos amoldando hacia una nueva forma de vivir pero eso no significa perder las tradiciones, eso lo tenemos siempre en nuestra alma y nuestro espíritu”, remarca con firmeza Martínez.
Fuente
Agencia EFE – 14 de Enero de 2018

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