Un espacio destinado a fomentar la investigación, la valoración, el conocimiento y la difusión de la cultura e historia de la milenaria Nación Guaraní y de los Pueblos Originarios.

Nuestras culturas originarias guardan una gran sabiduría. Ellos saben del vivir en armonía con la naturaleza y han aprendido a conocer sus secretos y utilizarlos en beneficio de todos. Algunos los ven como si fueran pasado sin comprender que sin ellos es imposible el futuro.

miércoles, 18 de octubre de 2017

Origen del hombre según el Pueblo Puruha (Ecuador)


El Sol brillaba en una comunidad de las faldas del Chimborazo, un niño estaba jugando con su perro; se alejó del pequeño poblado adentrándose en el páramo espectral. Subió por un cerro forrado de pajas, en la cima encontró al Yachak de su comunidad, estaba vestido de blanco, sentado sobre sus talones, erguido, no parecía estar en este mundo porque pese a los ladridos del perro no se movió ni un centímetro. El niño era inquieto por naturaleza, pero nunca supo ¿Por qué? intuyó que debía respetar ese espacio, de modo que se tumbó sobre las almohadillas y acariciando al perro contempló con curiosidad la meditación del Yachak.
Cuando terminó la ceremonia, el curandero descubrió sorprendido que un niño le había estado observando. Sonrió.
  -¿Qué estabas haciendo?- preguntó en un kichwa perfecto, que había oído a pocos niños.
  -Estaba hablando con el Tayta Chimborazo- respondió el Yachak.
  -Eso no es posible, las montañas no hablan- dijo el niño.
  -Claro que hablan- dijo el Yachak–. Las montañas son Apus.
   El curandero le invitó a sentarse a su lado.
-Todo se está moviendo aunque no parezca- indicó, mientras entrecruzaba las piernas-. Nuestros abuelos nos enseñaron que las montañas son seres como los ángeles, son Apus que tienen la capacidad de salirse, espíritus que deambulan, regresan, caminan y como cualquier ser vivo, se relacionan con otros seres.
-Yo no creo que eso sea posible- refutó el wambra-. Son montañas: tierra y piedra.

El Yachak sonrió – Es que a los Apus se les puede ver solo con los ojos de la percepción- dijo con una amabilidad, que generó confianza en el niño-. Además, a diferencia de los ángeles católicos que son hombres; los Apus son macho y hembra, como nosotros, los animales y las plantas- añadió.
- ¿Y cómo puedo saber cuándo una montaña es macho o hembra?- preguntó el niño, mientras observaba como la Mama Tungurahua arrojaba un hongo gris al cielo.
-Mira con atención la cima, si tiene forma de media luna como la Mama Quilla es hembra, si tiene cualquier otra es macho - respondió el Yachak, que en cambio no quitaba los ojos del tayta Chimborazo, que aparecía diáfano en el horizonte.
- ¿Y hay montañas buenas y malas?- cuestionó el niño.
- El bien y el mal no existe- dijo el Yachak apacible–. Los seres de conciencia luminosa, sutil, ligera, están viviendo en lugares más hacia el cielo, como los Apus que rodean la comunidad ¿Entiendes? En cambio las fuerzas que son materiales, más densas, pesadas, están viviendo en lugares hacia la tierra. Pero estas dos son necesarias para la existencia: las energías negativas equilibran, sin la noche no hay el día, sin luz no hay oscuridad. Los Apus son seres que necesitan una casa en dónde vivir…
-¿Viven en los cerros?- interrumpió el niño atónito.
- Exacto - exclamó el Yachak entusiasmado por la inteligencia del pequeño-. Por eso son guardianes de su hogar, igualito como tú y yo, que protegemos nuestra casa. Por eso has de haber escuchado: hay algunos que han ido a la montaña sin respeto y nunca regresaron.
   -¿Y los cerros se casan entre sí?- preguntó el wambra ruborizándose de su propia audacia.
   - Claro que sí- exclamó el Yachak mirándole directo a los ojos-. La mama Tungurahua es la ''bella que vomita fuego'' y erupciona cada vez que tiene ira, porque se pone celosa de su esposo el tayta Chimborazo. Según cuentan nuestros abuelos, antes de casarse con ella, el tayta tuvo que pelear en batallas que se recuerdan hasta ahora, y fue para merecer su amor.
   -¿En serio? ¿Y con quién peleó?-dijo el niño sorprendido.
   El hombre de blanco se acomodó sobre sí mismo.
- Mi abuelo me contó que la primera batalla fue contra el tayta Cotopaxi, pelearon durante años con erupciones constantes para merecer a la hermosa Tungurahua. Después, el tayta Chimborazo tuvo que defender su amor frente al Kariwayrazu; se lanzaron rocas entre sí, hasta que el tayta por su grandeza, le dio un trompón y por eso su vecino se quedó chiquito. Lo mismo pasó con el Tulabuk, la mama Tungurahua le coqueteaba, el Taita se enojó muchísimo, cosa que la tierra se quedó temblando cuando le atacó con furia, dejándole al pobre Tulabuk del tamaño que le conoces. Más antes había sido casi del porte del Chimborazo.
  -¿Y se peleó también con el Altar?- preguntó el niño curioso.
 -Nuestros ancestros lo llamaban Kapak Urku, y cuando la bella Tungurahua le sonrió, el anciano de nieve, que ese tiempo no era tan anciano, tuvo que librar la batalla más feroz de todas ¿Tienes idea del tamaño que debió tener el tayta Kapak Urku? Pero de todos modos el Chimborazo ganó, al final fue el justo merecedor de su mano en matrimonio. 
 -Entonces el tayta Chimborazo tiene hijos- concluyó el niño.
 -Todos somos sus hijos, él es nuestro padre que permite las cosechas, cuando se enoja nos caen heladas y no tenemos qué comer, pero él es sensible…- manifestó señalando al coloso.
 -No me refería a eso, yo digo hijos que sean cerros- aclaró el pequeño.
Bueno, del matrimonio nació el wawa Pichincha. Cuando llora, la mama le contesta. Por eso, luego de muchos años de tranquilidad, los dos entran en erupción al mismo tiempo. Además, los mayores contaban que a los esposos les gusta jugar a la baraja con cartas de oro, y que tienen una cueva con tesoros que tú y yo no podemos imaginar, incluso dicen que existe una ciudad de oro puro en su interior – calló por un segundo, dirigiendo la mirada a la mama Tungurahua-. Y cuando el tayta quiere acariciarle, le envía rayos de luz en las noches de luna llena- añadió.
- Pero me contaste que la mama Tungurahua se pone celosa- afirmó el niño, tratando de adivinar el punto en el que el Yachak había fijado la mirada.
- Es que el Chimborazo tiene muchos hijos fuera del matrimonio-manifestó volviéndose al niño-. Una vez me contaron, que una wambra estaba pastando ganado en páramo de Chukipogio, cuando encontró un frejol blanco que brillaba con intensidad, pensó que era hermoso, así que lo guardó dentro de su faja. Contaban. Durante la noche el frejol blanco penetró su piel, se deslizó hasta sus entrañas. Después de nueve meses, dio a luz un niño de ojos azules como el cielo y de cabello blanco como la nieve. Por eso la mama es celosa, y cuando se enoja le bota ceniza en su cara blanca.
 -El tayta ha sido un bandido- se rió el niño- ¿Y nunca le ha engañado con otro cerro?
 - Un día vinieron a visitarle Iliniza y Tionilsa, su esposa ardiendo en celos las atacó con tanto coraje, que las dejó feas para siempre- dijo el Yachak-. Eran solo amigos, pero la mama Tungurahua es tan bella como celosa. Además como cualquier dama, es impredecible, tiene sus períodos, momentos difíciles y ritmos. Cuando seas más grande lo entenderás-aclaró-. Dicen que cuando está cerca el Carnaval, se pone nerviosa, inquieta, porque es tan carnavalera que se queda festejando hasta el chuchaqui del miércoles de ceniza. Los otros meses, en cambio, permanece serena, descansando de tanto trajín.

   - Yo quiero conocer la ciudad de oro al interior del Chimborazo- afirmó el niño. 
   - Si respetas al tayta, y le tratas como el ser vivo, que de hecho es, seguro algún día la visitaras – concluyó el Yachak.
   Cuando la conversación terminó regresaron juntos a la comunidad.  El niño nunca más habría de pensar que las montañas son simples acumulaciones de tierra, que no permiten ver el horizonte.
Adaptación literaria de Jorge Dávila Vázquez
Fuente: Leyendas Ecuatorianas y su relación con el Sumak Kawsay

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