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miércoles, 13 de enero de 2016

Pueblo Jesuítico de Loreto: el de la Primera imprenta del Río de la Plata, Juan Yaparí y el Padre Antonio Ruíz de Montoya

Escribe: Julio Alejo Gómez (Periodista, profesor de Historia y miembro de la Junta de Estudios Históricos de Misiones).

Fundada por los jesuitas José Cataldino y Simón Masseta en 1610, luego de las transmigraciones impuestas por los ataques bandeirantes, la reducción de Loreto se asentó definitivamente en 1686.


Populosa para la época, alcanzó los seis mil habitantes y llegó a contar con barrios bien diferenciados, denominados Pirapó, Los Ángeles, Encarnación y San Javier.

Sus vecinos se disputaban cristianamente y a veces no tanto, la organización de las principales festividades religiosas, ocasiones en que junto a los curas se lucían caciques como Marcos Tacuarí, Bartolomé Pará, Nicolás Moroatá o José Ariapú.

Loreto, hoy
Como en cada una de las reducciones guaraníes, también en Loreto el edificio de la iglesia dominaba toda la misión. Levantada por el hermano arquitecto José Brasanelli, quien además dirigió la construcción de los templos de Santa Ana, San Ignacio y San Javier, la majestuosa catedral de Loreto de 75 varas de largo por 30 de ancho (vara =0, 84 metros) constaba de tres naves, paredes de piedra, techo de madera cubierto de tejas, un altar mayor adornado con diez hermosas estatuas y otros cuatro retablos laterales con imágenes. Sobre la puerta principal una estatua de Nuestra Señora.

Fue entre sus muros donde el padre Claudio Ruyer ofició la misa de acción de gracias y trazó la estrategia que derivó en la gran Victoria de Mbororé. Sus campanas doblaron a triunfo en aquellos heroicos días de la Semana Santa de 1641. Fue entonces, que los guaraníes tallaron en madera una imagen de la Virgen María, e iniciaron su adoración bajo la advocación de "Nuestra Señora de Mbororé". 


Pero Loreto encierra dos historias excepcionales. Allí se construyó y funcionó la primera imprenta del Río de la Plata, y además, bajo los bloques de asperón rojo derrumbados por el tiempo, descansan los restos de un insigne y devoto varón, el padre Antonio Ruiz de Montoya.

La imprenta
Con recortes de hierros viejos nuevamente trabajados, madera del monte misionero y gracias a una aleación de plomo y estaño, los jesuitas Juan Bautista Neumann y José Serrano diseñaron un prensa que permitió, en el año 1700, la edición del primer libro impreso en estas latitudes: "El Martirologio Romano".

La provincia de Misiones solicitó la devolución de la Primera Imprenta del Río de la Plata según se enmarca en la Ley Provincial VI - N° 145 en la cual se la declara Patrimonio Cultural Misionero
La imprenta histórica fue construida íntegramente en la Reducción Jesuítica de Loreto a fines del siglo XVII por los padres Juan Bautista Neumann y José Serrano. Ese equipo fue pionero en el territorio del Virreinato del Río de la Plata, ya que recién 65 años después comenzó a funcionar la imprenta de Córdoba, cuando ni en Buenos Aires, ni en Asunción, ni en Santiago de Chile existían aparatos de este tipo.
Las investigaciones indican que hacia 1784 el Virrey del Río de la Plata, Marques de Loreto mandó a buscar a la “Imprenta Guaranítica Misionera” para hacerla instalar en Buenos Aires, donde fue preservada hasta ahora (en el Cabildo).
Cinco años más tarde apareció una segunda obra. "De la diferencia entre lo temporal y lo eterno", del padre Juan Eusebio Nieremberg. Con ilustraciones realizadas por un artista aborigen, el maestro Juan Yaparí, sus 67 viñetas xilografiadas casi en su totalidad, y las 43 láminas, son demostrativas de una labor artesanal y hasta primorosa de jesuitas y guaraníes.

De la diferencia de lo temporal y lo eterno. Por Juan Yaparí
El padre Montoya
Nacido en la Lima de los incas y los virreyes en 1582, Antonio Ruiz de Montoya encauzó su vocación religiosa ingresando a la Orden de Jesús y brindándose de lleno a la evangelización. 

Ya como cura de la reducción de Loreto, en 1621 fue testigo de la crueldad de los bandeirantes paulistas, que en busca de mano de obra esclava, mataban y secuestraban a los aborígenes impunemente.

Devenido en una suerte de Moisés sudamericano, el padre Montoya condujo en 1631 el gran éxodo de más de 12 mil indígenas hacia las márgenes del arroyo Yabebirí para escapar de los mamelucos. Como superior general de las Reducciones del Paraná y Uruguay, su apostolado lo llevó ante el mismísimo rey de España, a quién relató las crueldades de los bandeirantes y de quien obtuvo la autorización para armar a las reducciones en su defensa. Escritor, a su "Conquista Espiritual", se suman varios "Memoriales" y el "Vocabulario de la lengua guaraní", éstos dos últimos impresos en la misión de Santa María la Mayor.

Según el historiador jesuita Guillermo Furlong, “en 1651 hallándose en Lima a su regreso de España, terminó Ruiz de Montoya se heroica vida, pero los indios que tanto lo apreciaban y admiraban, fueron hasta la capital peruana, exigieron la entrega de sus mortales despojos y los condujeron hasta Loreto, donde los sepultaron”.


Antonio Ruíz de Montoya
Sólo el silencio impera hoy en los solitarios rincones de piedra que otrora fueran templos, talleres, colegios y hogares llenos de murmullos nativos y cristianas letanías.


Pero, acaso ese sobrecogedor silencio sea, junto con las piedras, el mayor homenaje - en el arranque de un nuevo siglo- a ese devoto varón que, desde su eterno descanso, santifica la roja tierra misionera.

Fuente: Diario el Territorio (Posadas) – 18 de Noviembre de 2.010
 

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