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Nuestras culturas originarias guardan una gran sabiduría. Ellos saben del vivir en armonía con la naturaleza y han aprendido a conocer sus secretos y utilizarlos en beneficio de todos. Algunos los ven como si fueran pasado sin comprender que sin ellos es imposible el futuro.

sábado, 15 de noviembre de 2025

ANDRESITO: EL PUENTE VIVO ENTRE BELGRANO Y ARTGAS .- ROBERTO ARNAIZ


Hay nombres que no necesitan monumentos ni bronce encerado. Caminan solos, como sombras obstinadas perseguidas por el tiempo, por el humo de los incendios y por los gritos de las derrotas. Uno de esos nombres es Andresito. Si uno repite despacio: Andrés Guaçurari y Artigas, parece que el monte se agita.

Es 30 de noviembre de 1778. En la reducción jesuítica de Santo Tomé, en la entonces Gobernación de Misiones del flamante Virreinato del Río de la Plata, nace un gurí guaraní que no figura en los partes militares ni en los registros prolijos de la burocracia colonial. El monte, sin embargo, lo registra a su modo: un chico moreno, descalzo, con ojos de brasas, que corre entre muros jesuíticos que ya empiezan a resquebrajarse.

Los historiadores se pelean por el lugar exacto de su nacimiento. Algunos lo ponen en Santo Tomé; otros, como recuerdan cronistas de Río Grande do Sul, lo reclaman para São Borja. Felipe Pigna lo sintetiza: “Lo conocimos cuando empezó a pelear de verdad”. En estas tierras, nadie nace hasta que entra en la guerra.

Entre 1780 y 1800, Andresito crece en un mundo partido: los restos de la organización jesuítica —cabildos indígenas, hornos de hierro, plantaciones de yerba mate— y, del otro lado, el avance brutal de comerciantes blancos, esclavistas y militares. En esos pueblos se mezclan letanías en latín con gritos en guaraní, campanas con látigos, misas solemnes con partidas de apresamiento. En ese clima, Andresito aprende a leer y escribir: un gesto casi revolucionario para un guaraní de 1800.

En 1810 estalla la Revolución de Mayo. Y aquí aparece el puente que une tres mundos: Belgrano, Artigas y Andresito.

Manuel Belgrano —primer líder revolucionario que entendió la capacidad política del pueblo guaraní— redacta en diciembre de 1810 el Reglamento para los 30 Pueblos de Misiones, un documento adelantado medio siglo a su tiempo. Allí establece cabildos elegidos por los propios indígenas, preservación de tierras comunales, control local de la producción yerbatera y educación indígena. Proclama, además, que los indios son ciudadanos con derechos plenos. Ese reglamento abre la puerta para que, cinco años después, un guaraní pueda gobernar.

Cuando Belgrano parte hacia el Paraguay en 1811, Andresito lo acompaña. De ese viaje absorbe ideas que nunca abandonará: cabildos fuertes, defensa de la tierra comunal, dignidad del trabajo indígena y autonomía política. Cuando en 1812 Belgrano es desplazado por Rondeau, Andresito no duda: sigue a Artigas, quien retoma y profundiza el proyecto social trazado por Belgrano

El encuentro con Artigas en 1814 es decisivo. Artigas, ya Jefe de los Orientales y líder de la Liga de los Pueblos Libres, reconoce en Andresito una lucidez política inusual. Lo adopta, le da su apellido y lo legitima como oficial. En 1815 lo nombra Comandante General de Misiones, convirtiéndolo en el primer —y único— gobernador indígena de nuestra historia

Ese año, señalado por historiadores como Azcuy Ameghino y José María Rosa, marca un hito. Mientras el Congreso de Oriente flamea con la bandera artiguista, Andresito recupera Candelaria, Santa Ana, San Ignacio, Loreto y Corpus. Restituye cabildos indígenas, impulsa la producción yerbatera y organiza talleres, hornos y arsenales. Su gobierno no es épica de fogón: es administración concreta. “Abolió la servidumbre y repartió tierras a los desposeídos”, resume Pigna. Y lo hizo aplicando la máxima artiguista: “Que los más infelices sean los más privilegiados”.

Pero desde el norte avanza el monstruo lusobrasileño. El 27 de junio de 1816, Portugal autoriza formalmente la invasión. El 19 de enero de 1817, Lecor desembarca en Montevideo, mientras Chagas Santos arrasa La Cruz, Yapeyú, Santo Tomé, Mártires, Santa María, San Ignacio Miní, Apóstoles y San Carlos.

Andresito responde. El 12 de septiembre de 1816 cruza el Uruguay por Itaquí con mil hombres. Derrota a los invasores en San Juan Viejo y Rincón de la Cruz. El 21 de septiembre sitia São Borja con 2.500 voluntarios. Su prudencia —demorar el ataque para evitar matar civiles— permite al enemigo rearmarse.

En 1817, lejos de rendirse, reorganiza mil jinetes guaraníes y concentra fuerzas en Apóstoles. El 2 de julio se libra la batalla del mismo nombre, donde Andresito derrota a Chagas en una de las grandes victorias olvidadas del federalismo. Ese mismo año, Artigas le ordena marchar sobre Corrientes para reponer al gobernador Méndez, desplazado por un golpe unitario. Andresito entra con dos mil guaraníes y la flotilla del corsario Peter Campbell.

En 1819, tras ocupar San Nicolás y San Luis Gonzaga, enfrenta una contraofensiva masiva. El 6 de junio, en Itacurubí, sufre una derrota devastadora. Muere el ruvichá Vicente Tiraparé. Intentando cruzar el Uruguay, es capturado el 24 de junio de 1819.

Lo trasladan envuelto en cuero crudo, que al secarse le impide respirar. Lo llevan a Porto Alegre y luego a los calabozos húmedos de la Ilha das Cobras, en Río de Janeiro. No hay acta de defunción, pero todo indica que muere allí, hacia 1821.

La historiografía mitrista intenta borrarlo: no hay lugar para un indio caudillo, hijo adoptivo de Artigas, ejecutor del proyecto social de Belgrano y enemigo feroz del centralismo porteño.

Pero el nombre sobrevive. Corre de boca en boca, de fogón en fogón. En 2008, el Congreso reconoce su grado militar. En 2012, Misiones lo declara prócer. En 2014, la Ley Nacional 27.116 lo consagra Héroe Nacional y General post mortem. Ese mismo año, Misiones levanta un coloso de hierro en su honor, y el 30 de noviembre se fija como Día Nacional del Mate, en memoria del niño guaraní que llegó a ser gobernador.

Andresito no fue una sombra perdida en los montes misioneros. Fue el puente vivo entre Belgrano y Artigas. El heredero práctico de un proyecto político que quiso cambiar el destino de los pueblos guaraníes. Y aunque los imperios lo ahogaron en silencio, su nombre sigue respirando en cada yerbal, en cada río rojo y en cada historia que se niega a morir.

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