¿Imaginas al depredador terrestre más poderoso de América usando su cola como caña de pescar, moviéndola sobre el agua como si fuera un señuelo vivo?
Durante siglos, comunidades indígenas de la Amazonía han contado historias de jaguares sentados en silencio en la orilla, dejando caer la punta de su larga cola en el río y agitándola suavemente. Peces curiosos, confundiendo el movimiento con la caída de un fruto o un insecto, se acercan. Un segundo después, solo hay un chapuzón y un zarpazo.
Durante mucho tiempo, la ciencia occidental trató estos relatos como simple folklore. Hasta que empezaron a acumularse descripciones en crónicas de viaje.
En 1854, el oficial estadounidense William Lewis Herndon recogió el testimonio de un ingeniero francés que aseguró haber visto a un jaguar golpear el agua con la cola y, en el mismo gesto, atrapar peces que acudían al ruido. Décadas más tarde, el zoólogo E. W. Gudger reunió estos y otros relatos en un artículo clásico de Journal of Mammalogy, planteando la pregunta incómoda: ¿y si los jaguares realmente usan la cola como señuelo de pesca?
Hoy, instituciones y medios científicos divulgativos describen a los jaguares como excelentes pescadores que a veces sumergen la cola para atraer peces.
La evidencia sigue siendo rara y difícil de registrar en video, pero encaja con lo que sí sabemos de la especie: adoran el agua, son nadadores potentes y su dieta incluye peces, tortugas y caimanes.
Si este “anzuelo de cola” es una conducta habitual o un truco aprendido solo por algunos individuos, nadie lo sabe con certeza. Lo que sí revela es algo profundo: un gran felino capaz no solo de aplastar cráneos con una de las mordidas más poderosas de su familia, sino también de manipular el comportamiento de sus presas imitando señales del entorno.
El jaguar no es solo fuerza bruta. Es ingeniería de comportamiento escondida en la penumbra de los ríos, donde una cola que ondula sobre el agua puede decidir quién cena y quién es la cena.

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