No nos pertenece.
Ni el aire que respiramos,
ni el suelo que pisamos,
ni el agua que corre por nuestros dedos.
La Tierra no es nuestra herencia:
es un préstamo de quienes aún no han nacido.
Hoy no se trata solo de sembrar un árbol o apagar una luz.
Se trata de recordar que todo lo que nos rodea respira, lucha, resiste…
como un estoico silencioso que sufre en silencio nuestras decisiones.
La Tierra enseña con firmeza:
no grita, no reclama, pero tampoco olvida.
Cada sequía, cada incendio, cada especie que desaparece,
es una carta que nos escribe sin tinta… y aún así no la leemos.
Que este día no sea un símbolo, sino un principio.
Un principio de respeto, de sobriedad,
de ese valor tan estoico que el mundo ha olvidado:
el cuidado consciente del destino compartido.
No heredas la Tierra de tus ancestros; la tomas prestada de tus hijos.
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