En 1790, la efigie de la deidad o patrona Tenochca Coatlicue fue hallada por accidente en la Ciudad de México. El enorme bloque de piedra, donde habían sido labradas serpientes y calaveras, cautivó y horrorizó a sus testigos.
Fue llevado a la Universidad pontificia (hoy ya no existe el predio), donde se exhibió por poco tiempo. Las autoridades novohispanas temieron que su presencia reactivara la antigua fe de los antiguos habitantes. Además, esa expresión estética y religiosa del mundo prehispánico causó un impacto cercano al terror. La diosa volvió a ser sepultada.
En 1804, durante su estancia en la Ciudad de México, Alexander von Humboldt, que había leído acerca de la Coatlicue, pidió autorización para verla. Por unos días la estatua volvió a la superficie de la tierra. Sólo a partir del siglo XIX su inquietante figura se convirtió en objeto de estudio y paulatina admiración.
Según Justino Fernández, fue elaborada hacia 1454, aunque Esther Pasztory propone que se esculpió para la celebración del fuego nuevo de 1506. Esta última versión me parece más probable, puesto que correspondería al momento en que los mexicas, ya asentados en Tenochtitlan, utilizaron diversas obras de arte y arquitectura para transmitir mensajes de consolidación de su poder político.
La complejidad simbólica de este monumento se explica históricamente porque, en el momento de su ejecución, cumplió el propósito de convertirse en un mensaje de poderío espiritual, en un instrumento de la poderosa élite mexica para manipular el tiempo y el espacio. Así, esta élite se consolidaba como legítima conductora de los destinos de los territorios dominados que habrían de configurar a México. La monumental Coatlicue es una escultura compleja; su múltiple simbolismo amalgama conceptos de tal profundidad esotérica, que sirvió de base ideológica para la consolidación del Estado mexica. Además de poseer un profundo sentido religioso, fue utilizada, junto con otros monumentos, como instrumento ideológico y político.
Créditos para Tlatoani Ahuitzotl e Ignacio Estrada
Referencias:
Uriarte, María Teresa, “Coatlicue imagen de consolidación del Estado mexica”, Arqueología Mexicana, núm. 55, pp. 68-69.
Villoro, Juan, “Una linterna alumbra el pasado”, Arqueología Mexicana, edición especial, núm. 95, pp. 14-29.
Compartido por Tlatoani Ahuitzotl
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