Escrito por Teresa Sofía Buscaglia
Son madres, abuelas, esposas, novias, hijas, hermanas de los combatientes; aunque vivieron la angustia y las
heridas del conflicto armado, de ellas la historia no habla.
Las mujeres de
Malvinas en una vigilia el 2 de abril pasado en San Andrés de Giles, provincia
de Buenos AiresCrédito: Patricio Pidal/AFV
Ellas son las que
esperan, las que sostienen, las que reciben, las que curan las heridas, las que
los hacen renacer. De ellas la historia casi nunca habla. Para muchos, son
invisibles, porque permanecieron en silencio todos estos años. Aquel 2 de abril de 1982,
con una mezcla de orgullo y angustia, ellas sentían que las cosas no estaban
bien, a pesar de la euforia general. Ellas son madres, esposas, hijas,
hermanas, novias, amigas, primas, abuelas... Todas vivieron el mismo dolor y
tuvieron la misma esperanza: que sus guerreros, los hombres que fueron a
Malvinas, vuelvan con vida. Como sea, pero que vuelvan. Algunas pudieron hacer
realidad su deseo. Otras, no.
Todas vivieron el
mismo dolor y tuvieron la misma esperanza: que sus guerreros, los hombres que
fueron a Malvinas, vuelvan con vida.
"Papi, andá
hablar al club, deciles que me guarden el puesto de arquero, cuando vuelva
quiero defender los colores del club así como ahora estoy defendiendo la
Patria", escribía Marcelo Daniel Massad desde las islas Malvinas en mayo
de 1982, soñando con regresar a las inferiores de Banfield, donde jugaba. Pero
nunca volvió. Como tantos soldados que fueron a las islas, Marcelo cumplía su
servicio militar obligatorio en el Regimiento 7 de La Plata. Estaban por darle
la baja, pero lo retuvieron sin explicarle por qué, recuerda su mamá, Dalal Abd
de Massad. "Él estaba contento, decía que iba a defender a la Patria.
Nunca demostró miedo. Vivimos esos momentos con ilusión porque se habían
recuperado las Malvinas. Pero cuando partió el camión, sentí una desazón
tremenda. Mi corazón de madre sintió una puñalada. Rezaba y lloraba. Se
mezclaban las alegrías con las tristezas."
"Cuando partió
el camión, sentí una desazón tremenda. Mi corazón de madre sintió una puñalada.
Rezaba y lloraba. Se mezclaban las alegrías con las tristezas."
Muchas de las cartas
que ellas les escribieron nunca les llegaron. Las que ellas recibían, sin
embargo, coincidían en transmitir ánimo y decirles que estaban bien, que pronto
se volverían a ver. Algunos de ellos contaban que tenían frío y hambre, pero
aclaraban que estaban orgullosos de defender la Bandera, con mayúscula.
"La única forma de saber de ellos era por los diarios y la
televisión", agrega la mamá de Marcelo Daniel Massad. "Cuando el 1°
de mayo nos enteramos del primer bombardeo inglés, nos estremecimos. Sentimos
que ese crimen de guerra era el comienzo de cosas peores. En la noche del 11 de
junio, a mi hijo le habían dado la orden de repliegue, pero él quiso avisarles
a los compañeros que habían avanzado y, en ese intento, una ráfaga de
ametralladora le dio en el pecho. Al partir, yo le había dado un rosario
blanco, y en Malvinas le dieron otro de color marrón. Él unió ambos para rezar
con los chicos. Cuando lo fueron a buscar, el sargento que estaba en su grupo
lo reconoció por su rosario."
Al igual que
muchísimas madres, Dalal tuvo que esperar muchos días desde la capitulación del
14 de junio hasta saber qué había pasado con su hijo. Nadie los llamó ni
apareció. Recién lo supo 10 días más tarde. Les pidieron disculpas: "Todo
es confuso, no sabemos cómo manejarlo", le dijeron. Luego le entregaron el
rosario de su hijo. "Desde ese momento no hubo odio ni rencor. Sólo amor,
porque pensamos que si él dio todo ese amor por la Patria, nosotros no vamos a
ser menos acá. Son 649 caídos, aunque nuestro hijo sea sólo uno. Nuestra vida
continuó gracias a la causa Malvinas", concluye Dalal.
En el caso de Susana
Maier de Triers, las cosas fueron un poco diferentes. Si bien el dolor y la
angustia fueron iguales para todas estas mujeres a las que la guerra bombardeó
sus hogares, Susana pudo volver a ver a Esteban, que había partido a la guerra
al poco tiempo de haber comenzado a cursar su carrera de Ingeniería.
"Cuando lo llamaron, nos dio mucha emoción porque habíamos recuperado las
islas. No tuvimos tiempo de ir a despedirlo al regimiento. Cuando se fue de
casa, recuerdo que insistí en que llevara un pullover y un cepillo de
dientes", detalla Susana.
"En sus cartas,
siempre era optimista, decía que estaban bien, que era muy húmedo, que hacía
frío, pero nunca nos transmitió desesperación. Mientras él estaba allá, yo
lloraba mucho en mi casa, regaba el jardín con mis lágrimas, pero cuando salía
a la calle, me mostraba fuerte. Tenía fe en que Dios lo traería de vuelta a
casa", agrega.
"Regaba el
jardín con mis lágrimas, pero cuando salía a la calle, me mostraba fuerte.
Tenía fe en que Dios lo traería de vuelta a casa"
Esteban Triers tardó
20 años en empezar a hablar. Desde 2002 conduce un programa en Radio Soldados
junto a otro ex combatiente de Malvinas con quien invitan a pensar, debatir y
entender el tema de la soberanía sobre aquellas islas desde un lugar más
optimista, resaltando el orgullo de haber participado.
En 1982, muchos de
los actuales veteranos de guerra tenían novias y algunos hasta se habían casado
e incluso ya tenían hijos. Estas mujeres novias, esposas y madres debieron
madurar de golpe. Luego de la euforia y la celebración de los primeros días, la
confusión y la desinformación empezaron a silenciar a la sociedad argentina y
nadie entendía bien qué estaba sucediendo en las islas. La propaganda oficial
dibujaba un panorama triunfal inexistente, pero nada de lo que informaban se
podía comprobar ni discutir. No había comunicaciones telefónicas entre los
combatientes y sus familias y eso aumentaba la incertidumbre.
Gabriela Castagna
pertenece a una familia de militares y en mayo de 1981 se casó con Alejandro
Arrojo, que recién recibido de subteniente integraba el Regimiento 6 de
Infantería, en Villa Mercedes, San Luis. Ella tenía sólo 21 años y él, 22. En
su primer aniversario de casados ya tenían una hija de dos meses, pero su
marido estaba en Malvinas. "La guerra se sufre igual desde cualquier
lugar. Yo estaba muy enojada con la gente que celebraba la guerra porque no
sabían lo que era vivir la angustia de perder a alguien. La guerra te
transforma, lo único que me importaba era que mi marido se salvara, nada más.
Cada vez que tocaban el timbre, no quería salir porque no quería que nadie me
avisara nada", dice Gabriela.
El final de la
guerra fue abrupto y su marido volvió a casa, pero sus vidas habían cambiado,
la guerra iría doliendo cada vez más con el paso del tiempo. "Mi marido
jamás contó nada. Hasta el día de hoy no sabemos qué vivió allá. Cuando
regresaron, llegaron en una noche oscura, como castigados, estaban destruidos
física y mentalmente. Yo recién lo vi cuatro días después de saber que ya
estaba en el regimiento. Volvió cambiado, dolido por haber tenido que rendirse.
Yo crecí de golpe, estaba orgullosa de él, pero fue difícil, porque no sabía
qué hacer, no nos habían preparado para algo así. Muchas mujeres alrededor mío
habían perdido a sus maridos y el sufrimiento era mucho, sumado a la sensación
de derrota y castigo social por ser militares", concluye.
"Mi marido
jamás contó nada. Hasta el día de hoy no sabemos qué vivió allá."
La Argentina tuvo
649 bajas y 1085 heridos, de acuerdo con los datos oficiales. A estos números
tan dolorosos habría que sumar los más de 500 suicidios que hubo en estas tres
décadas, según denuncian los diferentes organismos de ex combatientes.
Depresión, estrés postraumático y diferentes adicciones afectaron a cientos de
estos jóvenes que nunca se imaginaron vivir aquel infierno.
Depresión, estrés
postraumático y diferentes adicciones afectaron a cientos de estos jóvenes que
nunca se imaginaron vivir aquel infierno.
El Estado no supo
darles contención de ningún tipo a su regreso, incluido el cuidado médico y
psiquiátrico que necesitaban. La inequidad social también los afectó, ya que
muchos soldados provenían de sectores sociales de pocos recursos y les costaba
reinsertarse en el mundo laboral. Luego de 30 años de finalizada la guerra, en
abril de 2012, recién se inauguró el Centro de Salud para Veteranos de Guerra,
para darles atención médica y psiquiátrica integral, a donde muchas mujeres
acompañan a sus familiares ex combatientes, que necesitan sanar sus heridas.
Éste es el caso de
Adriana, esposa de Carlos Correa, que hacia 1981 hizo el servicio militar en el
Regimiento 3 de Infantería de La Tablada. Ambos tenían 19 años y un bebe cuando
él fue llamado a reincorporarse y partió a Malvinas. No llegaron a despedirse.
Adriana sintió un gran desamparo y se fue a vivir a lo de su papá con su
pequeño hijo, hasta que él volviera.
"Fue tan fuerte
todo lo que estaba pasando que no supe que estaba embarazada de cuatro meses.
Conseguí trabajo, quería mantener la casa para cuando él regresara. Yo siempre
tuve fe en que Dios me lo devolvería sin secuelas físicas ni psíquicas graves.
Cuando llegó, al principio lo veía bien, pero una psicóloga nos dijo que no lo
presionaran con preguntas, que le diéramos tiempo para hablar de lo que él
quisiera. Durante los primeros meses, yo lo despertaba a mitad de la noche
porque estaba empapado en sudor y hablaba en sueños. Me empezó a contar de los
bombardeos y de la falta de comida. Uno de sus recuerdos más nítidos fue
cuando, durante un bombardeo, él y otros soldados se refugiaron en un galpón y
encontraron toneladas de comida en latas. El hambre era tan intensa que
abrieron las latas con las bayonetas y comieron con una avidez casi animal.
Estas vivencias no pasan sin dejar secuelas, pero recién hace un año hizo
terapia con un profesional del Centro de Veteranos. La mejoría fue notable,
gracias a Dios." Carlos Correa se reúne con los ex combatientes cada dos
meses y no quiere volver a Malvinas mientras haya que ingresar con pasaporte. Junto
a Adriana, formaron una familia con dos hijos que fueron compartiendo las
anécdotas de la guerra a medida que su papá les fue contando.
El martes 13 de
abril de 1982, María Fernanda Araujo tenía 9 años y, sin imaginarlo, saludó por
última vez a su hermano Elbio, que se había presentado voluntariamente en el
Regimiento 7 de La Plata. Desde los portones, esa tarde, ella y sus padres
vieron salir camiones y soldados cantando "Volveremos, volveremos. Vamos a
ganar". Él la saludó con un pulgar hacia arriba y una sonrisa. Iba
orgulloso a luchar por su país y así lo describe en una carta que les mandó un
par de meses más tarde. "Quédense todos tranquilos que el soldado Araujo
monta guardia por la Argentina (la de todos), próspera y soberana y que es fiel
a su juramento."
Elbio Araujo murió
el 11 de junio tras un bombardeo a la trinchera donde él estaba. Al igual que
la familia Massad, los Araujo no tuvieron noticias hasta días después de que
los soldados arribaron a Campo de Mayo. "La misma bomba que le cayó a mi
hermano le cayó a mi hogar, porque nunca volvió a ser el mismo. Tuvimos muchos
años de tristeza, de búsqueda, de saber qué pasó. Toda esa tristeza la
transformamos en amor, en obra. Nos duele cuando escuchamos que les dicen «esos
pobres chicos». Desde que empuñó un arma, mi hermano era un soldado que fue a
defender a la Patria, era un gran hombre, y por eso queremos que se recuerden
el valor y el coraje que tuvo en Malvinas", aclara María Fernanda. "A
las mujeres nos dan la fuerza para parir y también para seguir. Mi papá se
apagó, pero mi mamá fue más fuerte y homenajear a su hijo la hizo salir
adelante. Ésa fue su obra para tenerlo presente con ella."
Los hijos de quienes
fueron a Malvinas hoy tienen entre 20 y 40 años. Son jóvenes y todos sienten un
orgullo muy fuerte por lo que hicieron sus padres. Andrea Cachón tiene 37 años
y era muy pequeña cuando su papá, Carlos Cachón, partió a la guerra como primer
teniente de la 5» Brigada Aérea de Villa Mercedes, la misma que hundió el buque
inglés Sir Galahad y les provocó muchas bajas a los ingleses. "En Villa
Mercedes, los ex combatientes fueron bien recibidos al regresar de la guerra,
porque la unidad militar es muy querida. Pero él se sentía muy triste y eso
duró mucho tiempo. Siempre nos contó lo que vivió, sin esconder el temor que
sintió en muchos momentos, y así lo cuenta también en las escuelas a donde va a
dar charlas.. Siento mucho orgullo de él y así se lo enseño a mis hijos",
relata.
En el caso de
Jessica Codrington, de 26 años, ella aún no había nacido cuando estalló la
guerra. Su papá era piloto de la Fuerza Aérea y estaba en la IV Brigada Aérea,
en Mendoza. Con 25 años y recién casado, fue llamado para ir a combatir a las
islas. "Me da un orgullo inexplicable cada vez que él habla o se lo nombra
en un reconocimiento por la guerra. También siento admiración por mi mamá, por
la fortaleza que tuvo para sobrellevar todo eso, sólo teniendo 21 años y
acompañando con su amor a mi papá, en cada momento", dice Jessica, que es
diseñadora en Artes Visuales y aprovecha su formación profesional para
participar de distintos documentales y proyectos que rindan homenaje a los ex
combatientes. "No debemos olvidarnos de ellos. Todos los que fueron a
luchar estaban convencidos de que fue una causa justa. Hay que dejar de lado
los prejuicios y las diferencias ideológicas para conmemorarlos."
"No debemos
olvidarnos de ellos. Todos los que fueron a luchar estaban convencidos de que
fue una causa justa. Hay que dejar de lado los prejuicios y las diferencias
ideológicas para conmemorarlos."
Cuando en 2009 se
inauguró el Salón de la Mujer en la Casa de Gobierno, no había allí un lugar
para las mujeres de Malvinas.
María Fernanda Araujo le pidió a la Presidenta que incluyera, entre las allí
homenajeadas, la imagen de estas otras mujeres silenciosas
que dieron todo por Malvinas. Desde 2010, cuelga allí también una
foto de ellas, anónimas, de espaldas, ingresando al Cementerio de Darwin, para
reencontrarse con sus guerreros, que se quedaron allí.
Pensión para las
veteranas de la guerra
En marzo de este
año, la senadora por la provincia de La Rioja Hilda Aguirre de Soria presentó
un proyecto de ley para que las 13 mujeres que prestaron servicios como
enfermeras y asistentes de salud en la Guerra de Malvinas sean reconocidas como
veteranas de guerra y reciban una pensión correspondiente, tras la lectura de
la investigación que había realizado Alicia Panero, que tituló "Mujeres
invisibles".
Estas 13 mujeres
fueron silenciadas por la dictadura y olvidadas por la democracia. Algunas de
ellas tenían entre 15 y 18 años y vieron hechos terribles. Sufrieron de estrés
postraumático y de todas las afecciones que tuvieron los demás veteranos, pero
sin ayuda ni conocimiento de nadie. A diferencia de las enfermeras inglesas,
que eran profesionales y fueron condecoradas, las argentinas eran estudiantes,
algunas menores de edad, que recién estaban comenzando.
"Todas ellas
tuvieron una vida muy difícil, y por eso deseo que reciban una pensión y todos
los reconocimientos que se merecen. Han pasado por experiencias muy traumáticas
y lo más conmovedor es que estas experiencias no tienen sólo que ver con las
heridas de los soldados que debían curar, sino que aún tienen en sus oídos los
gritos de los soldados pidiendo por sus mamás", explica la senadora.
Fuente: Diario La
Nación (Argentina) – 6 de Abril de 2015
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