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Nuestras culturas originarias guardan una gran sabiduría. Ellos saben del vivir en armonía con la naturaleza y han aprendido a conocer sus secretos y utilizarlos en beneficio de todos. Algunos los ven como si fueran pasado sin comprender que sin ellos es imposible el futuro.

viernes, 1 de febrero de 2019

66 paraguayos fundaron la verdadera ciudad de Buenos Aires


Hace pocos años se conmemoró el cuarto aniversario de la fundación de Buenos Aires por Pedro de Mendoza.
 
Pero nos apuramos demasiado. El ansia de grabar nuestros nombres en el obelisco, nos hizo olvidar, que la verdadera, la auténtica, la única y eterna fundación legal de Buenos Aires fue la Juan de Garay. La otra fue un ensayo…

De modo, pues, que el 11 de junio de 1982 Buenos Aires podrá festejar sus cuatro siglos de vida luminosa, fecundada, directriz: La obra de Garay…

Un día oí decir al general Garmendia:

Benditos sean aquellos sesenta y seis paraguayos que en 1580 fundaron con cuatro vaquitas y un toro, esta enorme ciudad de Buenos Aires.

En efecto. Aquellos sesenta y seis heroicos compañeros de Juan de Garay, hombres y mujeres realizaron una hazaña que hoy se pierde en el murmullo de los autos y entre las cumbres de los rascacielos. Contemplando las tres dimensiones de la ciudad monstruosa, nos parece imposible que un puñado tan exiguo de seres humanos haya sido capaz de soñar este sueño.

BUENOS AIRES

La hazaña adquiere doble excelsitud si se considera el fracaso anterior de Pedro de Mendoza, que en 1536 fundó la Boca del Riachuelo, pues fue allí donde instaló su rancherío, arrasado 5 años después por azote de los indios y, sobre todo, abandonado por orden de Alonso de Cabrera, que exigió el desalojo absoluto del lugar.

Los habitantes, obligados al éxodo, dejaron con melancolía la tierra que a fuerza de labor empezaba a dar fruto, tuvieron que embarcarse con rumbo al Paraguay, llevándose sus bienes. Antes de partir incendiaron todo aquello que los querandíes no quisieron quemar.

– “Nos llevamos todo”- dijo uno de ellos- a excepción de los ríos y las estrellas”.

Se explica que la ciudad fundada por Mendoza, haya tenido ese fin tan dramático… Fue un cálculo mal hecho por Mendoza. Creada para servir transitoriamente, como refugio a los navíos que iban o venían del Paraguay, era una factoría. No nació inspirada en ningún alto pensamiento de porvenir, ni al amparo de ninguna belleza idealista. Mendoza no era un romántico como Juan de Garay. Era un viajante de comercio muy digno de respeto, que fundó la ciudad como los agentes de una gasolinera van instalando surtidores de combustible. Garay en cambio, al fundar Buenos Aires, la fundó ya futura.

Hallándose en la Asunción, en enero de 1580, Garay lanzó un bando anunciando que iba a fundar en el río de Solís una ciudad grandiosa, siempre que encontrase hombres y mujeres de ánimo aguerrido que quisieran soportar con él las penurias gloriosas de su gran disparate. Se necesitaba estar loco para meterse en la boca del lobo.

– Es mi noble deseo – afirmó- fundar una ciudad que no puedan deshacerla los hombres. Una ciudad que sea “Puerto de tierra”.

Frase estupenda, éuscara, española, varonil, quijotesca, guaranítica, gaucha y compadrona en la que transluce -antes de nacer- el alma popular de Buenos Aires ¡Frase que conmovió sin duda, a los sesenta y seis paraguayos - hijos e hijas- que se aprestaron a la odisea.

“En dos pequeños bergantines y algunas canoas -según cuenta la historia- la expedición comenzó a salir de la Asunción en febrero de 1580. Una parte de la gente -la que conducía los ganados- emprendió su camino por tierra a través de los montes, a pie y a caballo, luchando con las fieras y con las sabandijas”.

Admirable desfile de caminadores de la Biblia. Es fácil imaginarse la tragedia cinematográfica de aquel arriesgado y loco núcleo de titanes. Muchos llevaban al hombro las herramientas con que iban a construir su choza en la Ciudad Futura. Muchos llevaban en la escarcela de su cinturón las semillas de trigo que iban a sembrar en torno a su rancho. Así con la entereza de la juventud llegaron, por fin, al sitio donde está nuestra Plaza de Mayo. Y el 11 de Junio de 1580 Juan de Garay, rodeado de sesenta y seis conquistadores paraguayos fundó solemnemente la ciudad.

LA FUNDÓ YA FUTURA

Basta ver su croquis. En la mano que guió la péñola sobre el pergamino catastral se presiente al hombre de visión telescópica y profética. Qué diferencia con el fundador de 1536, Pedro de Mendoza construye un fuerte y lo circunda de murallas. Amontona, sin nociones elementales de urbanidad, a todos los pobladores dentro de las murallas, en ranchitos de paja. Se olvida, mejor dicho, no piensa en las calles ni caminos. No le preocupan los tiempos venideros. Qué le importa que Buenos Aires viva diez mil años o sesenta minutos? En el dibujo clásico de Schmidel, puede apreciarse la temporada de la construcción.

La forma poliédrica de la muralla no es más que una simple defensa medieval, improvisada para la guerra y no para el regreso. La piedra fundamental de la ciudad fundada por Mendoza es una horca.

En cambio Juan de Garay, funda la suya con altivez, sin miedo, sin premura, a la manera suave de quien traza un jardín. No construye murallas. No instaura el cadalso o “árbol de la justicia”. Planeada la ciudad cubista del porvenir, indiferente a la indiada que acecha a los sesenta y seis paraguayos con el asombro de los salvajes dominados por el violín maravilloso de Francisco Solano.

– Cuánto sois- pregunta Juan de Garay.

– Sesenta y seis entre hombres y mujeres.

Y como si se hubiera vuelto loco, dibuja la ciudad con espacio para tres millones de habitantes.

(En 1580 sueña en la realidad de 1940).

En su magno delirio de grandeza, Garay divide la planta urbana de Buenos Aires en 250 manzanas, a fin de que tenga, a cada lado exactamente 140 varas, separadas por calles de 11 varas de anchura. Enseguida secciona cada manzana en cuatro lotes o solares, entregando uno a cada poblador. Fuera del ejido subdivide las chacras, las quintas y las estancias para los fundadores.

Nombra las autoridades. Elige como patrono a San Martín Obispo, como si hubiera previsto al otro patrono: San Martín, general.

Y satisfecho de su obra, se acuesta a dormir para siempre. (Dormido lo matan los indios en el Baradero.)

Quizá mientras dormía soñaba:

“Fundar una ciudad que no puedan deshacerla los hombres”

Los criollos debieron levantar en el corazón de Buenos Aires, un monolito que dijera: “Sesenta y seis paraguayos”. Homenaje al Paraguay que nos legó su sangre.

Escrito por: JUAN JOSÉ DE SOIZA Y REILLY.

Fuente: Paraguay Péichante

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