Un espacio destinado a fomentar la investigación, la valoración, el conocimiento y la difusión de la cultura e historia de la milenaria Nación Guaraní y de los Pueblos Originarios.

Nuestras culturas originarias guardan una gran sabiduría. Ellos saben del vivir en armonía con la naturaleza y han aprendido a conocer sus secretos y utilizarlos en beneficio de todos. Algunos los ven como si fueran pasado sin comprender que sin ellos es imposible el futuro.

jueves, 31 de enero de 2013

El robo del Fuego – Relato Wichi


Recopilado por Alfredo METRAUX y   recreado por Miguel Angel   PALERMO.
                  
En los tiempos antiguos, luego del gran incendio que quemó toda la tierra, los árboles volvieron a crecer y todo estuvo como antes, menos una cosa: con Jualá ( el Sol ) tan enojado, ahora ya no había quien cocinara para la gente- en esa época puros animales- y después de tantas llamas nadie tenía el más mísero fueguito.

En realidad nadie no, porque el Jaguar -(vaya uno a saber cómo)- había conseguido hacer una buena fogata, que mantenía siempre encendida. Pero que el Jaguar tuviera fuego era lo mismo que nada, porque era tan bravo como amarrete y habían sido inútiles todos los ruegos que le habían hecho.


 "¡No!"- contestaba siempre que le pedían aunque fuera una brasita, nada más que una llamita, "¡No, no, y he dicho que no!".

Y los que habían ido como delegados de los demás animales se habían tenido que volver corriendo - o volando, según los casos- si habían sido muy insistentes, un bramido de esos que ponen los pelos de punta venía como respuesta, si lo impacientaban, y algunos más porfiados habían estado a punto de que les diera un zarpazo.

Viendo que era inútil pedir, los Animales decidieron sacarle el fuego.
Aunque no quisiera. "El que no quiere compartir- decían- no merece que lo respeten".
Pero como no había ninguno más fuerte que el Jaguar, tenía que ser cosa de astucia, nomás. Y tenía que ser mucha astucia, porque el Jaguar, además de no ser ningún sonso, estaba siempre vigilando.
El primero en probar fue un bicho que en el Chaco llaman Oculto y en otras partes del país Tucu-tucu, es un roedor del tamaño más o menos de una rata, pero con la cola más corta. Y ¿por qué le habrán puesto ese nombre? Le dicen así porque se pasa el día metido en sus cuevas, hace largas galerías subterráneas con entradas que abre y tapa cuando quiere, y sale nada más que de noche para buscar su comida. Nombre bien puesto: se la pasa oculto. Y ¿por qué hay quien lo llama Tucu-tucu? Por un ruido, una especie de retumbo (tucu-tucu justamente) que hace bajo tierra.
Buen cavador como era el Oculto pensó un plan bastante interesante: haría un túnel bien largo, que empezara donde el Jaguar no lo viera y acabara al lado de la fogata. Allí se asomaría despacio, sacaría una brasa, taparía el agujero y se volvería enseguida.
El plan era bueno, pero a último momento falló.

Es que, demasiado confiado, el Oculto hizo su famoso ruido -tucu-tucu- dentro del pasadizo y el Jaguar; que tiene muy buen oído, lo sintió. Sonrió, escuchó bien para calcular por dónde iba a aparecer el ladrón y se sentó a esperarlo. Apenas se empezó a remover la tierra en el lugar en que el Oculto se iba a asomar, el Jaguar preparó la garra. Y cuando salió la cabecita, ¡zas! le pegó un flor de golpe. Tan fuerte fue que, desde entonces, al Oculto le quedó el hocico achatado, y así son todos los Ocultos hoy. Dolorido, ñato, y para colmo oyendo las carcajadas guarangas del Jaguar, el pobre se volvió por su túnel, y no volvió a insistir.


Cuando lo volvieron a ver en ese estado y con las manos vacías, los demás animales se desilusionaron bastante, pero entonces se presentó otro voluntario el Conejo. No era un conejo doméstico de esos blancos, lanosos y orejudos, sino un conejo chaqueño, marrón y de orejas cortitas, muy parecido a las liebres patagónicas o maras, de las cuales es pariente.
El Conejo pensó que tratar de llegar al fuego sin que el Jaguar se diera cuenta era imposible: el grandote tenía tan buena vista, tan excelente olfato y un oído tan fino (como vimos recién) que siempre se iba a dar cuenta. Y esperar a que se durmiera era perder el tiempo, no porque no se echara a dormir - en realidad se manda unas siestas de locos- sino porque tenía el sueño más liviano que una pluma, el rumor más chiquito lo despertaba.
Y era mejor no seguir haciendo pruebas raras, porque si el Oculto había terminado con el hocico aplastado, otro podía acabar   despachurrado o adentro de la panza del Jaguar.

Así que la cuestión era acercarse abiertamente con algún pretexto.
Después, con otra excusa, quedarse un rato junto al fuego hasta que el manchado se distrajera, y en ese descuido sacarle una brasa y correr, correr desesperadamente para dejar atrás al Jaguar.

El problema del Conejo era encontrar un buen pretexto.
" Pasaba por acá cerca y quise venir a saludarte". Mmm, poco le gustaban las charlas al Jaguar.
" Vine a ver si no encontraste unas frutas que se me perdieron el otro día". Mmm, el Jaguar lo iba a sacar corriendo.
" Vengo a traerte un regalito" ¡Eso!. Un regalo era lo que podía hacer el milagro de que el Jaguar lo dejara acercar. Pero el Conejo ya se imaginaba cómo la fiera le decía :"Dejalos ahí y andate".
Entonces vio qué tenía que hacer: llevaría algo para comer - el Jaguar siempre estaba hambriento- pero algo que fuera bueno para cocinar.
Podría ofrecerse para asarlo y de esa manera iba a poder estar un buen rato cerca al fuego , sin que el Jaguar sospechara, hasta que fuera la oportunidad de salirse con la suya.
Así fue que, con la ayuda de la Garza , gran pescadora, el Conejo consiguió unos hermosos pescados, los ensartó en una piola y se fue muy sonriente a visitar al Jaguar.
De lejos nomás el otro le pegó el grito:-"¡Fuera de acá!".
Pero el Conejo , disimulando el miedo que tenía, gritó por su parte:
-" Pero Tío, ¡Si te traigo un regalito! "; le decía Tío en señal de respeto, no porque fuera el sobrino.
Al Jaguar le interesó el asunto y, aunque ya olfateaba pescado (que le gustaban mucho), preguntó-"¿Qué traés?"
-"Unos pescados muy lindos" - contestó el Conejo .
-"Bueno, dejalos y andate"- le dijo el Jaguar.
-"Pero Tío, déjeme que le haga el regalo completo. ¡Estos pescados quedan buenísimos asados! ¡Crudos no valen nada! Y no va a andar cocinando usted. Si no, ¿qué clase de regalo es? Yo se los voy a cocinar, bien asaditos, con gustito a ahumado, ya va a ver   cómo sé preparar el pescado yo".
-"Mmmmmbué"- dijo el Jaguar - "Metele nomás!
El Conejo sacó los pescados del hilo, los abrió por el lomo- como se usa en el Chaco- y los puso a asar, abiertos, en unas ramas verdes.

A cada momento los daba vuelta y los acomodaba, los tocaba para ver cómo estaban, los olía y los miraba. Al fin, el Jagua r se aburrió de vigilarlo- auque no dejaba de desconfiar- y el Conejo , haciéndose el distraído, apoyó sobre las brasas la cola de un pescadito chico, una mojarra -"Ffff"-, hizo al tocar el fuego y se pegó una brasa chiquita. El Conejo echó una mirada al Jaguar - que estaba bostezando y mirando para otro lado-, manoteó la mojarra con la brasita pegada, la dobló, se la puso debajo de la mandíbula, la apretó así contra el pecho y salió corriendo.
De reojo, el Jaguar lo vio y pegó un brinco: "¿Qué le pasaba a ese Conejo chiflado?". Enseguida alarmado miró su fuego: los pescados seguían asándose tranquilamente. Volvió a mirar al Conejo que corría y vio que de debajo de la mandíbula le salía un poco de humo: aunque la brasa iba envuelta en la mojarra se le estaban quemando algunos pelos.
Cuando el Jaguar se dio cuenta de la trampa, saltó como un rayo y empezó a correr, rugiendo furioso.
El Conejo se daba vuelta y veía como la ventaja que le había sacado de entrada, ahora se perdía, que la fiera estaba cada vez más cerca, más cerca.
Entonces, dándose cuenta de que ya lo agarraba, tiró la brasa entre los yuyos. Pero los yuyos estaban resecos, porque hacía bastante que no llovía, así que enseguida se levantó una llamarada y el viento la hizo crecer y crecer..
Desesperado el Jaguar trató de apagar el fuego, soplando y dando manotazos y pisotones por todas partes, pero ya era tarde.
Del pasto, las llamas se pasaron a un árbol y después a otro y a otro más.
Loa animales corrieron con ramas y se llevaron cada uno un poco de fuego.
A partir de ahí, todos tuvieron su propia fogata.

El Jaguar se quedó con mucha bronca, más intratable que antes. Y a partir de entonces tuvo las plantas de las patas secas, medio quemadas desde que trató de apagar el fuego ( algunos también dicen que tiene la piel más manchada desde esa historia).

Como recuerdo de esta aventura, el Conejo del Chaco tiene una manchita blanca en la garganta, allí donde se quemó con la brasa que se robaba.
Desde entonces, además, el Fuego se metió en la madera de los árboles y por eso se puede encenderlo frotando dos palitos.


Contextualización
Este es un relato tradicional del pueblo Wichí, al cual algunos denominan Mataco.
Fue recopilado a principios del siglo XX por E. Nordenskjöld. Unos   treinta años después, lo escuchó Alfredo Matraux, narrado por otro wichí y lo publicó en 1946.
Mucho más tarde Miguel Angel Palermo reelaboró el texto y le dio un estilo ágil y ameno. Luego lo incluyó en su   obra "Cuentos que cuentan los Matacos" ( 1987).
Así llega hasta nosotros, afirmando que, en tiempos remotos, el fuego estaba en poder del tigre americano, yaguareté o jaguar.
Este es un animal muy temido, no sólo por su tamaño y ferocidad, sino también porque se lo asocia a fuerzas espirituales muy potentes y peligrosas para los humanos. No obstante esto, existen muchos relatos en los cuales el tigre sale perdiendo o es burlado por otro más pequeño. Así sucede en éste que estamos estudiando.

Lo trabajó Mercedes Silva en un Taller realizado en Pampa del Indio (Chaco) en Junio de 2.004
Fuente: Asociación Guadalupe

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