Escribe: Bartomeu Melià
Más allá de la nostalgia
La relativa fascinación que ejerce en las
sociedades modernas la idea del buen vivir ¿no sería un salto en el
vacío? Porque se expresa en simples quejas, malestares y descontentos, pero no
se asienta en hechos de memoria asumidos conscientemente, ni se proyecta en
propuestas concretas. El sentimiento del «mal vivir» en el cual vive la mayoría
de la población se presenta como una fatalidad de la que sólo salimos apelando
a un buen vivir utópico, sin pie en la realidad de cada día.
No es la solución acudir a formas de vida
exóticas, que por su rareza son irrealizables y ahistóricas. Poner a las
sociedades indígenas como modelo del buen vivir, ¿no es una ilusión?
Los pasos que nos han conducido al mal
vivir, son frecuentemente repasados haciendo una historia regresiva de nuestros
errores y desviaciones –guerras, economías de mercado, capitalismo, dictaduras,
consumismo, individualismo, empobrecimiento–, pero, ¿somos conscientes de que
esos caminos no pueden ser simplemente desandados, borrando las ingratas
huellas de nuestros «pecados»? La queja nostálgica no es camino de futuro.
La filosofía guaraní de buen vivir
¿A dónde acudir, entonces? Pues sí, a las
sociedades indígenas de América, pero no como imitación, sino como filosofía y
modo de vida. Volver a los indios, como solución no se confunde con aspectos
circunstanciales de andar desnudo o pintado, vivir en aldeas redondas, cultivar
alimentos naturales o cantar y danzar en las fiestas del maíz. No volvemos a
los indios como si estuviéramos de vacaciones, o por un tiempo.
El buen vivir es un modo de vida que los
Guaraníes llaman tekó, esto es, «modo de ser y estar, es sistema, es
costumbre, hábito», cuyo significado fue dado ya en el primer diccionario,
el Tesoro de la lengua guaraní, de 1639, por el jesuita Antonio Ruiz de
Montoya; significa incluso lo que llamamos hoy cultura. Y permanece hasta hoy
entre todos los guaraníes que conozco.
Este tekó es un concepto que
rebasa la particularidad de una lengua y se constituye en referencia filosófica
global. Ahora bien, este tekóa su vez recibe varios calificativos y
cualidades, siendo tal vez el primero y más importante el tekó porã: el
buen modo de ser y vivir. Ese tekó porã, más que una idea o una concepción
abstracta, es experiencia sentida que penetra el ser y el estar. Estar en un
lugar que no es sólo habitación sino experiencia de vida compartida, es de suma
importancia para los guaraníes.
Personalmente nunca hubiera sabido el
significado de la expresión tekó porã si no me hubiera sido dada la
ocasión de estar en ese modo de ser. ¿Qué hay en él? Hay pobreza de recursos,
moderación en el consumo y paz en la convivencia. Esta experiencia de vida va
desde el levantarse de la hamaca, tomar el mate junto al fuego, sentir cómo se
disipa la niebla de la primera mañana, ir recorriendo el sendero donde se han
colocado las trampas o llegar hasta los campos de cultivo, para cuidarlos,
limpiarlos y rezar sobre ellos.
Más radical fue el buen vivir que
experimenté cuando en los años 70 tuve la oportunidad de vivir por largos
períodos entre los Enawené Nawé del río Juruena, en Mato Grosso (Brasil), ésos
que llamaría los «benedictinos de la selva», por los largos rituales de canto y
danza de 12 a
16 horas por día, en ciclos de uno a dos meses. En esta experiencia acompañaba
a Vicente Cañas, asesinado por los latifundistas el 8 de mayo de 1987 (cfr. el
martirologio de esta misma Agenda).
Bartomeu Melia en la presentación del Mapa Guaraní Retã en Posadas-Misiones |
Reciprocidad de bienes y palabras
Lo más resaltante del buen vivir es la
reciprocidad en el intercambio de bienes, que los guaraníes expre-san con la
palabra jopói: manos abiertas uno para otro. Pero más importante que esa
circulación generalizada de bienes, no regida por deudas que deban ser pagadas a
sus tiempos ni en cantidades fijas, sino por el deseo de mostrarse generoso,
está la del jopói o reciprocidad de palabras. No puede
haber tekó porã donde la palabra no circula con libertad y sin recelo.
Lugar privilegiado de la palabra es
el tekó marangatú, el modo de ser santo y religioso, expresado mediante
las palabras buenas y verdaderas de los mitos y los relatos ejemplares.
Del tekó marangatú es parte esencial también el ritual en su doble
dimensión de canto y danza, lenguaje envolvente en el que participa toda la
comunidad en espiral ascendente hacia Los de Arriba. En las fiestas
rituales no faltan la bebida y los alimentos con los cuales se cierra de manera
concreta y tangible la reciprocidad.
El tekó porã cuenta también con
otro elemento que lo sustenta y al mismo tiempo muestra su propiedad; es eltekó
katú, el modo de ser auténtico y legítimo, norma y ley del buen vivir. Todo
ello constituye una verdadera filosofía –y teología- guaraní, formulada
sistemáticamente, de la que la mayoría de ellos saben dar razón, no sólo los
sabios y chamanes, los ancianos y ancianas, sino incluso niños y adolescentes
Es común que cada uno, a su manera, sea
capaz de dar razón de sus propios conocimientos y experiencias. Profetas y
poetas en el acto de cantar su inspiración, son también teólogos, que saben
explicar el origen de la
Palabra y las relaciones de las palabras entre sí. Es ésta
una constatación que los etnógrafos registran con admiración.
La teología de la palabra-alma supone la
filosofía de la morada terrenal como trasunto imperfecto de una perfección
ideal, la fascinación por la tierra nueva y, sobre todo, la preeminencia del
amor mutuo, cuyo símbolo es la fiesta ritual con bebida y canto a la manera de
un banquete sin fin.
El lugar donde somos lo que somos
En la cosmovisión guaraní, la tierra
habitada por los humanos es concebida como tekohá, lugar de vida y
convivencia con todos los seres que en ella hay. Ñandé rekohá es el
lugar donde somos lo que somos, el lugar de nuestro modo de ser y de nuestra
cultura. La palabra tekohácontiene una visión holística, es decir,
significa y produce al mismo tiempo relaciones económicas, sociales, políticas,
ecológicas y religiosas, de tal manera que «sin tekohá no
hay tekó » (sin lugar del ser no hay modo de ser). El guaraní
necesita la tierra con toda su vida dentro, para poder vivir su cultura y para
ser guaraní.
La vida guaraní está destinada a la
interrelación, a la reciprocidad. El mito de los Gemelos destaca la
interrelación entre la tierra y la humanidad como primer orden
creacional: Ñanderuvusú (Nuestro Padre grande) llevaba el sol en su pecho.
Él trajo la cruz originaria (yvyrá joasá), la colocó en dirección al Este, pisó
encima y ya comenzó a hacerse la tierra. La cruz queda hasta el día de hoy como
soporte de la tierra. En cuanto Él retire el soporte de la tierra, la tierra
caerá. (Comienzo del mito de los Gemelos).
Suele atribuirse a los indígenas de América
una concepción de la tierra como «madre», seno de fertilidad y pechos de
abundancia. Esta imagen no es común ni típica de los guaraníes; la tierra es
para ellos, más bien, un cuerpo cubierto de piel y pelos, revestido de adornos.
El guaraní tiene de la tierra una percepción visual y plástica, y hasta
auditiva. ¡Qué bonito es ver y escuchar la tierra con sus múltiples colores y
sus innumerables voces! El monte es alto: ka’á yvaté; es grande: ka’á
guasú; es lindo: ka’á porã; es aúreo y perfecto: ka’á ju; es como
llama resplandeciente: ka’á rendy; es la cosa brillante. Los ríos son claros:
y satí; blancos: y morotí; negros: y hu; bermejos: y pytã;
o como una corriente de agua coronada de plumas: paragua’y. El mar es, en
fin, el color de todos los colores: pará.
El mal en la tierra
Es cierto que la historia más reciente ha
privado a los pueblos guaraníes de sus selvas, ha traído la deforestación a sus
montes y el veneno de los agrotóxicos a sus ríos y arroyos; el tekó
porã se ha tornado tekó vaí, mal vivir insoportable para el que no
hay palabra.
La historia colonial es para el guaraní una
progresión de males que parece no tener fin ni límite. El peor de todos los
males coloniales será simplemente negarles a los guaraníes la tierra. ¿Ir
adónde? Tanto a oriente como a occidente, la misma devastación, el mismo cerco.
Aquella tierra que todavía no ha sido traficada ni explotada, que no ha sido
violada ni edificada -que era una de las proyecciones ideales de la
tierra-sin-mal: yvy marane’y, simplemente no existe ya. Desaparecen las
selvas y los montes, todo se vuelve campo y el campo es reclamado por el blanco
para sus vacas y para plantar soja. Toda tierra se ha vuelto mal; el mba’é
meguã –la cosa mala– lo cubre todo.
Migrante y, por tanto, frecuentemente
trans-terrado, el guaraní nunca había sido un des-terrado. Ahora, en busca de
la tierra-sin-mal, sólo teme el día en que sólo habrá mal sin tierra; sería el
destierro total.
Se ha hablado del pesimismo guaraní, del
cual sería prueba la enorme cantidad de suicidios en los últimos años,
especialmente entre jóvenes, ellos y ellas. Ahorcados o envenenados, niegan la
palabra del buen vivir. Pero la memoria de tekó porã está todavía muy
presente y se habla del buen vivir como algo posible que está por
volver. Las palabras que refieren ese modo de ser y estar no han perdido
fuerza. La búsqueda de la yvy marane’y, de la tierra-sin-mal, alienta el
agitar incansable de sus maracas y el retumbar de sus bastones de ritmo en las
noches de canto y danza.
Los pueblos de nuestra Abya-Yala están ahí y
reclaman con paciencia y con firmeza al mismo tiempo la convivencia de la
reciprocidad de bienes y palabras, un sistema justo de intercambio en toda
nuestra vida; fue posible y es posible; y lo consideran válido para todos los
tiempos. Los pueblos y naciones indígenas de América son memoria de nuestro
futuro, y si no existieran, habría que inventarlos. Como todos nosotros, que
estamos ya también en la hora de inventarnos de nuevo.
Muy bueno, me gustó mucho!! Slds.
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