Un espacio destinado a fomentar la investigación, la valoración, el conocimiento y la difusión de la cultura e historia de la milenaria Nación Guaraní y de los Pueblos Originarios.

Nuestras culturas originarias guardan una gran sabiduría. Ellos saben del vivir en armonía con la naturaleza y han aprendido a conocer sus secretos y utilizarlos en beneficio de todos. Algunos los ven como si fueran pasado sin comprender que sin ellos es imposible el futuro.

martes, 2 de diciembre de 2025

Ara Mirî es una artesana que habita el Valle Cuña Piru en Tekoa Ka'aguy Poty.







Ara Mirî es una artesana que habita el Valle Cuña Piru en Tekoa Ka'aguy Poty.
Desde la espesura de esta inmensa selva salen sus hermosos trabajos de cesteria (ajaka), trabajos que sintetizan y expresan los conocimientos ancestrales adquiridos por medio de los antiguos.
Rodeada de sus nietos/as e hijos/as que de muy pequeños/as van aprendiendo los secretos del monte y del oficio, ella encuentra en la cesteria un medio de expresión, que nos acerca un poco a la espiritualidad y a la cosmovisión Mbya Guarani.
Con su mirada, paciente y reflexiva, va dandole forma a cada punto originario, reflejando asi la simbiosis que el Pueblo Mbya sigue manteniendo con la naturaleza que lo rodea.

AGUYJEVETE

📸 Por Mica Para Mirî, Tekoa Ka'aguy Poty

Primeros técnicos en turismo indígena comunitario: un hito histórico para la Nación Mbya Guaraní / La Voz de Cataratas


Se trata de seis jóvenes de distintas comunidades, Aida, Bernardo, Cirilo, José, Julia y Nicolás, que completaron tres años de formación académica y próximamente rendirán sus exámenes finales. Su recorrido educativo, acompañado por docentes y referentes comunitarios, surge de una demanda genuina del territorio y de la necesidad de profesionalizar proyectos turísticos desde una mirada intercultural, comunitaria y con identidad propia.

La Asociación Civil Mbya en Turismo acompañó, el pasado viernes 28 de noviembre, un acontecimiento trascendental para el desarrollo del turismo indígena comunitario en Misiones. El Instituto Superior Indígena Raúl Karaí Correa realizó el acto de cierre de cursada de su primera cohorte de Técnicos Superiores en Turismo con orientación en Turismo Indígena Comunitario, un hecho que representa un avance sin precedentes para la Nación Mbya Guaraní.


Se trata de seis jóvenes de distintas comunidades —Aida, Bernardo, Cirilo, José, Julia y Nicolás— que completaron tres años de formación académica y próximamente rendirán sus exámenes finales. Su recorrido educativo, acompañado por docentes y referentes comunitarios, surge de una demanda genuina del territorio y de la necesidad de profesionalizar proyectos turísticos desde una mirada intercultural, comunitaria y con identidad propia.

El proceso formativo del Instituto se inició en 2019, a partir de un programa del Ministerio de Turismo de Misiones en articulación con la Fundación Travolution, que permitió vincular saberes ancestrales, formación técnica y oportunidades laborales reales. Sobre esa base se consolidó una propuesta educativa que hoy comienza a transformar el presente y futuro del turismo indígena de la provincia.

El acto tuvo un fuerte componente emotivo y reunió a familiares, docentes, autoridades, referentes comunitarios y representantes de emprendimientos turísticos. Todos coincidieron en el valor simbólico y práctico de este logro: por primera vez, jóvenes Mbya se preparan para ejercer profesionalmente en un sector que históricamente los involucra, pero pocas veces los reconoce como protagonistas.


En este contexto, la Asociación Civil Mbya en Turismo renovó su compromiso institucional y firmó un Convenio Marco de Cooperación Interinstitucional con el Instituto Superior Indígena Raúl Karaí Correa. El acuerdo busca fortalecer el rol del Instituto como espacio de formación dentro de las comunidades que desarrollan actividades turísticas, impulsando proyectos de extensión, investigación y articulación territorial.

Desde la Asociación destacaron que este proceso fortalece la identidad, promueve un turismo más justo y regenerativo, y abre oportunidades laborales con perspectiva intercultural, consolidando un modelo turístico con rostro y voz indígena en Misiones.

Fuente:
La Voz de Cataratas - 1ro de Diciembre de 2025.
https://lavozdecataratas.com/2025/12/01/primeros-tecnicos-en-turismo-indigena-comunitario-un-hito-historico-para-la-nacion-mbya-guarani/

lunes, 1 de diciembre de 2025

Leyenda de la Yerba Mate




Cuenta una vieja leyenda guaraní que Yasí, la diosa luna, hace muchísimo tiempo quiso conocer la tierra y ver con sus propios ojos todas las maravillas que apenas podía ver entre la espesura de la selva, allá abajo. Un día con su amiga, Araí, la diosa nube, bajaron a la tierra en la forma de dos jóvenes hermosas. Cansadas de recorrer todo y maravillarse, buscaron un lugar donde descansar. Vieron una cabaña entre los árboles. Cuando se dirigían hacia ella para pedir donde dormir, descubren, agazapado, un yaguareté acechándolas en una roca cercana. Súbitamente, salta sobre ellas con las zarpas listas. Al momento, se oye un silbido. El yaguareté cae atravesado por una flecha, herido de muerte. El salvador era un cazador que al ver a las jovencitas indefensas, se compadece y también les ofrece la hospitalidad de su casa. Las muchachas aceptan y lo siguen, hasta la cabaña que habían visto antes. Al entrar el hombre les presenta a su esposa y a su joven hija, la que, sin pensarlo dos veces, les ofrece, una rica tortita de maíz, su único y último alimento. Cuando las mujeres se van a buscar el mejor sitio para las visitas, el cazador les cuenta que decidieron vivir solos en el monte, alejados de su tribu, para salvar y conservar las virtudes, regalo de Tupá, que tenía su bonita y bondadosa hija, un tesoro para ellos. Pasan la noche y a la mañana siguiente, Yasí y Araí agradecen sinceramente a la familia su hospitalidad y se alejan.

Una vez en el cielo, Yasí, no pudo olvidar su aventura en la tierra. Cada noche que ve al cazador y a su familia, recuerda su valentía y generosidad. Sabiendo de su sacrificio filial, decide premiar a su salvador con un valioso regalo para él, y para el tesoro que tanto cuidaban: la hija. Cierta noche, Yasí recorre los alrededores sembrando unas semillas mágicas. A la mañana, ya han nacido y crecido unos árboles de hojas color verde oscuro con pequeñas flores blancas. El hombre y su familia, al levantarse, contemplan asombrados estas plantas desconocidas que aparecieron durante la noche. De repente, un punto brillante del cielo desciende hacia ellos con suavidad. Reconocen a la doncella que durmió en su casa.

—Soy Yasí, la diosa Luna —les dice—. He venido a traerles un presente como recompensa de vuestra generosidad. Esta planta, que llamarán “caá”, nunca permitirá que se sientan solos y será para todos los hombres, un especial símbolo de amistad. También he determinado que sea vuestra hija la dueña de la planta, por lo que, a partir de ahora, ella vivirá por siempre y nunca perderá su bondad, inocencia y belleza-. Después de mostrarles la manera correcta de secar las hojas, Yasí prepara el primer mate y se los ofrece. Luego, regresa satisfecha a su puesto en el cielo.

Pasan muchos años y luego de la muerte de sus padres, la hija se convierte en la deidad cuidadora de la yerba mate, la Caá Yarí, esa hermosa joven que pasea entre las plantas, susurrándoles y velando su crecimiento. A ella, también confían su alma los trabajadores de los yerbales…

LUCKY FLOWERS Y MAGDALENA: AMOR, DESTIERRO Y REDENCIÓN EN LAS MALVINAS / ROBERTO ARNAIZ



A veces, la historia no se escribe en los libros ni se inmortaliza en mármol. Se murmura entre el viento y la sal de las islas. Así fue la historia de Lucky Flowers y Magdalena Sholl, dos almas desterradas que se encontraron en la soledad más austral del Imperio Británico: las Islas Malvinas. Una criada expulsada y un indio fugitivo terminaron protagonizando una de las más singulares historias de amor del siglo XIX.

Thomas Edward Laws Moore, el quinto gobernador británico de las Islas Malvinas, llegó a Puerto Stanley en 1855. Junto con su familia y un grupo de criados, entre ellos, una pelirroja de 30 años llamada Magdalena Sholl. Soltera y poco hablada, la joven formaba parte del engranaje doméstico sin levantar sospechas, hasta que un día, simplemente, desapareció. Fue un domingo.

Su ausencia generó alarma en el caserío. Pasaron los días y no hubo noticias. Algunos temieron lo peor. Pero entonces, reapareció. Sin drama. Sin llanto. Dijo que había salido a pasear con Douglas Rennie, capitán de un buque recién llegado. Que el paseo se había extendido, nada más. Pero para los preceptos morales del gobernador Moore, aquello era escandaloso. La despidió sin titubear. Magdalena, de la noche a la mañana, se convirtió en una proscripta. Una mujer sin casa, sin reputación y sin futuro en una colonia tan cerrada como Stanley.

La soledad de Magdalena no era única. En el otro extremo de la isla, en las zonas inhóspitas de la Isla Soledad, sobrevivía otro marginado: Luciano Flores, un indio que cargaba un pasado tan cargado como su silencio. Había llegado a las islas junto al gobernador criollo Luis Vernet en 1829. Fue uno de los peones que integraban la mano de obra criolla en la colonia argentina. Pero todo cambió en 1833, cuando el Reino Unido invadió el archipiélago y desplazó a las autoridades argentinas.

Sin rumbo, sin salario y sin futuro, Flores terminó sumándose a la famosa rebelión encabezada por el gaucho Antonio Rivero. El 26 de agosto de ese año, ocho hombres tomaron las armas, irrumpieron en las casas de la colonia y asesinaron a cinco personas. Aún hoy los historiadores discuten si fue un acto heroico o un crimen brutal. Julius Goebel, en The Struggle for the Falkland Islands (Yale University Press, 1927), describe la acción como "la primera reacción criolla organizada frente a la usurpación británica".

Tras la matanza, Rivero, Flores y los otros escaparon hacia el interior de la isla. Uno de ellos fue asesinado por sus compañeros en una pelea interna. Los demás se entregaron meses después. Todos, menos Luciano Flores. El indio desapareció. Y comenzó el mito.

Durante años, los isleños hablaban de un fantasma que recorría las noches a caballo. Atacaba ganado. Dejaba huellas. Algunos lo vieron, otros lo inventaron. Pero era él. Luciano Flores, el hombre que se había hecho invisible para sobrevivir.

En sus vagabundeos se cruzó con loberos furtivos norteamericanos. A cambio de alimentos, Flores les ayudaba a reparar sus barcos. Lo llamaban "Mister Lucky". En 1846, colaboró con el capitán Charlie Barrow, que había naufragado. Barrow decidió quedarse en la isla y contrató al indio como baquiano. Ahí nació su nueva identidad: Lucky Flowers. Ya hablaba inglés con fluidez.

En 1849, Barrow y Flowers comenzaron a visitar Stanley con regularidad para abastecerse. En esas visitas, conocieron al pastor anglicano Henry Faulkner, quien desarrolló un especial interés por el pasado del indio. Al enterarse de su identidad, no lo denunció. Le ofreció palabra. Redención.

En sus memorias (Archivo Parroquial de Stanley, ref. HF.1855), Faulkner escribe: "no era un criminal; era una oveja que se había perdido del rebaño". Henry Faulkner fue uno de los primeros pastores anglicanos en Puerto Stanley. Llegado desde Escocia a mediados del siglo XIX, era conocido por su carácter sobrio y su inclinación por la labor misionera en territorios apartados. Según registros del Archivo Parroquial, fue él quien ofició más de la mitad de las bodas registradas entre 1854 y 1861, y quien mantuvo correspondencia con clérigos de América del Sur, dejando en sus cartas menciones a varios casos sociales fuera de lo común.

Cuando Barrow abandonó las islas, Lucky quedó bajo el cuidado espiritual del pastor. Fue entonces cuando el destino le preparó una jugada inesperada.

Al ser echada por Moore, Magdalena también acudió a Faulkner en busca de refugio. La comunidad la rechazaba. Sabía que entre los marginados también podían nacer nuevas formas de familia. Por eso, en lugar de juzgarla, Faulkner decidió unir dos soledades. Organizó un almuerzo con dos invitados. Magdalena y Lucky.

Lo que nació como un gesto caritativo terminó en romance. Nadie sabe si fue la mirada de ella o la historia de él, pero algo sucedió en esa mesa. Días después, Faulkner los instó a casarse. Y lo hicieron. La boda se celebró en la iglesia local, presidida por el propio pastor. Incluso el gobernador Moore y su esposa asistieron. La comunidad entera fue testigo del milagro.

La pelirroja de 30 y el indio de 47 años se tomaron de la mano ante el altar. Recibieron regalos, comida, herramientas y dos caballos. Y en una postal inolvidable, Lucky montó su caballo, cargó a Magdalena en las ancas, y partieron al galope hacia el oeste de la isla, rumbo a su luna de miel.

Se establecieron en una bahía al oeste del archipiélago. Aún hoy, los colonos llaman a ese paraje Port Flowers o Flores. Hoy, Port Flowers no figura oficialmente en los mapas británicos, pero los isleños de más edad lo recuerdan como un rincón cargado de leyenda y ternura, donde la historia le dio tregua al olvido. Se ubica frente al litoral escarpado que mira hacia el sudoeste, donde el mar rompe sin tregua. Vivieron en paz, aislados pero libres. Algunos isleños los visitaban de vez en cuando. Otros preferían no hablar del asunto. Pero todos sabían dónde vivían. Y lo que había pasado.

Allí pasaron sus días. Entre la tierra, el mar y el amor que supieron construirse cuando el mundo les había cerrado todas las puertas. No dejaron descendencia conocida, pero dejaron un legado invisible: el recuerdo de que, incluso en los rincones más olvidados del mapa, el amor puede desafiar al prejuicio y escribir su propia historia.

Nota del autor:

Esta historia es real. Está documentada. Y, sin embargo, casi nadie la recuerda. Fue contada al margen, entre silencios, por parroquianos, marinos y pastores. Pero basta nombrarlos para que regresen. Magdalena y Lucky. Dos exiliados del mundo que se inventaron un hogar en la punta del mapa. Allí donde el viento no perdona, pero el amor —cuando encuentra tierra— echa raíces para siempre.

Gran parte de esta historia se ha reconstruido a partir de registros parroquiales, testimonios orales conservados en Stanley y referencias cruzadas en archivos. Aunque no aparece en los tratados académicos clásicos, su persistencia en la memoria colectiva de los isleños le otorga un valor testimonial innegable. Una historia de los que nunca son protagonistas. Hasta que alguien los nombra.

Bibliografía:

· Ministerio de Relaciones Exteriores de la República Argentina. "Gobernadores británicos de las Islas Malvinas". www.argentina.gob.ar/islas-malvinas

· Goebel, Julius. The Struggle for the Falkland Islands. Yale University Press, 1927.

· Archivo Parroquial de Stanley. Registros del pastor Henry Faulkner. Ref. HF.1855–1860.

· Caillet-Bois, Ricardo. La Cuestión de las Islas Malvinas. Ediciones Peuser, 1966.

· Entrevistas orales recopiladas por John Smith. Falkland Islands Oral History Project (2002–2005).

· Comisión Nacional sobre la Cuestión Malvinas. Archivos históricos y relatos orales en Puerto Stanley. Fondo documental 1982–2005.

Foto del escritor: Roberto Arnaiz
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 Roberto Arnaiz
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Silencio y Observación / Arnau de Tera


Misiones...A cuidar la fauna!!!


En Misiones, cada kilómetro de ruta atraviesa territorios donde la fauna vive, se mueve y cría. No estamos solos en el camino: yaguaretés, ocelotes, tapires, zorros y aves cruzan estas zonas todos los días.

La velocidad no solo es un número… es la diferencia entre la vida y la muerte para nuestra biodiversidad.
En áreas naturales protegidas, la velocidad máxima es 60 km/h.

¿Por qué es clave bajar la velocidad?
Muchos no perciben el peligro del vehículo hasta que es demasiado tarde.

Los animales se desplazan sobre todo de noche.

A menor velocidad, mayor capacidad de frenado y de reacción.

Cada atropellamiento impacta directamente en poblaciones vulnerables.

Cuidar la fauna es cuidar el ADN misionero.
Cada vez que levantás el pie del acelerador, ayudás a que la selva siga latiendo. 

Del ritual guaraní al símbolo argentino: por qué se celebra el Día Nacional del Mate


Cada 30 de noviembre la Argentina celebra el Día Nacional del Mate, una fecha que homenajea a la infusión más popular del país y, al mismo tiempo, recuerda la figura del comandante guaraní Andrés Guacurarí y Artigas. Desde su origen en los pueblos guaraníes hasta su consagración como símbolo de identidad y federalismo en el Litoral, el mate condensa historia, memoria y pertenencia compartida.
El mate tiene su propio día en el calendario argentino: cada 30 de noviembre se celebra el Día Nacional del Mate, una fecha que no solo homenajea a la infusión más popular del país, sino que también reivindica su raíz guaraní y la figura de un líder clave en la historia del Litoral: el comandante Andrés Guacurarí y Artigas, conocido como Andresito.
La efeméride fue instituida por la Ley 27.117, sancionada en 2014 y promulgada en 2015, que fijó el 30 de noviembre como jornada de celebración en coincidencia con el natalicio de Guacurarí, nacido en 1778. El objetivo de la norma es destacar al mate como símbolo de identidad nacional y, al mismo tiempo, reconocer el aporte de las culturas originarias y de las provincias donde la yerba mate forma parte de la vida cotidiana y de la economía regional.

Un ritual que nace en la cultura guaraní

Mucho antes de convertirse en infusión nacional, el mate fue una práctica profundamente arraigada en los pueblos guaraníes. La yerba mate, proveniente de la planta Ilex paraguariensis, era considerada un “regalo de los dioses” y se utilizaba con fines rituales, medicinales y alimenticios.

Con la llegada de los conquistadores españoles, la costumbre de consumir yerba se extendió por el antiguo Virreinato del Río de la Plata y se organizó un intenso circuito comercial en torno a su producción y distribución. Con el tiempo, la infusión pasó de ser una bebida indígena a convertirse en parte de la vida diaria de criollos y mestizos, hasta consolidarse como una marca de la identidad rioplatense.

Ese proceso fue reconocido también a nivel legal: en 2013, la Ley 26.871 declaró al mate como “Infusión Nacional”, reforzando su peso cultural y su presencia cotidiana en la mesa de los argentinos.

De la costumbre ancestral al símbolo nacional

Hoy, el mate está presente en la enorme mayoría de los hogares del país. Datos del Instituto Nacional de la Yerba Mate (INYM) señalan que la infusión llega a cerca del 90% de las casas y que el consumo promedio anual supera los 6,4 kilos por habitante.

Pero el mate representa mucho más que una bebida caliente o fría: es un ritual que acompaña el trabajo, el estudio, las reuniones familiares y las juntadas con amigos. Ofrecer “unos mates” sigue siendo una invitación directa al encuentro, al diálogo y a la cercanía, un gesto que se transmite de generación en generación y que refuerza la idea de comunidad.

A lo largo de los siglos, además, el mate atravesó distintas etapas: fue costumbre nativa, acompañó a soldados y milicias en tiempos de guerras de independencia, circuló en ranchos, pulperías y ciudades, y terminó por consolidarse como la bebida social por excelencia de la Argentina.

Quién fue Andresito Guacurarí y porqué se lo homenajea

La elección del 30 de noviembre como Día Nacional del Mate no es casual. Ese día nació Andrés Guacurarí y Artigas, caudillo guaraní y militar misionero que dejó una impronta profunda en la región de Misiones y Corrientes.

Si bien existen versiones diferentes sobre su lugar exacto de nacimiento -algunos lo ubican en la reducción jesuítica de Santo Tomé, en la actual provincia de Corrientes, y otros en San Borja, en el actual Brasil-, se sabe que Andresito creció y se formó en Santo Tomé. Allí aprendió guaraní, castellano, portugués y latín, y desarrolló habilidades de lectura, escritura y música, poco habituales para un dirigente indígena de su tiempo.

Fue adoptado políticamente por José Gervasio Artigas, líder del federalismo rioplatense, quien en 1815 lo designó “Comandante General de las Misiones”, un cargo equivalente al de gobernador. De ese modo, se convirtió en el único gobernador indígena reconocido en la historia argentina.

Guacurarí encabezó un ejército compuesto en gran parte por indígenas guaraníes que logró recuperar pueblos de las Misiones ocupados por fuerzas paraguayas y resistir invasiones lusobrasileñas. Entre 1818 y 1819 fue enviado a Corrientes para restituir al gobernador legítimo Juan Bautista Méndez, depuesto en un golpe apoyado desde Buenos Aires. Con sus tropas, derrotó a los usurpadores y asumió el control político-militar de la provincia, siendo el único indígena que gobernó Corrientes.

Durante su administración impulsó una reforma agraria inédita para la época: abolió formas de servidumbre, devolvió tierras a quienes las habían perdido, promovió la producción de yerba mate -actividad central de la región- e incentivó la fabricación de pólvora, lanzas y otros elementos de defensa. Su objetivo era sostener la autonomía de esos territorios dentro de un proyecto federal.

Federalismo, identidad guaraní y yerba mate

El vínculo de Andresito con la yerba mate fue estratégico y cultural a la vez. Por un lado, impulsó su cultivo y comercialización como base económica de Misiones y Corrientes; por otro, integró la tradición guaraní al proyecto político de la época, en consonancia con los principios de igualdad, justicia social y participación de los pueblos originarios que promovía el artiguismo.

En su gobierno se suprimieron símbolos coloniales, se restituyeron espacios de participación indígena y se buscó una gestión más inclusiva. Sin embargo, su figura quedó durante décadas relegada por la historiografía tradicional. Recién en los últimos años, a partir de investigaciones y trabajos de divulgación histórica, su nombre empezó a recuperar el lugar de relevancia que tuvo en las guerras de independencia y en la construcción política del Litoral.

Un símbolo que sigue evolucionando

El Día Nacional del Mate también busca poner en valor la cadena productiva que sostiene esta costumbre. Cada año, el INYM y distintos organismos públicos y privados organizan actividades para difundir las propiedades de la yerba -rica en antioxidantes, vitaminas y minerales-, acompañar al sector yerbatero y promocionar nuevas formas de consumo.

Sin abandonar al mate tradicional, se multiplicaron las variantes: yerbas saborizadas, mezclas con hierbas y frutas, productos instantáneos, bebidas energéticas a base de yerba e incluso su incorporación en helados, cócteles y recetas de gastronomía. A esto se suma la expansión internacional de la infusión, impulsada en parte por la visibilidad que le dan figuras argentinas reconocidas en el mundo del deporte y la cultura.

La fecha del 30 de noviembre, fijada por la Ley 27.117, condensa todas estas capas de sentido: la tradición guaraní, el legado de Andresito Guacurarí, la historia del federalismo en el NEA y la vigencia de un hábito que atraviesa fronteras sociales y geográficas. Cada ronda de mate, en una casa de familia, en una oficina o en una plaza, vuelve a activar esa memoria compartida.

Por eso, en Argentina -y con especial fuerza en provincias como Corrientes y Misiones- el Día Nacional del Mate no es solo una excusa para cebar unos cuantos más: es una invitación a recordar de dónde viene esta costumbre y qué historias guarda en cada sorbo.

 

Fuente: Diario El Tribuno . Salta
30 de Noviembre de 2025

https://www.eltribuno.com/vida-y-tendencia/2025-11-30-10-15-0-del-ritual-guarani-al-simbolo-argentino-por-que-se-celebra-el-dia-nacional-del-mate