Buenos Aires
queda tan lejos que parece no haber existido nunca. El viajero que se adentra
en los paisajes de la Patagonia pierde su memoria urbana y siente que
forma parte de un planeta asombroso.
Fitz Roy |
Antigua tierra
de indígenas, colonos ganaderos y bandidos, el sur de Argentina y
sus seis regiones (La Pampa, Neuquén, Río Negro, Chubut, Santa Cruz y Tierra de
Fuego) reúne una naturaleza imponente. Desde la costa atlántica hasta la
cordillera andina, pasando por bosques, tierras semiáridas y el don del agua en
todas sus versiones. Arroyos, lagos, mares, glaciares y neblinas conforman un
halo de nostalgia donde el fin del mundo es el inicio de la vida misma. Este
viaje hilvana ese universo en tres etapas que visitan paisajes sobrecogedores: Bariloche
y los lagos, Península Valdés y el Parque Nacional de los Glaciares.
Villa La Angostura |
San Carlos de
Bariloche es la puerta de entrada a la región
de los lagos, suele ser la primera escala de todo viaje por la Patagonia.
Ubicada en la ribera sur del lago Nahuel Huapi, la ciudad hace tiempo que se
considera uno de los destinos de montaña –en verano e invierno– más famosos del
país para los propios argentinos y para visitantes del resto del mundo.
Glaciar Perito Moreno |
Fuera de
Argentina el nombre de Bariloche se asocia rápidamente al esquí y a lagos
de impresionante belleza. Observarlos desde lo alto de una montaña constituye
el mejor prólogo para empezar a comprender la Patagonia. Uno de los que ofrece
un acceso más sencillo es el Cerro Campanario (1.050 metros), a 30 minutos a
pie desde el centro de San Carlos y también conectado con telesilla. La
vista desde allí abarca los lagos Moreno y Nahuel Huapi, la laguna El Trébol y
también las islas Victoria y Huemul. La combinación del azul del agua y el
cielo, el verde de los bosques y el blanco de las nubes en constante movimiento
sume al espectador en una ensoñación que tarda en desaparecer.
Estancia Ganadera |
Entre las
montañas de Bariloche que destacan como referentes del esquí destaca el
cerro Catedral, con 120 kilómetros de pistas. También las hay famosas entre los
escaladores que buscan retos. Es el caso del Monte Tronador, de origen
volcánico y con tres cumbres rodeadas por siete glaciares: el pico principal,
de 3.491 metros, lo comparten Argentina y Chile; la cima chilena, de 3.320
metros; y la argentina, de algo más de 3.200 metros.
San Carlos de Bariloche |
Todos los cerros guardan, bajo su nombre castellano y un manto de nieve y roca, historias de origen tehuelche y puelche, los primeros habitantes de la región, cuya identidad quedó diluida tras la llegada de los mapuches. A finales del siglo XIX y a lo largo del XX, los colonos españoles se adueñaron de la zona, así como una destacada comunidad de inmigrantes alemanes y suizos. Tanto es así que San Carlos de Bariloche se ha situado como el máximo productor de chocolate del país.
Puerto Piramides |
Junto al Centro
Cívico de la ciudad se encuentran numerosas tiendas que venden chocolate en
todas sus variedades. Para profundizar en este legado suizo-alemán basta con
alejarse 25 kilómetros de San Carlos de Bariloche y visitar la Colonia Suiza,
el primer asentamiento europeo en la región. El Museo de Los Viejos
Colonos muestra cómo en 1895 se instalaron aquí dos hermanos del cantón del
Valais y empezaron a criar ganado y a cultivar hortalizas y frutas. Con el
tiempo llegaron otras familias suizas que ampliaron la población. En la
actualidad la Colonia Suiza es también conocida por el sabroso
"curanto", que consiste en asar carne y verduras sobre piedras ardientes
dentro de un hoyo.
León Marino |
San Carlos de
Bariloche es la sede del Parque Nacional Nahuel Huapi, el primero de Argentina.
Su origen se remonta a 1903 gracias a la donación de tierras del perito
Francisco Moreno, quien las había recibido del gobierno como agradecimiento a
su labor de topografiar el país. Con 710.000 hectáreas, el parque se emplaza
entre las provincias de Neuquén y Río Negro e incluye la localidad de Villa La
Angostura. Ahí empieza uno de los recorridos más conmovedores: el Camino
de los Siete Lagos. Se trata del tramo de la Nacional 40 entre La Angostura y
San Martín de los Andes, en el Parque Nacional Lanín; un recorrido de 110
kilómetros que pasa junto a siete lagos.
Fitz Roy |
Fruto de ríos glaciares, el tono
de estos lagos es de un azul intenso y sumergir los pies en sus heladas aguas
equivale a sentir la voz de la naturaleza indómita. Resulta recomendable
recorrer el Camino de los Siete Lagos de sol a sol, dejando el lago Espejo
para el final del día, cuando el ocaso despliega una sinfonía de colores.
A orillas del
lago Nahuel Huapi, Villa La Angostura ofrece multitud de propuestas
activas, como la excursión a las cascadas Dora y Santa Ana, ubicadas entre
columnatas de basalto que semejan un gigantesco órgano emergiendo entre
helechos y nubes de vapor. Cruzando en catamarán el lago Nahuel Huapi, en la
península de Quetrihué se encuentra el Bosque Los Arrayanes. Con
árboles de hasta 600 años de edad, caminar por este bosque de tono marrón
canela es como entrar en un pequeño cuento.
Al sur de
Bariloche la población de El Bolsón ofrece otra curiosidad. Habitada por
el movimiento hippy en la década de 1970, sus calles aún desprenden un
halo liviano, tomando rostro de New Age a través de tejidos, ferias orgánicas y
el respeto por el entorno. Entre las excursiones que parten de El Bolsón,
destaca la llamada Cajón del Azul, que bordea el ensoñador paisaje del río
Azul, pernoctando en refugios de montaña bajo las estrellas del hemisferio sur.
De los Andes Patagónicos
pasamos a la costa atlántica, donde los acantilados de la Península Valdés nos
dan la bienvenida con su azul salado. Es la voz del mar Argentino que, en este
punto del mapa, convive entre el Golfo Nuevo y el Golfo San José. Ubicada
en la provincia de Chubut, Península Valdés es una Área Natural Protegida,
declarada Patrimonio de la Humanidad y
compuesta por seis reservas naturales. En el pasado estaba habitada por los
pueblos tehuelche. Más tarde, la colonización galesa echaría raíces en la
localidad de Gaiman, unos kilómetros hacia el interior. Y, a finales del
siglo XX, el oceanógrafo Jacques Cousteau (1910-1997)
se interesó por su gran tesoro: las ballenas.
A diferencia de
la Cordillera andina, donde el territorio está cuajado de cerros, glaciares y
bosques, el paisaje de esta península está cincelado por el mar. Es la
meseta andina que se despliega en acantilados gracias a la erosión del agua. Puerto
Madryn y Puerto Pirámides son las principales localidades turísticas para
explorar la zona y disfrutar de excelentes avistamientos de fauna marina. Delfines, pingüinos, elefantes
marinos, ballenas francas y orcas han hecho de
este paraje un hogar donde el rumor del mar se confunde con los gritos de los
animales. Apareamientos y saltos, sonido y color, convierten al ser humano en
un espectador minúsculo, ingenuo. Como dijo Paul Theroux en El viejo
Expreso de la Patagonia (1979), el único trabajo del visitante en
tierras patagónicas consiste en escoger entre lo diminuto y lo inmenso.
Para ver este
espectáculo partimos de Puerto Pirámides rumbo al Golfo Nuevo. El contacto
con las ballenas se realiza desde una pequeña embarcación y, principalmente,
durante la temporada de invierno del hemisferio sur. Si queremos conocer otras
especies marinas, hay que hacer base en Puerto Madryn, considerada la meca del
buceo argentino, donde podemos sumergirnos junto a leones marinos y delfines.
De aquí mismo
nacen otras dos excursiones de interés: la Estancia San Lorenzo, 160
kilómetros al norte, que alberga una colonia de pingüinos de Magallanes; y la Reserva
Punta Loma, 17 kilómetros al sur, donde encontramos fósiles y playas ocupadas
por grandes manadas de leones marinos. Finalmente, nos despedimos desde Punta
Delgada, que se asoma sobre el Golfo Nuevo. Allí un antiguo faro ofrece
fantásticas vistas del océano.
El aire
atlántico nos empuja de nuevo hacia la espina dorsal del continente americano,
regresando a la cordillera andina a través de la provincia de Santa Cruz. El
Parque Nacional de Los Glaciares, Patrimonio de la Humanidad desde 1981, posee
una colección de colosales lenguas de hielo que descienden hasta los lagos, a
diferencia de la zona de Bariloche donde los glaciares se localizan en las
cotas más altas. Como si de un valle de lágrimas se tratara, la composición de
azules y blancos es imponente.
El Calafate,
ciudad madre del lago Argentino, ejerce de base de todas las excursiones. En
esta localidad las edificaciones nórdicas aportan color a las panorámicas
veladas por el blanco. La estrella de todos los viajes es el glaciar Perito Moreno, a 80
kilómetros del Calafate; los barcos que se acercan por agua zarpan desde Puerto
Bandera. Se puede contemplar desde lejos, paseando por pasarelas y observando
su frente de 5 kilómetros de longitud, aunque resulta mucho más emocionante
caminar sobre su superficie helada. Esta última opción revela la cara oculta de
los glaciares: su blancura no es pura, sino azulada. El Perito Moreno
orquesta una filarmónica mística cada cuatro o cinco años, cuando desprende sus
gigantescos bloques de hielo, que crujen como un cielo al borde de un Big Bang.
Un eco único, que sobrecoge el cuerpo y el alma.
El Calafate
ofrece más emociones naturales. La excursión a bordo de un catamarán por el
lago Argentino alcanza otros glaciares descomunales: el
Upsala, el más largo de Sudamérica con 50 kilómetros, y el Spegazzini, que
tiene su nacimiento en Chile y que, con 135 metros, dobla en altura al Perito
Moreno. Los barcos que recorren este sorprendente lago navegan junto a pequeños
icebergs y alcanzan la bahía Onelli, un lago lleno de témpanos desprendidos de
tres glaciares. Si el sol acompaña, su reflejo muestra una gama de azules
completa.
El sector norte
del Parque de los Glaciares se visita desde la localidad de El Chaltén, a 215
kilómetros de El Calafate, pasando por el lago Viedma y el glaciar que lleva el
mismo nombre. Meca de escaladores, la población es famosa por ofrecer una
de las mejores perspectivas del monte Fitz Roy (3.405 metros), que ofrece su cara
oeste a la vertiente chilena. La montaña toma el nombre del capitán del buque
HMS Beagle, Robert Fitz Roy, que recorrió la provincia en 1834, aunque para el
pueblo tehuelche era Chaltén, la "montaña humeante". El cerro de
granito es sólido y esbelto, con cimas punzantes que son coronadas por una
neblina extraña, evocando un pasado indígena que solo la Patagonia entiende.
Fantasía y desafío son las propuestas de esta zona andina mítica entre los
escaladores de medio mundo por la dificultad que ofrecen sus picos para ser
conquistados.
La imagen de
las torres del Fitz Roy rojas por los últimos rayos de sol es un final sublime
al viaje patagónico, el último confín, como aboga Luis Sepúlveda en su libro Patagonia
Express (1995). Un mundo sensible, salvaje, que permanece intacto
pero que se deja querer y contemplar. Un lugar donde el viajero, conmovido,
aprende a reverenciar la belleza de la naturaleza.
Fuente>National
Geographic
http://www.nationalgeographic.com.es/viajes/grandes-reportajes/patagonia-espectaculares-paisajes-del-sur-argentina_11031
http://www.nationalgeographic.com.es/viajes/grandes-reportajes/patagonia-espectaculares-paisajes-del-sur-argentina_11031
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