Al principio, te la van dando a medio preparar. Viene cargada de las expectativas, los sueños, las frustraciones y los miedos de otros. Así que vas dejándote amasar un poco por esas manos, que a veces te acarician y otras te lastiman, que por momentos presionan demasiado fuerte y en otros les falta firmeza, que a veces son suaves y otras ásperas... Vas viendo de afuera, sin tomar conciencia de los componentes ni de los resultados, sólo sintiendo que a veces duele, a veces acuna, a veces sostiene...
Llega el momento en que descubres. Empiezas a reconocer de qué estás hecho. Empiezas a ver que tus propias manos están llamadas al amasado. A animarte con tus propios ingredientes. A encontrarte tú mismo, con tus propios miedos, tus propias expectativas, tus propios sueños. A poner las manos en la masa, y descubrir su tibieza, su aspereza, sus durezas...a saber que a veces te falta agua, y otras estás demasiado chirle.
Y alguna vez, se te hace transparente que no estás solo. Que hay alguien que te ama. Así como eres. Con estos ingredientes, que no son los de mejor calidad ni los de mayor rendimiento. Así, fallado, pobre, de calidad mediocre, así te ama. Así, te llama hijo. Así, te hace heredero y te pone a cargo de su Reino.
Alguna vez, sentiste por primera vez su amor. Te supiste elegido, escuchaste su "te amo y soy todo tuyo". Y ese amor bastó, en ese momento íntimo, para creer que es posible sanar todas las heridas. Hubo un primer encuentro de amor con Él, un primer abrazo, donde viste con claridad que se pone a tu disposición, que se baja a lavarte los pies.
Un bello ejercicio sería regresar a ese momento. Volver a conectarte con la sorpresa o la calma o las sensaciones que te produjo. Que te dejes amar ahora también, como aquella vez. Que recuperes la vibración, el latir de ese instante.
Qué sentiste. Qué te dijo, qué le dijiste, cómo se comunicaron cuando Él te hizo saber su ansia de vos.
Y a partir de ahí, volver atrás. Buscar en los momentos previos de tu vida, gestos de su amor que no pudiste reconocer. Revolver tus recuerdos... Buscarlo en tus dolores, en los momentos de incertidumbre. Rastrearlo en los sueños que latían, en las plenitudes y en los desafíos. Revisar tus desencantos, las caídas, los nuevos levantarte.
¿Dónde estuvo y no lo viste? ¿Dónde puedes tropezarte con su presencia silenciosa, esperando que lo mires, que te des cuenta de que está ahí? Muestras de su ternura en tu historia, su expectativa de que lo descubras en medio de tu vida, en los detalles, en la brisa suave...
Volver todo lo atrás que puedas. A toda tu fragilidad. A donde no eras tú el que amasaba. Buscar ahí también detalles de Él. Seguir rastreando sus huellas en tu camino, a veces pequeñas marcas, otras pisadas potentes aunque no las reconociste... Seguir mirando. Descubrir cuánto hace que te ama, que te espera, que te llama...
Sandra Hojman. Escritora argentina.
Compartido por Teresita Seminara
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