¡Ahí va el joven indio Nemec! ¡Ahí va el ñandú!
Nemec va escondido, el ñandú va a carrera abierta.
Nemec lo persigue, siempre a distancia, una distancia que no puede acortar.
Nemec lo persigue, siempre a distancia, una distancia que no puede acortar.
Hace tanto que Nemec
persigue al ñandú que ya no desea alcanzarlo.
El cazador admira a su presa.
Admira su rapidez, la
gracia para correr, sus fabulosas plumas.
Sus lamentablemente
fabulosas plumas... Porque por ellas lo persigue Nemec.
El jefe de la tribu las necesita para renovar su tocado.
Cuanto más bellas plumas de ñandú tenga en el tocado, más demostrará el jefe su poder.
Cuanto más bellas plumas de ñandú tenga en el tocado, más demostrará el jefe su poder.
Y con esa misión ha
enviado el jefe a Nemec. Conseguir plumas de ñandú para un tocado nuevo.
Ahora están la presa y el cazador viviendo el drama. Uno delante
del otro, corriendo bajo la noche con más estrellas que haya conocido el mundo
en toda su historia.
O por lo menos eso piensa
Nemec.
Pero él no puede distraerse contemplando cada estrella, como
hace cuando está en la tribu.
En las noches de la
tribu, él bautiza las estrellas con nombres inventados.
En el cielo de la tribu,
él puede unir una estrella con otra y descubrir qué animal se dibuja con ellas
como vértices.
En la hora de sueño de la tribu, él puede bostezar bajo las
estrellas y abrir grande la boca como para tragarse alguna, haciendo reír a su
hermano más chico.
Pero ahora la tribu está lejos, los que están cercanos son sus recuerdos.
Pero ahora la tribu está lejos, los que están cercanos son sus recuerdos.
Lejanas y cercanas estrellas. Lejana y cercana tribu. Lejano y
cercano ñandú que corre delante de Nemec, bajo el cielo de estrellas.
Nemec piensa que nunca va
a alcanzar a ese ñandú, por lo tanto nunca va a regresar a su tribu.
Él tiene la fama de cazador y su orgullo. No puede regresar con
las manos vacías.
Esa noche estrellada va a
durar para siempre —piensa Nemec—. Con el ñandú y él corriendo como parte del
paisaje.
Nemec siente un gran
agotamiento, corre más lento y se asombra de que la distancia entre él y su
presa no se haga más ancha.
En verdad, la distancia
entre ambos se está acortando.
Nemec comprende que llegó el final. El ñandú también está
cansado.
El joven indio prepara su
arma sin convencerse de que, en unos instantes, esa carrera que duró un tiempo
sin tiempo, concluya cruelmente.
Pero el ñandú hace su último gesto de maravilla. Levanta vuelo.
Pero el ñandú hace su último gesto de maravilla. Levanta vuelo.
El milagro persiste. Aunque no es su naturaleza surcar las
alturas, el ñandú asciende, con facilidad, hacia lo más alto, se remonta hasta
el firmamento, y se mezcla con las estrellas.
Nemec sigue corriendo y alza sus brazos como para elevarse también.
Nemec sigue corriendo y alza sus brazos como para elevarse también.
Nada sucede.
Excepto que en el cielo hay una constelación nueva.
Nemec no sabe que cuando regrese a su tribu, su fama resplandecerá.
Ni siquiera lo imagina
mientras marcha derrotado pero a la vez con alivio en la tribu dirán que el
único modo en que una presa pueda escaparse de semejante cazador es desaparecer
en el cielo, porque en la tierra, Nemec no da tregua a nadie.
Y gracias a él, contarán sus nietos y los nietos de sus nietos,
ahora existe la Cruz del Sur.
La Cruz del Sur es ese ñandú inalcanzable que perseguimos todos lo que vivimos bajo su luz.
Una luz tan lejana como las estrellas y tan cercana como el cielo de nuestra casa.
La Cruz del Sur es ese ñandú inalcanzable que perseguimos todos lo que vivimos bajo su luz.
Una luz tan lejana como las estrellas y tan cercana como el cielo de nuestra casa.
Graciela Repún (recopiladora), Ilustrado por Rodrigo Folgueira
[1]
Por Ruth Vásquez
Fuente>Asociacion EducArte - Peru (Blog de Cuentos)
[1] Texto © 2005 Graciela Repún. Dibujo © 2005 Rodrigo
Folgueira. Permitida la reproducción no comercial, para uso personal y/o fines
educativos. Publicado y distribuido en forma gratuita por Imaginaria y EducaRed
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