Cómo se recuperó una lengua
originaria de América gracias al encuentro entre un jubilado y un lingüista.
Blas Wilfredo Omar Jaime nació
en El Pueblito, cerca de la ciudad de Nogoyá, Entre Ríos, en 1934. Cuando tenía
12 años su mamá le empezó a enseñar la lengua de sus antepasados: el chaná.
Aunque no terminó la escuela primaria, Blas estudió el idioma rigurosamente
hasta los 25 años. A fines de 2004, ya jubilado y con 70 años, quiso dar con
otros hablantes del chaná en Entre Ríos pero se dio cuenta de que él era el
último. Unos meses más tarde, el investigador de Conicet y lingüista Pedro
Viegas Barros recibió cintas con las grabaciones de la voz de Blas. En cuanto
pudo, viajó a visitarlo y corroboró que Blas, efectivamente, hablaba el chaná,
una lengua que se consideraba extinta desde hacía 200 años.
En diálogo con PáginaI12,
don Blas y Viegas Barros recordaron cómo salvaron el chaná, una de las 15
lenguas nativas que aún se hablan en Argentina, y que en 2013 fue plasmada en
el libro y diccionario, “La lengua chaná, patrimonio cultural de Entre Ríos”,
publicado por el Ministerio de Cultura y Comunicación de la provincia. La
historia de don Blas, además, derivó en la realización de “Lantéc chaná”,
un documental de Marina Zeising, estrenado el año pasado en Paraná y en agosto
de este año en el porteño cine Gaumont.
“Yo no tenía la menor idea
de cuántos hablantes de chaná había, pero pensaba que éramos muchos, por eso
cuando me jubilé empecé a buscarlos. Busqué un tiempo y no encontré a nadie.
Después fui a la radio de un amigo para que difundiera la búsqueda. Siguió sin
aparecer nadie”, contó don Blas. “Sentí una gran decepción y tristeza. Me
sentí muy solo; me arrepentí de haber callado tanto tiempo”. Como último
hablante, Blas tenía un tesoro ancestral, y, sin embargo, se enfrentó a un
dilema de la tradición chaná: en esa cultura las mujeres son las únicas que
pueden transmitir la lengua; pero si él no quebraba la regla, el chaná
desaparecería.
“Mis maestras fueron mi
madre, mi abuela y mi bisabuela; ellas me enseñaron la lengua chaná. Mi mamá se
decidió a enseñarme porque no tenía hijas mujeres. Desde los 12 años hasta
cerca de los 25 me dio clases. Las tomé con gusto y era muy estudioso, a pesar
de que no terminé la escuela. Éste era otro tipo de conocimiento; un
conocimiento más puro, más directo, de siglos de transmisión oral”, aseguró
Blas.
Otras cosas de la cultura,
consideradas parte de la vida de los hombres, se las enseñó, recuerda, “un
indio en el monte”. “Yo vivía en la ciudad, pero desde joven empecé a ir al
monte. Este hombre era un viejo que nunca se había calzado. Me enseñó a
preparar trampas, como por ejemplo atar víboras atrás de la canoa. Y me enseñó
también a escuchar el silencio, los sonidos del monte; la cultura chaná era una
cultura del silencio”, recordó.
Pedro Viegas Barros,
lingüista especializado en lenguas originarias de América Latina, se enteró de
la búsqueda de don Blas mediante una nota publicada por un diario entrerriano.
Inmediatamente después de leerla se comunicó con el diario para contactar al
redactor. “Cuando me atendió el periodista me dijo: ‘yo hace más de 20 años que
soy periodista; hablé con muchos políticos, empresarios, sindicalistas, me doy
cuenta cuando una persona me quiere engañar. En el caso de este señor me parece
absolutamente verídico lo que dice’. Tuvo la gentileza, además, de mandarme las
cintas grabadas de la entrevista con Blas. En la primera oportunidad que tuve lo
fui a visitar a Paraná”, contó Viegas Barros.
La tarea del lingüista,
cara a cara con Blas, era corroborar si realmente se trataba de una lengua
originaria y no un dialecto, una deformación de otro idioma, o sencillamente un
invento. “Las cuestiones que se presentan con las lenguas obsolescentes es
cómo validar el material. En este caso, es un caso único en Sudamérica y no se
si en el mundo, de una lengua que se mantuvo en secreto durante dos siglos”,
explicó Viegas Barros. Desde el primer encuentro, según el investigador de
Conicet, para un experto queda claro si en verdad se trata de una lengua: “Los
lingüistas en media hora se dan cuenta si la persona lo está engañando porque
el que inventa algo, por las razones que fuera, comienza con mucha seguridad y después
empieza a trastabillar; no recuerda lo que dijo hace 15 minutos y ya a la media
hora es incapaz de seguir”.
Blas Jaime junto al lingüista Pedro Viegas Barros. |
Como siguiente paso de
verificación luego de la entrevista, el lingüista buscó documentos que
coincidieran con los relatos de Blas. El último registro que existía del chaná
era un cuaderno del sacerdote Dámaso Antonio Larrañaga, del año 1815.
“Larrañaga era bastante inteligente. Tenía curiosidad por muchos temas; desde
las historia política de su época hasta las ciencias naturales, y también hizo
observaciones etnológicas sobre los minuanes. En un viaje en el que José
Artigas lo había mandado a Paisandú, Larrañaga pasó por Soriano y visitó la
iglesia. Habló con el cura de ahí, que le presentó a tres viejos chaná y
escribió dos cuadernos, uno de los cuales se perdió, que tenía las frases más
comunes de la lengua”, relató Viegas Barros. De todas formas, el cuaderno que
sí se conservó contenía unas 70 palabras en chaná, que le sirvieron para
comparar con lo que había hablado con Blas. El lingüista quedó sorprendido de
la precisión del cura jesuita para distinguir fonemas particulares, sin tener una
formación específica en el tema: “distinguió sonidos que no existían en
castellano ni en guaraní; distinguió dos sonidos tipo ‘k’ y uno lo escribió con
un diacrítico; dos sonidos tipo ‘j’, también distintos, uno como la hache
inglesa; consonantes silábicas. Él conocía el francés, el inglés, el italiano,
el latín, el griego. Era una especie de renacentista. Además le escribía los
discursos a Artigas y fue el primer director de la Biblioteca Nacional de
Montevideo”.
Los otros métodos que
utilizó Viegas Barros para la validación fueron la comparación con “las lenguas
emparentadas, que son el charrúa y el genoa, pequeños vocabularios de 40
palabras cada uno”, y “el análisis interno de los datos”. “Una lengua que tiene
morfología difícilmente pueda ser algo inventado por alguien que no tiene la
menor idea de las estructuras lingüísticas. El estudio de los préstamos del
guaraní y del castellano, que siguen pautas de correspondencia fonológicas
regulares y la coherencia, con lo esperable en un estado de obsolescencia”,
apuntó el lingüista.
Las enseñanzas de don Blas
En base al trabajo que
hicieron en conjunto, Blas y Viegas Barros escribieron el libro “La Lengua
Chaná, patrimonio cultural de Entre Ríos”, que cuenta la historia y las
características de la cultura chaná. El libro explica el criterio de validación
de la lengua, incluye un diccionario chaná-español, describe la fonología,
la escritura y la gramática de la lengua, y contiene textos, cantos, oraciones
y leyendas chanás en ambos idiomas.
Desde que se descubrió que
era el último hablante, don Blas se encarga de enseñar su cultura a quienes
estén interesados en aprenderla, y hace unos años la provincia lo contrata para
dar un curso de lengua y cultura chaná en el Museo Antonio Serrano de Paraná.
“Si le quiero transmitir la cultura chaná a alguien, lo primero que les digo es
que las mujeres deben ser las encargadas de enseñar la lengua. Lo mio es una
excepción porque sino la lengua moría”, remarcó don Blas. Para que la costumbre
vuelva a su cauce, le enseña la lengua a su hija: “ella es la nueva adá
oyé nden (mujer encargada de transmitir la lengua y la cultura chaná o
“guarda-memoria”). Yo fui el primer hombre ‘guarda-memoria’; tenía una misión
que cumplir y ahora todo tiene que volver a la normalidad”.
Viegas Barros aseguró que
no conoce otro caso de una cultura en la que las mujeres sean las encargadas de
transmitir la lengua. Lo que sí ocurre usualmente, según el lingüista, es que
en muchas oportunidades “las mujeres hablan mejor las lenguas indígenas porque
por lo general se quedan más tiempo en la casa, si los hombres son los que
salen a trabajar”.
“Como es un estigma muchas
veces ser indio, mantener la lengua también lo es, al igual que tener una
pronunciación que lo delate. Por eso los varones intentan ocultarla desde
chicos, mientras que las mujeres que no están tan expuestas a eso mantienen
mejor la lengua”, explicó luego.
Blas se encontró con una
resistencia similar a la que describió Viegas Barros cuando intentó por primera
vez enseñarle el chaná a su hija: “Ella de chica no quería ser india porque
antes los indios eran víctimas de burla. Ahora todo cambió y hay mucha gente
que quiere ser indio; les enseño, por ejemplo, a unos hombres que viven en
Tigre, sobre el río, y en Santa Fe hay gente que también está aprendiendo”.
Por Juan Funes
para Página/12
Publicado el 3 de Octubre
de 2.017
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