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Nuestras culturas originarias guardan una gran sabiduría. Ellos saben del vivir en armonía con la naturaleza y han aprendido a conocer sus secretos y utilizarlos en beneficio de todos. Algunos los ven como si fueran pasado sin comprender que sin ellos es imposible el futuro.

miércoles, 20 de diciembre de 2017

La influencia indígena en la cultura criolla


Más allá de que esta dinámica cultural se dio en toda la geografía argentina fue en la región pampeano-patagónica donde una mayor cantidad de objetos indígenas se adaptaron al europeo y el criollo
La cultura criolla* comprende muchos aspectos adoptados de las culturas originarias del actual territorio argentino. Convertidas en usanzas cotidianas, esas incorporaciones pasan inadvertidas y es difícil encontrar el momento de la historia en que fueron asimiladas, ya que no se trató de hechos determinados por la voluntad, sino de lentas incorporaciones motivadas por la adaptación al nuevo medio y las nuevas relaciones.

En el Noroeste, el indio fue sometido tempranamente y sus manufacturas se hibridaron con las europeas, acomodándose algunas producciones locales a las nuevas necesidades; en el coya, resultante del mestizaje, quedaron las tradiciones. En la región chaqueña, los europeos llegaron a vestir ropas tejidas en fibras vegetales y la cerámica santiagueña se aprovechó en Santa Fe de Cayastá hasta 1650, pero la ausencia de enseres útiles a la nueva sociedad determinó que se desecharan sus producciones. Algo similar sucedió en el Litoral con las culturas no guaraníticas. Fue en la región pampeano - patagónica donde una mayor cantidad de objetos indígenas se adaptaron al europeo y el criollo.

Un activo comercio en las pampas
En 1833, Juan Manuel de Rosas comandó una campaña contra araucanos, boroganos y ranqueles que poblaban la pampa y el norte de la Patagonia; los tehuelches, presionados por aquellos, participaron con “dos divisiones de indios pampas que con cuatro compañías de línea Rosas había enviado al país de los ranqueles”. Aunque la campaña no se concretó enteramente por desaveniencias políticas, se logró un pacto con los araucanos para contener a las agrupaciones más belicosas y sobre todo a los ranqueles. Ese pacto, la llamada desbandada del ‘33 y la colaboración militar, permitieron a los tehuelches más pacíficos establecerse “con sus familias cerca de las poblaciones de reciente creación . . .”. 

De esa convivencia, los tehuelches se vieron beneficiados con la prohibición de la costumbre de trasladarlos forzados a intercambiar sus productos a Buenos Aires, iniciándose un comercio justo, que les permitió “vivir tranquilamente hasta 1852 del pastoreo y comercio de pieles” (Saldías: 267; 295 y 299). A partir de ese año, las contingencias políticas volvieron a la guerra a las diferentes parcialidades, que se vieron forzadas a abandonar aquella forma incipiente de comercio e industria, a la que se habían sumado los boroganos de Coliqueo, instalados en las proximidades de la frontera que patrullaron a favor de los criollos para protegerse de sus enemigos ranqueles y de Calfucurá.
Emilio de Alvear, hijo del Gral. Carlos María de Alvear, recordaba en 1866:“Yo no soy muy viejo, y recuerdo que la calle denominada hoy de Rivadavia estaba poblada de roperías, talleres, platerías y talabarterías, artefactos y tejidos fabricados en Buenos Aires y en las provincias; hasta el indio pampa, que contribuía con sus mantas, riendas y otros artículos de trabajo industrial, hoy no sabe sino robar”(Alvear 1870).

También José Antonio Wilde en Buenos Aires setenta años atrás, de 1880, evocaba “. . . hasta los años '25 o '26, los indios venían a Buenos Aires a negociar sus tejidos, mantas pampeanas, lazos, riendas, mantas, boleadoras, quillangos de zorro, liebre, gama, plumas de avestruz y otros artículos que cambiaban a comerciantes por caña, tabaco, yerba, etc.”.


Ponchos y gauchos
Durante el período de paz se intensificó el intercambio cultural. Los habitantes de la campiña adoptaron del indígena la platería y trabajos en cuero crudo como parte de su indumentaria y apero, sumándose a las boleadoras, la bota de potro, el chasqui y otras costumbres que ya habían sido adoptadas. De todas ellas, el uso del poncho tuvo arraigo desde los más tempranos contactos; su importancia como prenda e industria indígena durante la colonia, queda de manifiesto en un informe elevado en 1771 por Ambrosio O’Higgins (padre de Bernardo) a las autoridades de Chile, destacando que el comercio de ponchos entre españoles, pehuenches y araucanos, redundaba en la compra de armas por los indios. Para solucionar esa amenaza, O’Higgins sugería que se prohibiera el uso de ponchos fabricados en tierras de indios (Curruhuinca y Roux: 51 a 53). La medida quedó sin efecto ante el pacto acordado entre pehuenches y españoles para luchar contra los huilliches, que se estaban alzando en Chile y expandiendo hacia el Este (Fernández C.: 49).

De todas esas influencias surgió el personaje emblemático de la pampa: el gaucho.

Se desconocen con certeza el origen de la palabra gaucho y la conformación del personaje, existiendo varias probabilidades que quizás se hayan sumado a lo largo del tiempo. Romaguera Correa (1898) Lehmann Nitsche (1928) y Matías Calandrelli (1911) aportan diversas posibles derivaciones del árabe, el gitano y el quichua, donde se coincide en asociar al gaucho con sujeto vagabundo, sin trabajo ni vivienda fija; por extensión se habría llamado así al habitante rural sin ocupación fija (Fiadone (a): 263).

Hay también muchas versiones sobre el origen del gaucho como personaje central de la campiña argentina: en la Mesopotamia se habría generado en los guaraníes de las Misiones Jesuíticas que, expulsada la Orden, recorrieron estancias y poblaciones para ofrecer los oficios aprendidos en las Misiones. Para la región pampeana, el escocés Cunninghame Graham decía que eran “por lo general altos, ceñudos y nervudos, con no poca sangre india en sus enjutos y musculosos cuerpos” (La Arcadia perdida, 1901).

Lo cierto es que aunque en cada región se adoptaron prendas indígenas, fue en la pampeana donde el atuendo gaucho tomó su forma más característica, a partir de la respuesta indígena a la necesidad de adaptarse a la cultura ecuestre. Se destacan la vincha, para sujetar el pelo largo, símbolo de libertad. El poncho, con diseños tehuelches y araucanos: la guarda pampa es recreación del wirin (sendero) araucano y de los símbolos de estirpe tehuelches. La cincha, primero faja de lana o cuero anudado, después tirador, faja de cuero abierta al frente con ojales para sujetar primero botones y después la rastra que, de plata con canevones, es de origen mapuche.

Las boleadoras y la bota de cuero de potro tehuelches. El chiripá, traído al Río de la Plata por los guaraníes de la parcialidad homónima, que acompañaron a Garay a las segundas fundaciones de Santa Fe y Buenos Aires usando esa prenda; el término pasó al Perú y de allí a Chile (Bravo 1994); en el siglo XVIII, Juan José Guillelmo s. j. observó que el taparrabos tehuelche se usaba a modo de chiripá “un delantal (de cuero) que remata en punta, el cual para andar a caballo prenden con una correa a la espalda” (Guillelmo, en Olivares: 182). Y buena parte del apero gaucho: las matras mapuches como bajeras de montura, la montura de bastos tehuelche, son los más representativos objetos del ingenio indígena adoptados por el criollo. Además de la universalización del mate.

Presencia de las lenguas originarias
También nuestros che y chau derivan de vocabulario indígena. Che del guaraní: significa yo; mi y mío (pronombres). Adoptado durante el Virreinato cuando el guaraní era lengua franca (dejándonos muchas otras palabras) debió pasar a los hablantes mapuches con los guaraníes y soldados de la Guerra con el Paraguay destinados a la frontera Sur. Mansilla, en el capítulo XV de Excursión a los indios ranqueles, dice que los ranqueles lo saludaron diciéndole “Buenos días ché amigo”, a la manera guaraní.

Pudo incorporarse después el che mapuche: gente (sustantivo); se usaba para referirse a la propia comunidad o a otras y en forma personal cuando se consideraba al otro como par o igual. Y quizás se mezcló el cheu mapuche – tehuelche que significa hecho cristiano. Nada tiene que ver la interjección valenciana Ce! llegada a estas tierras muy tardíamente y con un sentido muy distinto.

Chau es saludo de despedida, deriva del mapuche, Chau es Futa Chau o Chao, dios padre o gran padre; socialmente se decía Chau meu o solo Chau, equivalente a vaya con Dios. Los tehuelches, al adoptar el mapuche, decían chau antes de emprender un viaje, como derivación del chau meu y con el mismo significado. Con la inmigración, esas voces se confundieron con el ciao milanés que es, en realidad, saludo de bienvenida (Fiadone (a): 15). 

En conclusión, parafraseando a Cunninghame Graham, somos un pueblo con no poca sangre indígena en nuestro acervo cultural.

Por Alejandro Eduardo Fiadone
Para El Orejiverde
Fecha: 30 de Septiembre de 2.017

*Empleamos la palabra “criollo” en el sentido amplio, para definir al hijo o hija de europeos, nacidos en estas tierras. En realidad, “criollo”, en la acepción española, era exclusivamente el hijo varón de padre español nacido en una colonia.

Referencias:
Alvear Emilio de 1870. Reforma económica. Carta primera de tres publicadas en: La Revista de Buenos Aires. N° 82; 83 y 84. Febrero, Marzo y Abril de 1870. Directores: Miguel Navarro Viola y Vicente G. Quesada. Imprenta de Mayo. Buenos Aires.
Bravo, Domingo A. 1994. Etimología de la palabra chiripa. Instituto de lingüística, folklore y arqueología de la Universidad Nacional de Tucumán. Santiago del Estero.
Cunninghame Graham, Robert Bontine (1901) 2000. La Arcadia perdida. Memoria perdida. Emecé. Buenos Aires.
Curruhuinca, Curapil y Luis Roux 1987. Las matanzas del Neuquén. Págs. 51 a 53. Plus Ultra. Buenos Aires.
Fernández C. Jorge. 1998. Historia de los indios ranqueles. INAPL, Buenos Aires
Fiadone, Alejandro Eduardo 2014 (a). El diseño indígena argentino. Una aproximación estética a la iconografía precolombina. Biblioteca de la Mirada. La marca editora. Buenos Aires.

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