Más allá de que esta
dinámica cultural se dio en toda la geografía argentina fue en la región
pampeano-patagónica donde una mayor cantidad de objetos indígenas se adaptaron
al europeo y el criollo
La cultura criolla*
comprende muchos aspectos adoptados de las culturas originarias del actual
territorio argentino. Convertidas en usanzas cotidianas, esas incorporaciones
pasan inadvertidas y es difícil encontrar el momento de la historia en que
fueron asimiladas, ya que no se trató de hechos determinados por la voluntad,
sino de lentas incorporaciones motivadas por la adaptación al nuevo medio y las
nuevas relaciones.
En el Noroeste, el indio
fue sometido tempranamente y sus manufacturas se hibridaron con las europeas,
acomodándose algunas producciones locales a las nuevas necesidades; en el coya,
resultante del mestizaje, quedaron las tradiciones. En la región chaqueña, los
europeos llegaron a vestir ropas tejidas en fibras vegetales y la cerámica
santiagueña se aprovechó en Santa Fe de Cayastá hasta 1650, pero la ausencia de
enseres útiles a la nueva sociedad determinó que se desecharan sus
producciones. Algo similar sucedió en el Litoral con las culturas no
guaraníticas. Fue en la región pampeano - patagónica donde una mayor cantidad
de objetos indígenas se adaptaron al europeo y el criollo.
Un activo comercio en las
pampas
En 1833, Juan Manuel de
Rosas comandó una campaña contra araucanos, boroganos y ranqueles que poblaban
la pampa y el norte de la Patagonia; los tehuelches, presionados por aquellos,
participaron con “dos divisiones de indios pampas que con cuatro compañías de
línea Rosas había enviado al país de los ranqueles”. Aunque la campaña no se concretó
enteramente por desaveniencias políticas, se logró un pacto con los araucanos
para contener a las agrupaciones más belicosas y sobre todo a los ranqueles.
Ese pacto, la llamada desbandada del ‘33 y la colaboración militar, permitieron
a los tehuelches más pacíficos establecerse “con sus familias cerca de las
poblaciones de reciente creación . . .”.
De esa convivencia, los tehuelches se vieron beneficiados con la prohibición de la costumbre de trasladarlos forzados a intercambiar sus productos a Buenos Aires, iniciándose un comercio justo, que les permitió “vivir tranquilamente hasta 1852 del pastoreo y comercio de pieles” (Saldías: 267; 295 y 299). A partir de ese año, las contingencias políticas volvieron a la guerra a las diferentes parcialidades, que se vieron forzadas a abandonar aquella forma incipiente de comercio e industria, a la que se habían sumado los boroganos de Coliqueo, instalados en las proximidades de la frontera que patrullaron a favor de los criollos para protegerse de sus enemigos ranqueles y de Calfucurá.
Emilio de Alvear, hijo del
Gral. Carlos María de Alvear, recordaba en 1866:“Yo no soy muy viejo, y
recuerdo que la calle denominada hoy de Rivadavia estaba poblada de roperías,
talleres, platerías y talabarterías, artefactos y tejidos fabricados en Buenos
Aires y en las provincias; hasta el indio pampa, que contribuía con sus mantas,
riendas y otros artículos de trabajo industrial, hoy no sabe sino robar”(Alvear
1870).
También José Antonio Wilde
en Buenos Aires setenta años atrás, de 1880, evocaba “. . . hasta los años '25
o '26, los indios venían a Buenos Aires a negociar sus tejidos, mantas
pampeanas, lazos, riendas, mantas, boleadoras, quillangos de zorro, liebre,
gama, plumas de avestruz y otros artículos que cambiaban a comerciantes por
caña, tabaco, yerba, etc.”.
Ponchos y gauchos
Durante el período de paz
se intensificó el intercambio cultural. Los habitantes de la campiña adoptaron
del indígena la platería y trabajos en cuero crudo como parte de su
indumentaria y apero, sumándose a las boleadoras, la bota de potro, el chasqui
y otras costumbres que ya habían sido adoptadas. De todas ellas, el uso del
poncho tuvo arraigo desde los más tempranos contactos; su importancia como
prenda e industria indígena durante la colonia, queda de manifiesto en un
informe elevado en 1771 por Ambrosio O’Higgins (padre de Bernardo) a las
autoridades de Chile, destacando que el comercio de ponchos entre españoles,
pehuenches y araucanos, redundaba en la compra de armas por los indios. Para
solucionar esa amenaza, O’Higgins sugería que se prohibiera el uso de ponchos
fabricados en tierras de indios (Curruhuinca y Roux: 51 a 53). La medida quedó
sin efecto ante el pacto acordado entre pehuenches y españoles para luchar
contra los huilliches, que se estaban alzando en Chile y expandiendo hacia el
Este (Fernández C.: 49).
De todas esas influencias surgió el personaje emblemático de la pampa: el gaucho.
Se desconocen con certeza el origen de la palabra gaucho y la conformación del personaje, existiendo varias probabilidades que quizás se hayan sumado a lo largo del tiempo. Romaguera Correa (1898) Lehmann Nitsche (1928) y Matías Calandrelli (1911) aportan diversas posibles derivaciones del árabe, el gitano y el quichua, donde se coincide en asociar al gaucho con sujeto vagabundo, sin trabajo ni vivienda fija; por extensión se habría llamado así al habitante rural sin ocupación fija (Fiadone (a): 263).
Hay también muchas
versiones sobre el origen del gaucho como personaje central de la campiña
argentina: en la Mesopotamia se habría generado en los guaraníes de las
Misiones Jesuíticas que, expulsada la Orden, recorrieron estancias y
poblaciones para ofrecer los oficios aprendidos en las Misiones. Para la región
pampeana, el escocés Cunninghame Graham decía que eran “por lo general altos,
ceñudos y nervudos, con no poca sangre india en sus enjutos y musculosos
cuerpos” (La Arcadia perdida, 1901).
Lo cierto es que aunque en
cada región se adoptaron prendas indígenas, fue en la pampeana donde el atuendo
gaucho tomó su forma más característica, a partir de la respuesta indígena a la
necesidad de adaptarse a la cultura ecuestre. Se destacan la vincha, para
sujetar el pelo largo, símbolo de libertad. El poncho, con diseños tehuelches y
araucanos: la guarda pampa es recreación del wirin (sendero) araucano y de los
símbolos de estirpe tehuelches. La cincha, primero faja de lana o cuero
anudado, después tirador, faja de cuero abierta al frente con ojales para
sujetar primero botones y después la rastra que, de plata con canevones, es de
origen mapuche.
Las boleadoras y la bota de cuero de potro tehuelches. El chiripá, traído al Río de la Plata por los guaraníes de la parcialidad homónima, que acompañaron a Garay a las segundas fundaciones de Santa Fe y Buenos Aires usando esa prenda; el término pasó al Perú y de allí a Chile (Bravo 1994); en el siglo XVIII, Juan José Guillelmo s. j. observó que el taparrabos tehuelche se usaba a modo de chiripá “un delantal (de cuero) que remata en punta, el cual para andar a caballo prenden con una correa a la espalda” (Guillelmo, en Olivares: 182). Y buena parte del apero gaucho: las matras mapuches como bajeras de montura, la montura de bastos tehuelche, son los más representativos objetos del ingenio indígena adoptados por el criollo. Además de la universalización del mate.
Presencia de las lenguas
originarias
También nuestros che y chau
derivan de vocabulario indígena. Che del guaraní: significa yo; mi y mío
(pronombres). Adoptado durante el Virreinato cuando el guaraní era lengua
franca (dejándonos muchas otras palabras) debió pasar a los hablantes mapuches
con los guaraníes y soldados de la Guerra con el Paraguay destinados a la
frontera Sur. Mansilla, en el capítulo XV de Excursión a los indios ranqueles,
dice que los ranqueles lo saludaron diciéndole “Buenos días ché amigo”, a la
manera guaraní.
Pudo incorporarse después
el che mapuche: gente (sustantivo); se usaba para referirse a la propia
comunidad o a otras y en forma personal cuando se consideraba al otro como par
o igual. Y quizás se mezcló el cheu mapuche – tehuelche que significa hecho
cristiano. Nada tiene que ver la interjección valenciana Ce! llegada a estas
tierras muy tardíamente y con un sentido muy distinto.
Chau es saludo de
despedida, deriva del mapuche, Chau es Futa Chau o Chao, dios padre o gran
padre; socialmente se decía Chau meu o solo Chau, equivalente a vaya con Dios.
Los tehuelches, al adoptar el mapuche, decían chau antes de emprender un viaje,
como derivación del chau meu y con el mismo significado. Con la inmigración,
esas voces se confundieron con el ciao milanés que es, en realidad, saludo de
bienvenida (Fiadone (a): 15).
En conclusión, parafraseando a Cunninghame Graham, somos un pueblo con no poca sangre indígena en nuestro acervo cultural.
Por Alejandro Eduardo
Fiadone
Para El Orejiverde
Fecha: 30 de Septiembre de
2.017
*Empleamos la palabra
“criollo” en el sentido amplio, para definir al hijo o hija de europeos,
nacidos en estas tierras. En realidad, “criollo”, en la acepción española, era
exclusivamente el hijo varón de padre español nacido en una colonia.
Alvear Emilio de 1870. Reforma económica. Carta primera de tres publicadas en: La Revista de Buenos Aires. N° 82; 83 y 84. Febrero, Marzo y Abril de 1870. Directores: Miguel Navarro Viola y Vicente G. Quesada. Imprenta de Mayo. Buenos Aires.
Bravo, Domingo A. 1994. Etimología de la palabra chiripa. Instituto de lingüística, folklore y arqueología de la Universidad Nacional de Tucumán. Santiago del Estero.
Cunninghame Graham, Robert Bontine (1901) 2000. La Arcadia perdida. Memoria perdida. Emecé. Buenos Aires.
Curruhuinca, Curapil y Luis Roux 1987. Las matanzas del Neuquén. Págs. 51 a 53. Plus Ultra. Buenos Aires.
Fernández C. Jorge. 1998. Historia de los indios ranqueles. INAPL, Buenos Aires
Fiadone, Alejandro Eduardo 2014 (a). El diseño indígena argentino. Una aproximación estética a la iconografía precolombina. Biblioteca de la Mirada. La marca editora. Buenos Aires.
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