La mirada que tenemos del
mundo ha sido permeada en gran medida por los cartógrafos occidentales. Fueron ellos
los que establecieron el canon de la cartografía contemporánea y los que
influyeron en el desarrollo de la ciencia a escala global. Sucedió en Europa,
en Asia y también en América, una vez los conquistadores españoles
llegaron a aquellos territorios e impusieron sus costumbres, lenguas y
conocimientos.
Hace poco vimos cómo
América tomó su nombre a través de un singular nombre.
Tan interesante hecho no significa, sin embargo, que los pobladores indígenas
de la Mesoamérica precolombina no hubieran hecho con anterioridad sus propios
mapas. Estas reliquias son hoy escasas dada las dificultades de su
conservación, pero las que aún perviven son auténticas joyas de la historia de
los mapas. Y una de ellas, el códex Quetzalecatzin, está ya disponible en
la red.
Las gracias se las
debemos a la Librería del Congreso de Estados Unidos,
cuya amplísima colección de manuscritos, mapas antiguos y fotografías clásicas
se encuentra libre en su web. Hace unas semanas, la organización volcó para el
disfrute de todos los interesados el códez Quetzalecatzin, un rarísimo ejemplo
de mapa mesoamericano influenciado de forma temprana por la conquista española.
Un ejemplo de cómo ambas culturas se hibridaron para siempre.
El mapa data de 1593, un siglo después de que
los barcos de Colón hubieran arribado a las islas caribeñas. Para entonces, las
colonias españolas se encontraban en un estadio temprano, aún por definir
administrativamente, y la mezcolanza definitiva de pobladores nativos y colonos
europeos se encontraba en su fase inicial. Por ello, grandes rastros de la
cultura mesoamericana lograron pervivir y moldear, hasta dar forma
idiosincrática e independiente, a las naciones americanas de futuro.
Pero aquella evolución
llevaría siglos, y en su primer siglo colonizada, los indígenas mesoamericanos
aún conservaban buena parte de su legado cultural. Durante aquellos años, las
autoridades españolas asentaban las bases del gobierno administrativo de Nueva
España, lo que provocó que muchas familias indígenas
se lanzaran a realizar exhaustivos mapas que ilustraran las vastas posesiones
controladas por su estirpe. La que muestra el códex Quetzalecatzin responde al
nombre de "De León".
El mapa se realizó no
siguiendo las técnicas clásicas nativas, lo que lo coloca como ejemplo
paradigmático de la habilidad cartográfica de los pueblos mesoamericanos. La
distancia que cubre es la equivalente al norte de la actual Ciudad de México
con Puebla, más de cien kilómetros, y sobre ella se representan diversas
montañas, ríos, valles y las cabezas familiares del apellido. De forma ideal,
el código representaba las aspiraciones territoriales de los De León, ya
cristianizados, cuyo linaje se remontaba a Quetzalecatzin XI.
Quetzalecatzin XI fue uno
de los monarcas más poderosos de la región un siglo atrás, alrededor de 1480.
Aparece representado en el mapa con los ropajes típicos de la civilización azteca y
sirve como punto inicial para el largo linaje de un siglo al que se adscribía
la familia De León. Prueba de la hibridación de la cultura mesoamericana y
europea es que mientras el código está escrito en nahuatl, la lengua
azteca, el alfabeto empleado es latino. Del mismo modo, muchas figuras
responden a nombres castellanos como Alonso o Mateo.
El mapa representaba
caminos, vegas y edificaciones.
Esta pequeña descripción de
una importante comunidad local sirve hoy como ejemplo de transición entre los
manuscritos aztecas (con sus figuras perfiladas, sus topónimos jeroglíficos, su
técnica pintora transmitida de generación en generación por los maestros
mesoamericanos) y los colonos europeos (con sus referencias a iglesias y plazas
públicas, sus nombres españoles y su alfabeto latino). En definitiva, una
fotografía del México del siglo XVI en el que la fusión entre ambas culturas
aún era muy temprana, pero ya irreversible.
El mapa, también hilo
genealógico, es uno de los muchos sobre los que las autoridades imperiales
edificarían el vasto archivo cartográfico de sus posesiones americanas. Pero de
forma significativa, tenía un propósito muy político y local, y no era otro
sino describir qué familias indígenas habían poseído aquellas tierras
de forma secular. Su eminente pátina azteca, la clara influencia mesoamericana,
le convierte hoy en un ejemplo de cartografía indígena muy excepcional. Una
ciencia que, con los años, se apagaría.
Como decíamos, hay otros
mapas de la época que a día de hoy representan una estupenda oportunidad para
arqueólogos e historiadores a la hora de comprender el mundo mesoamericano,
y cómo se adaptó a la traumática llegada de los europeos. La Librería del
Congreso cuenta con varios, como este mapa de las tierras del Oztoticpac. Sin embargo,
pocos son tan bellos, tienen tal cantidad de detalles y son tan coloridos como
el códes Quetzalecatzin, una mirada a un periodo de histórica transición.
Fuente > Magnet – 19 de
Diciembre de 2.017
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