Escrito por Esteban Snihur
Destruidos
y arrasados los pueblos guaraní-misioneros por las guerras desatadas entre los
emergentes estados nacionales en la primera mitad del siglo XIX, se generó un
lento pero continuo proceso de mestizaje de la población remanente de las
destruidas reducciones.
Los
antiguos pueblos quedaron allí y junto a ellos una población que resguardó y
preservó como objeto de veneración a la imaginería que persistía en los sitios.
Entonces comenzó a surgir el fenómeno de la valoración de aquellos pueblos
abandonados y de la experiencia que por más de un siglo se había desarrollado
en ellos.
Durante
el transcurso del tiempo se generaron diversas posturas de pensamiento,
cambiantes según las épocas y corrientes políticas-ideológicas dominantes. Para
los pobladores que habitaban la región de las misiones, las ruinas no eran
tales, eran simplemente “pueblos viejos”, en donde aún se rezaba, se veneraban
imágenes y se podía vivir. Para el Estado Nacional y su proyecto cultural,
teñido del anticlericalismo decimonónico, aquellos pueblos abandonados y
destruidos eran simplemente "ruinas", donde lo único rescatable eran
los objetos de una posible valoración estética, como lo fue en el caso de la
imaginería. Los primeros en emitir opinión y juicio sobre el tema fueron los
exploradores que ingresaban al territorio misionero, enviados por el Gobierno
Nacional. Muchos de ellos eran agrimensores, naturalistas o simplemente
viajeros.
La
creación del Territorio Nacional de Misiones en el año 1881 dio injerencia
directa al Gobierno Nacional en materia de evaluación del patrimonio
reduccional existente. La visión era siempre la misma, coincidente con el
concepto sarmientino de "civilización y barbarie": un territorio
salvaje y una población ignorante, de donde habían que rescatar obras de arte
supuestamente abandonadas en la selva.
Lo
cierto es que las estatuas, esculturas, tallas, etc., no estaban abandonadas;
estaban resguardadas, preservadas y custodiadas en sus escenarios originales,
por una población que las había convertido en objetos de veneración y rituales
religiosos, plenamente consciente de su origen histórico.
Se generó de ese modo un discurso institucional respecto a los 11 conjuntos jesuítico-guaraní de Misiones. Un discurso gestado desde el Gobierno Nacional que se instituyó en oficial , desconociendo o no contemplando otros paradigmas, aquellos vigentes en la población misionera que convivía con los pueblos viejos, ahora catalogados como ruinas.
Se generó de ese modo un discurso institucional respecto a los 11 conjuntos jesuítico-guaraní de Misiones. Un discurso gestado desde el Gobierno Nacional que se instituyó en oficial , desconociendo o no contemplando otros paradigmas, aquellos vigentes en la población misionera que convivía con los pueblos viejos, ahora catalogados como ruinas.
La
clase dirigente e intelectual que diseñaba desde Buenos Aires al emergente
Estado Nacional Argentino a finales del siglo XIX, caracterizada por un
positivismo ideológico, no vio más que ruinas en aquel vasto territorio
misionero que exhibía un escenario socio-cultural mucho más complejo y rico. No
se percibió el fenómeno territorial y socio-cultural que evidenciaban los
vestigios diseminados por doquier, ni el patrimonio intangible que subyacía. Se
percibieron únicamente las ruinas de los pueblos, algunas de las cuales se
consideró que merecían ser conservadas y otras no, porque simplemente ya no
evidenciaban muros en elevación. En este marco de interpretación, las
esculturas en piedra, las tallas en madera, las obras de arte en general,
fueron considerados simplemente como objetos estéticos que había que rescatar
de la barbarie de la selva para ser llevados y expuestos a la
"civilización" en las grandes urbes del país. Esta concepción dio
lugar a un sistematizado saqueo que vació al territorio misionero de su
imaginería y demás piezas de valor artístico-cultural provenientes del período
reduccional.
La
expedición realizada por el naturalista Adolfo de Bourgoing, por encargo del
Director del Museo de la Plata, Francisco P. Moreno, a mediados de 1887, fue emblemática
en ese sentido: con una caravana de carretas y acompañado por una fuerza
policial para imponerse a la población que se resistía a desprenderse de sus
imágenes veneradas, Adolfo de Bourgoing recorrió todos los conjuntos jesuíticos
del Territorio Nacional de Misiones, entre ellos San Ignacio Miní, cargando
todo lo que lo que podía ser cargado y considerado como obra de arte. En el
cargamento se destacaban 34 piezas escultóricas de un gran valor artístico,
finalmente trasladadas a Buenos Aires. Fue una acción planificada, sistemática,
con el expreso propósito de despojar a Misiones de su imaginería jesuítica, que
no constituían objetos perdidos o abandonados, sino que, como ya se ha
señalado, se hallaban resguardadas por la población del territorio misionero
que habitaba el entorno de los antiguos pueblos.
Otro
ejemplo ilustrativo de la expoliación del patrimonio jesuítico lo constituye el
caso de la placa con el monograma J.H.S, que originalmente estuviera la fachada
del templo de San Ignacio Miní. A fines de diciembre de 1901, fue quitada del
frente de la iglesia la placa de piedra, por Ambrosetti, para ser enviada a
Buenos Aires por barco, por orden de Carlos Pellegrini. El plan era más
temerario, recomendaba también literalmente "cortar" en varias partes
el portal de la sacristía para su posterior envío a Buenos Aires y exhibición
en algún paseo público para el deleite del público de la ciudad.
Se
sumaron luego las lamentables acciones de algunos gobernadores del Territorio
Nacional de Misiones, delegados del Gobierno Nacional, entre ellos Rudecindo
Roca, que no dudaban en congratularse con amigos, políticos o funcionarios del
gobierno nacional, obsequiándoles obras de arte extraídas de los conjuntos
jesuíticos.
La
década de 1940 marcó un hito: La acción directa del Gobierno Nacional
concretada en la obra de restauración del conjunto de San Ignacio Miní. Pudo
haber sido una gran oportunidad para generar un cambio en los paradigmas, pero
se mantuvo el criterio de valoración monumental-arquitectónico de los
conjuntos, sin contemplar en lo más mínimo la posibilidad de restitución de los
bienes patrimoniales guraní-jesuíticos extraídos sistemáticamente desde finales
del siglo XIX del territorio misionero.
La media sanción lograda en el Senado de la Nación constituye hoy un
acto de reparación histórica hacia Misiones, luego de transcurridos 116 años de
aquella apropiación indebida que realizara el Gobierno Nacional de la placa
tallada en arenisca con el emblemático JHS de la Compañía de Jesús.
Escrito por el historiador Esteban Snihur
Profesor y Licenciado en Historia, egresado de la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Misiones. Oriundo de la ciudad de Apostoles, es autor del libro De Ucrania a Misiones, una Experiencia de Transformacion y Crecimiento. Ex Docente de la Catedra Historia Regional I en la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales de la UNaM. Es Miembro de la Junta de Estudios Historicos de la Provincia de Misiones. Investigador del pasado regional y docente en la Escuela Superior de Comercio Nro 3 y en el Instituto Cristo Rey de Apostoles
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