Cuando los Selknam señoreaban la Tierra del Fuego y nadie había llegado a apoderarse de su territorio, ellos se encontraban agrupados en tribus.
Dos de ellas estaban en gran conflicto, pues los jefes de ambas
comunidades habían tenido una disputa y juraron que su odio llegaría hasta la
muerte.
Calafate, la hermosa hija de uno de los jefes de
esta tribu, vivía ajena al odio de su padre, disfrutando de la vida y el vigor
de su juventud. Un día al atardecer, que es la hora del amor, se encontró con
un joven fuerte y apuesto. Los grandes y bellos ojos de Calafate lo hechizaron
desde el primer momento. El amor creció y era fuerte he indestructible para
cuando descubrieron que eran hijos de enemigos.
Cuando el padre se enteró de la relación de su hija
con la del guerrero que consideraba su enemigo, recurrió al brujo de la tribu
para poner fin a este amor.
“Tan solo sus dulces ojos deben
permanecer”, sentenció el padre. El brujo la transformó en un arbusto, cuyo
fruto guardara la belleza y dulzura de sus ojos negros. Sin embargo, estaría
rodeado de espinas para que el joven enamorado no pudiera tocarla.
El padre, sin embargo, no contaba con la fuerza ni la felicidad de este amor: el guerrero permaneció a su lado hasta el día de su muerte.
Es por esta razón que si comes
de este fruto caerás en el embrujo y tu corazón se sentirá atraído hacia la
Patagonia y siempre querrás volver, pues el poder del amor que encierra el
calafate provoca el deseo de volver a la tierra donde esta historia tuvo lugar.
Leyenda de Tradición oral relatada por Mariella Argüelles.
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