Por Horacio Bernades (Página 12)
El director de Bonanza cuenta la
historia de John Palmer, antropólogo estadounidense que terminó radicándose en
la localidad salteña de Lapacho Mocho, integrado a la comunidad wichí. Y lo
hace con la misma cercanía y una asombrosa fluidez narrativa.
“Creo que lo que me atrajo es el modo de ser
de ellos, tan inverso al nuestro”, dice John Palmer, antropólogo inglés que a
mediados de los ’70 bajó hasta América del Sur, para estudiar de cerca a los
miembros de la comunidad wichí y completar así su tesis de graduación en
Oxford. Unos años más tarde, Palmer dejó para siempre su país y sus estudios,
se casó con una mujer wichí llamada Tojweya y se integró a la comunidad salteña
de Lapacho Mocho, siendo al día de hoy un vecino más, especializado en la
defensa de los derechos avasallados de ese pueblo originario. Viendo El
etnógrafo da la impresión de que las razones que movieron al realizador Ulises
Rosell a interesarse por todo ello –el viajero transculturalizado, la cultura
prehispánica que aún sobrevive en el noroeste argentino, los intentos
corporativos de apropiación de tierras, las irreconciliables diferencias entre
la ley tribal y la occidental– son lo mismo que en su momento sedujo a Palmer:
que ese mundo tan próximo sea inverso al nuestro. Tal como sucedió con el
forastero, la cámara de Rosell no se limita a observar, sino que se integra –en
este caso tal vez no para siempre, pero sí durante esa eternidad que es una
película– a aquello con lo que convive.
El etnógrafo se parece y no se
parece a Bonanza, que a comienzos de la década pasada puso a Rosell en un lugar
singular dentro del documentalismo argentino. En El etnógrafo puede rastrearse la misma
curiosidad por lo raro y distinto, por lo que está al costado de la
civilización (de la civilización occidental, para decirlo con mayor precisión),
pero ahora menos en busca de lo peculiar y excéntrico que de un escenario tras
el que subyace una tragedia: la del arrinconamiento y posible extinción de una
cultura originaria. Curiosamente, el subtítulo de Bonanza era En vías de
extinción.
El
etnógrafo no empieza con la primera toma, sino mucho antes. Es la larga
convivencia previa la que permite –como suele suceder en los documentales del
inmenso Eduardo Coutinho– que cuando la cámara se enciende no lo haga desde
fuera, sino ya un pasito adentro del territorio que ha resuelto filmar. También
como Bonanza, El etnógrafo es un modelo acabado de documental antitelevisivo,
antiperiodístico, antimanipulador. Rosell no anda detrás de un tema, mucho
menos de una tesis, conclusión o mensaje a transmitir, sino, de un modo
infinitamente más honesto y genuino, de algo que simplemente atrajo su
atención. En primer lugar, un personaje que, decidió abandonar lo que suele
llamarse civilización, para integrarse a lo que suele llamarse salvajismo.
Pero, claro, el educadísimo, respetuosísimo y calmo gentleman que es John
Palmer resulta ser la antípoda exacta del despelotado, exuberante, fabulador y
autocrático “Bonanza” Muchinsci, una suerte de Facundo paraurbano.
La forma es el hombre y la de El
etnógrafo se hace a la medida de la personalidad de Palmer. De la de Palmer y
la de la entera comunidad de Lapacho Mocho. Como su protagonista, El etnógrafo
persigue sus objetivos con paciencia, casi sin que se note. Aunque parezca “no
tener forma”, El etnógrafo sigue líneas narrativas bien definidas. No líneas,
en realidad –los wichís no conciben el tiempo de modo lineal– sino
circunvoluciones, si se prefiere. Un ritornello es el propio Palmer y su
matrimonio con Tojweya, con quien tiene cinco hijos. Otro, la situación en la
comunidad, en momentos en que una empresa de capitales chinos empieza a
desmalezar la zona, sin permiso, en busca de petróleo. Finalmente, el choque
entre la tradición wichí y la ley del hombre blanco. Choque concretado en la
condena a prisión de Qa’tu, miembro de la comunidad que mantuvo relaciones con
una de las hijas de su esposa, menor de edad. Relación consentida por Tojweya y
no condenada por las tradiciones comunitarias.
Expresión fáctica de multiculturalismo,
los miembros de la familia de John Palmer hablan indistintamente tres idiomas:
castellano, wichí e inglés. Idiomas que perfectamente pueden mezclar en el
curso de la misma frase. Cuando dialogan, tanto ellos como los restantes
miembros de la comunidad hacen muchos silencios. Como si, al hablar, cavilaran.
Bella, contemplativa, de asombrosa fluidez (gentileza del montajista, Andrés
Tambornino), El etnógrafo “habla” como sus personajes: con muchos planos
“intermedios”, que en medio del decurso se detienen a observar, a cavilar sobre
lo que ven. Lo hace, como los Palmer, en varios idiomas.
Datos del Documental
EL ETNOGRAFO (Argentina, 2.012)
Dirección y guión: Ulises Rosell.
Fotografía: Guido de Paula.
Edición: Andrés Tambornino.
Música: James Blackshaw.
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