Todos
los yanomamos, somos sangre de Peribo. Peribo-riwë vivía en este mundo junto con
su hija y con su yerno Amoawë. La hija se llamaba Purima-yoma. Pero esa hija le
tenía mucho miedo al esposo. Ella no quería tener esposo; quería tener a ese
hombre solo como hermano. A Peribo-riwë no le gustaba eso; le daba rabia, le
daba vergüenza.
Un día invitó a su hija y a su nieto y se fueron al monte, lejos del xapono. Allá agarró a su hija y la estranguló. Después le dijo a su nieto que con un atari le sacara los ovarios. El nieto obedeció: los sacó y se los dió a Peribo-riwë, quien los embojotó en unas hojas. Esto hizo para enseñarnos como se embojota la cacería para asarla. Con el bojote volvieron al xapono. Padre e hija discutieron a causa de Amoawe y tan acalorada resultó la pelea que de resultas de un golpe de su padre, Purimayoma cayó al suelo y quedó inconsciente, esparciéndose por el suelo unos granos de maíz que llevaba en una cesta de mimbre. Periboriwe, muy asustado creyéndola muerta, salió corriendo con su nieto, al que obligó a recoger los granos desparramados envolviéndolos en unas hojas. Al llegar a su casa, hizo que el nieto los cocinara e hiciera una pasta que luego se comió.
La
hija no había muerto. Después que se fue su padre, volvió en sí y se transformó
en cocuyo. En el xapono Peribo-riwë asó el bojote y se sentó a comer los ovarios
de la hija. Después de haber comido el guiso que le cocinó el nieto. Pero
cuando terminó se sintió muy raro. Enseguida el cuerpo se le fue poniendo
caliente y, como loco, comenzó a pasearse por el xapono, por aquí, por allá,
soplándose aire con un xohema. Estaba inquieto y gritaba por el ardor que
sentía. Después se fue al patio, caminando, y allí comenzó a subir por los
aires. Los no-patabï se reían de él. Peribo-riwë seguía subiendo. Ahora ya no
se abanicaba. Los niños, creyendo que era un juego, le tiraban palitos. Los
demás se reían; pensaban que iba a bajar de nuevo, que sólo estaba dando
demostración de sus poderes.
Pero Peribo-riwë ya iba alto. Entonces los hombres comenzaron a juntarse en el patio; apuntaron con sus arcos y lo flechaban. Él seguía subiendo, dando vueltas. También lo flechaba Pokoïhïbëma-riwë, pero no podía acertarlo. Los Atamari también vinieron a flecharlo, pero tampoco acertaron.
Suhirina-riwë
seguía acostado, tranquilo, mirando para arriba. No se apuraba. Estaba acostado
como un waiteri. Los viejos ya estaban comentando:
-¿Por
qué no lo flecharon cuando estaba bajito? Ahora ya está muy alto. Peribo-riwë
se escapó. Nadie más lo va a agarrar.
En eso, Suhirina-riwë se bajó del
chinchorro, cogió su arco y sus flechas, se puso a mirar hacia arriba y dijo:
—Asiëëënnn, ¿Por qué no le tiraron cuando estaba bajito? Ahora está muy alto. Entonces jaló la cuerda del arco. La encontró floja y la templó. Todo eso hizo para que nosotros aprendiéramos a templar nuestros arcos antes de disparar la flecha. Si no acertamos, es porque tenemos el arco flojo.
—Asiëëënnn, ¿Por qué no le tiraron cuando estaba bajito? Ahora está muy alto. Entonces jaló la cuerda del arco. La encontró floja y la templó. Todo eso hizo para que nosotros aprendiéramos a templar nuestros arcos antes de disparar la flecha. Si no acertamos, es porque tenemos el arco flojo.
Después,
apuntó con una flecha de punta rahaka. Peribo-riwë no se movía más; estaba
acomodado en su sitio, en el cielo, y miraba para abajo. Suhirina-riwë soltó la
flecha... Le había pegado en el pecho, allí donde tenía la tetilla. Todos
gritaron.
En
seguida, de la herida comenzaron a caer gotas de sangre. Cada gota que caía se
transformaba en un yanomamo nuevo porque caían sobre el mismo cocuyo en que se
había convertido Purimayoma, y ésta las hacía germinar. Peribo-riwë se fue
quedando sin sangre, sin fuerza, jipato; así fue bajando poco a poco hacia el
borde de la tierra. Allá se transformó en luna sobre un cerro alto que llaman
Peribo-makï, lejos, lejísimo, y desde entonces alumbra por las noches con su
luz blanca y mortecina donde ni siquiera los napë viven.
Allá
viven los Yai. Así murió Peribo-riwë. El peribo de ahora no es el cuerpo de
Peribo-riwë; es su no-porebï. Por eso es malo: se lleva el alma de los niños;
estos fácilmente se mueren.
Ese mismo día, Suhirina-riwë y su familia se convirtieron en esos alacranes, que son pequeños pero pican duro; Pokoïhïbëma-riwë y su familia se transformaron en esos alacranes grandes (y negros, pero no venenosos) Los Atamari se fueron a vivir sobre los palos del monte y quedaron transformados en esos hongos cuyo nombre genérico es peribo. Los demás yanomamo de entonces se transformaron en zamuros y volaron a las matas cercanas; los que eran gente grande y buenos xapori se convirtieron en zamuros reales. Pero de la sangre de Peribo habían nacido solo hombres. No había mujeres. Por eso aquellos hombres tenían como mujer los huecos de los árboles y el ano de sus compañeros".
Fuente:
Juan Carlos Alonso (Mitos Latinoamérica).
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