Suenan tiros en lo más profundo del impenetrable salteño –norte de
Argentina-. Amancio respira hondo de nuevo, mientras apunta a un cerdo salvaje
que aparece en mitad de la estepa. De este disparo dependerá la subsistencia de
su familia la próxima semana. El tiro se desvía por poco, centímetros, podría
decirse que roza al puerco. “Cada día hay menos animales, el bosque se
desvanece y con él, nuestras vidas” afirma.
Amancio es uno de los últimos indígenas wichí que resisten en la
finca de Cuchuy, en el departamento de San Martín, Salta. El resto de
comunidades han ido desapareciendo a la misma velocidad que avanzaban las
excavadoras. Pueblos originarios olvidados por el Gobierno. Perseguidos,
acorralados, expulsados. De las 9.000 hectáreas que había en esta zona tan
solo quedan 3.000; “Pronto las bestias de hierro acabaran con lo que queda”,
añade Amancio.
A su lado yacen varias vacas muertas, puro pellejo y huesos. “Un
día vimos que los animales bebían del río y morían. Han contaminado nuestras
aguas. Ya no se encuentran yaguaretes y ni tapires, huyeron cuando talaron los
arboles” agrega, mientras arranca su motocicleta rumbo a casa.
En la aldea Corralito, construcciones de adobe, un tanque para el
agua vacío y niños que juegan bajo un sol abrasante. Mucha tierra, polvo,
sudor. Dos mujeres tallan las hojas de Yaguar: las bolsas y adornos con
elementos de la naturaleza y figuras de animales del monte. El hilo lo tiñen
con la resina del algarrobo, que da color negro y marrón.
“El bosque para nosotros es una fuente de vida. Nuestro hogar. Sin
el bosque no podemos andar. Del bosque sacamos la fruta, pescamos, e incluso
obtenemos las medicinas” reflexiona Amancio, mientras sondea el horizonte,
con cierto aire de resignación.
Durante muchos años los wichís han luchado por obtener títulos
legales para la tierra de la que son propietarios, y que constantemente se ve invadida
y expoliada por ganaderos no indígenas, madereros, agricultores y
constructores.
Sus reclamaciones territoriales principales están en dos grandes
zonas de territorio público al este de Salta, conocidas como Lote 55 (unos
2.800km²) y Lote 14. Según la ley, los derechos de los wichís a esta tierra han
sido reconocidos, pero el Gobierno provincial de Salta interpreta las leyes a
su manera.
Los últimos bosques de Argentina
Argentina ha perdido el 70.5% de los bosques nativos originales.
Tras fuertes presiones de organizaciones como Greenpeace la Ley de Bosque
Nativo, fue promulgada y reglamentada el 23 de febrero de 2009 por el Poder
Ejecutivo a cargo de Cristina Fernández de Kirchner. Sin embargo, existen
maneras de evadir las normas.
Un ejemplo de ello es la finca de Cuchuy, a 70 kilómetros de la
ciudad de Tartagal, donde la situación es extrema. Su propietario Alejandro
Jaime Braun Peña, primo del jefe de gabinete Marcos Peña, e integrante del
directorio de varias empresas de la familia del presidente Mauricio Macri, fue
quien solicitó al gobierno de Juan Manuel Urtubey, gobernador de Salta, la
autorización para recategorizar la zona a Categoría III - verde que estaba
clasificada bajo el Ordenamiento Territorial de Bosques Nativos como Categorías
I - rojo y II - amarillo, donde no se permitía su desmonte. Básicamente
cambiaron por decreto el color de las áreas, volviendo vulnerables zonas que
otrora eran intocables. De esta manera el gobierno provincial autorizó
ilegalmente el cambio de zonificación para que se pudiesen deforestar 8.962
hectáreas (la superficie de media ciudad de Buenos Aires).
Bestias de hierro
Nos vamos de “cacería”. En busca de las excavadoras que están
destruyendo las últimas hectáreas que quedan intactas en la finca de Cuchuy, a
70 kilómetros de la ciudad Tartagal. Abrimos la verja y accedemos a una zona
arrasada, como si hubiera pasado un ciclón. “El espectáculo” es dantesco:
Cientos de árboles derribados, arrancados de raíz. No hay rastro de la
maquinaria. Rastreamos con prismáticos, escuchamos en silencio. Hasta que por
fin llega el rugido. A lo lejos se divisan arboles cayendo. Corremos. Dos
enormes topadoras se encuentran a la par. Una en cada lado de la hilera de árboles,
unidas por una enorme y tensa cadena que va cortando los arboles a un ritmo
frenético. Avanzan al mismo paso que nosotros, los troncos milenarios caen sin
cesar.
Los activistas de Greepeace actúan rápido. Se interponen en el
camino con las manos en alto, la maquina levanta la pala amenazante, amaga con
continuar hasta que finalmente, apaga el motor. El conductor se baja
malhumorado del vehículo, “porque no hablan con mi jefe, yo solo estoy
trabajando” dice refunfuñando. Se aleja. Está vez David venció a Goliat aunque
se trata de una victoria pírrica; las topadoras volverán a funcionar pronto,
quizás con las primeras luces, cuando el sol no arde.
Hernán Giardini, coordinador de la campaña de bosques de
Greenpeace, responde: "Cuando se trata de los bosques hay una especie de
asociación ilícita entre el Gobierno provincial y empresarios que ya
denunciamos y son parientes directamente ligados a autoridades del Gobierno
nacional.” La organización ecologista viene denunciando el caso desde 2014. “Si
existiera la ley de delitos forestales que estamos impulsando en el Congreso de
la Nación, los funcionarios y los empresarios implicados en este caso estarían
con una causa penal”, concluye Giardini.
Greenpeace ya había denunciado el caso en el año 2014 y frenado el
desmonte hasta que sus activistas fueron detenidos. El mes pasado las
topadoras volvieron a arrasar 400 hectáreas más de bosques nativos. La
deforestación afecta en forma directa a cuatro comunidades wichí, cuyas
familias quedaron encerradas entre varias fincas que fueron desmontadas en los
últimos años.
“Quienes destruyen bosques no son empresarios, son delincuentes.
Necesitamos que se penalice a los responsables de desmontes ilegales e
incendios intencionales y a los funcionarios que los faciliten”, finaliza
Giardini.
Amanece, volvemos a la aldea, Corralito. Allí sigue Amancio,
mirando la luna que recién asoma en lo alto, escoltada por sus estrellas.
“Espero que mañana podamos cazar algo y que alguien detenga las excavadoras
cuanto antes, no deben de quedar más de seis kilómetros hasta aquí” dice.
“¿Sabes?” nos pregunta sin darnos tiempo a responder. “Wichí significa ‘lo
que tiene vida’. Para nosotros la voluntad es muy importante, es como el alma
del cuerpo. Pero a veces es difícil no perder la voluntad, la esperanza”,
suspira. El tiempo se agota...
Fuente La Razón (Espana) - 20
de Enero de 2.018
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