Hay una
crisis generalizada acerca del poder y de su ejercicio, una verdadera crisis
sistémica, vale decir, la percepción de que la forma en que entendemos el poder
y su ejercicio en todos los ámbitos de la realidad no nos hace mejores. Vivimos
casi siempre bajo formas degeneradas, burocráticas, patriarcales, autoritarias,
cuando no dictatoriales. Max Weber, uno de los grandes teóricos del poder, le
dio una definición tomando como referencia su lado patológico y no su lado
sano. Para él, poder es hacer que el otro haga lo que quiero.
¿Por qué no entender
el poder como expresión jurídica de la soberanía popular, poder compartido y
servicial? Lo ético de este poder consiste en reforzar el poder del otro para
que nadie se sienta sin poder sino participante en las decisiones que afectan a
todos.
En tiempos de crisis
como el nuestro, conviene revisar otras formas de ejercicio de poder que nos
ayudan a superar el pensamiento único acerca del poder. Pienso aquí en la forma
como los guaraníes entendían el poder y a su portador, el jefe de la tribu.
Un investigador
francés, Louis Necker, nos trae un relato impresionante sobre este tema (Indios
guaraníes y chamanes franciscanos: las primeras reducciones del Paraguay
1580-1800, Asunción 1990). Me permito transcribir algunos párrafos ilustrativos
de otro tipo de ejercicio de poder.
«El jefe no tenía
poder de coerción. Sus "súbditos" aceptaban su autoridad y su
preeminencia sólo en la medida de las contraprestaciones que recibían de él. El
jefe dirigía las tareas comunales... Tenía un privilegio: la poligamia (para
ayudarle en sus muchas tareas). Pero a su vez tenía obligaciones muy precisas
cuya no ejecución podía significarle el abandono de sus súbditos: conducir
hábilmente la política exterior del grupo, tomar decisiones judiciales en
materia económica, repartir con justicia entre las familias nucleares los lotes
de terreno limpiados colectivamente, mantener la paz en el grupo y muchas veces
tener cualidades de chamán, útiles al grupo, como el poder de curar o el
control de las fuerzas sobrenaturales. Era muy importante que el jefe fuera
elocuente. Y sobre todo debía ser generoso. Como lo observó Lévi-Strauss, en
los pueblos del tipo de los guaraníes "la generosidad es el atributo
esencial del poder". Para conservarlo el jefe debía sin cesar hacer
regalos de bienes, de servicios, de fiestas... En la selva tropical, este tipo
de obligación podía ser tan pesada que el jefe se veía obligado a trabajar
mucho más que los demás y a renunciar casi a toda posesión para sí mismo. Es el
papel del jefe... dar todo lo que se le pida: en algunas tribus se puede
reconocer siempre al jefe en la persona que posee menos que los demás y lleva
los ornamentos más miserables. El resto se le fue en regalos».
El cristianismo no
escoge la cultura en la que se va a encarnar. Se enmarca en la que encuentra.
Así lo hizo con la cultura del judaísmo de la diáspora (judíos que vivían fuera
de Palestina), con el judaísmo palestino, con la cultura griega de Asia Menor y
con la cultura imperial romana. De esta encarnación nos vino el actual
cristianismo con sus positividades y limitaciones propias de esta cultura.
Especialmente la Iglesia católica romana asumió el estilo de poder, no el
predicado por Jesús, sino el de los emperadores, poder absoluto y cargado de
símbolos que permanecieron en los papas hasta la llegada del Papa Francisco. Él
se despojó de ellos, renunciando especialmente a la famosa "mozetta",
esa pequeña capa sobre los hombros cargada de oro y plata, el mayor símbolo del
poder del emperador, y a la vida en palacios. El Papa Francisco siguió los
pasos del poverello de Asís y el mandato de Jesús y se fue a vivir
donde se alojan los obispos y sacerdotes que llegan a Roma.
Hagamos un ejercicio
de imaginación. ¿Qué tal si el cristianismo, en vez de echar raíces en la
cultura occidental grecolatina y después germánica, hubiera asumido la forma
guaraní de ejercicio de poder.
En tal caso los
sacerdotes serían paupérrimos, los obispos, miserables y el papa, un verdadero
mendigo. Trabajarían incansablemente al servicio de los fieles. Su marca
registrada sería la generosidad sin límites. Y darían un testimonio espontáneo
y profundamente inspirador del sueño de Jesús. Él nos pidió ejercer el poder
como puro servicio: "sabéis que entre las naciones quien tiene poder manda
y los grandes dominan sobre ellas; así no ha de ser entre vosotros; por el
contrario, si alguno de vosotros quiere ser grande, sea vuestro servidor,
porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido sino para servir" (Mc
10,42 ss). Que esta enseñanza sea permanente autocrítica a todo poder, también
al eclesiástico, pero principalmente sea inspiradora de una forma no dominadora
del poder.
Leonardo Boff
15 de Diciembre de
2.017
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