Para los Inuit (esquimales) en su cosmovisión, el creador de todo
es el cuervo.
Los guarasug’we o ‘Pausernas’ creían en la existencia de un gran árbol
que descansa sobre un inmenso disco (la Tierra) y del que penden y se sostienen
todas las estrellas que se ven en el cielo.
En el concepto de los chinos 2.000 años a.C., la Luna era devorada
paulatinamente por un inmenso dragón, que en culturas amazónicas es sustituido
por el jaguar azul.
Los incas, veían en las cuevas donde habitan murciélagos, entradas
al más allá.
Los ayoreos celebran el canto del guajojó como el inicio de la primavera
y los chiquitanos veían en el arcoíris el camino de los jichis que al transitar
en sentido contrario se enfrentaban y producían los truenos y relámpagos.
¿Cómo acercarnos de algún modo a entender algo del portentoso imaginario
natural de nuestras culturas humanas? Desde el bullicio citadino y el iphone,
parece una tarea un tanto difícil y lo más probable es que necesitemos un
retiro o viaje personal como el que hizo Zaratustra (de Nietzsche) pero en
versión no literaria.
Un ejemplo cercano puede ser el viaje que emprenden los ipayes, que son
los curanderos, chamanes o yatiris de la cultura guaraní.
Todo guaraní-izoceño que aspire a ser ipaye debe emprender un retiro
solitario por un buen tiempo a alguno de los cerros icónicos que emergen en la
llanura chaqueña. En esa experiencia el aspirante a ipaye recibirá no solo más
conocimiento, sino, sabiduría para administrar ese conocimiento; sufrirá con el
candente sol, el frío y los embates de la naturaleza, pero es la única manera
de comprender y cambiar. En esta perspectiva el retiro o viaje personal no es
precisamente aislarnos, sino vivir una experiencia que nos aleja pero para ser
parte de algo nuevo, algo que no conocíamos ni entendíamos y nuestros pueblos
sabían del poder de este viaje.
Toda persona debe darse la chance de hacer un periplo individual y
exento de selfies, poses, complejos, miedos y ruidos urbanos. Simplemente
alejarse de todo ese murmullo y tratar de escuchar, escuchar… Podemos estar en
un parque natural y en medio del monte sentiremos que nuestros sentidos se
agudizan, el corazón puede latir más rápido, la naturaleza se hace más evidente
y cosas que nos eran pequeñas e insignificantes cobran mucho valor.
Al final, perspectivas que no imaginábamos emergen espontáneamente para
enseñarnos algo nuevo. Todo esto puede ser una manera también de acercarnos a
nuestros ancestros y entender como veían el cielo y la noche; y porqué
asignaban tantos atributos a los seres y elementos naturales.
Viajando por Alaska y el río Yukón entendí un poco más de la importancia
del cuervo en la cosmovisión de los inuit; varias noches a solas en bosques y
pampas el parque Noel Kempff me acercaron al mundo de los guarasug’we; visitar
cañones profundos del parque El Palmar (Chuquisaca) y pernoctar en cuevas con
murciélagos pude entender un tanto del porque estos ambientes tenían
implicaciones místicas para pueblos andinos. En lugares inhóspitos del parque
Kaa Iya del Gran Chaco aprendí más sobre los ipayes y los ayoreos, mientras que
el gran Bosque Seco Chiquitano inevitablemente te acerca al mundo mítico de los
jichis y los chiquitanos. El caso es que siempre vuelves con un pedazo de algo
en ese retiro, ese viaje… incluso algo puede comenzar a cambiar y crecer aunque
sea un poco.
Zaratustra al volver de su retiro a la montaña ya no era el mismo, su
visión de la vida cambió producto de una revolución individual que él gestó.
Busquemos esa nuestra montaña que no debe estar en el fin del mundo
necesariamente y que no nos hará precisamente ipayes, pero quizás nos haga más
sabios y más humildes.
Escrito por Huáscar Azurduy
Fuente
El Deber (Santa Cruz – Bolivia) – 4 de Febrero de 2.018.
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