Siempre hay conexiones que desafían toda lógica. A veces conectas profundamente con alguien que nunca has tocado, cuya voz tal vez nunca has escuchado, cuya presencia física jamás has experimentado. Y aún así, es como si conocieras de tiempo a esa persona.
Y esto sucede porque las almas no necesitan cercanía física para reconocerse. Operan en frecuencias que trascienden tiempo y espacio. Cuando dos seres vibran en la misma sintonía del alma, la distancia es irrelevante, los cuerpos son solo vehículos, y la conexión se vuelve instantánea.
Llevas en tu alma un registro de todas tus conexiones a través de las existencias. Cuando encuentras una frecuencia familiar, no necesitas presentaciones.
Vibras y sientes a alguien sin verlo porque las conexiones álmicas no respetan las leyes físicas. Existen en un plano donde todo está conectado, donde la separación es solo una ilusión de la materia. Tu alma puede conectar instantáneamente con otra alma que resuena con su frecuencia.
Intuitivamente sabes cuando una conexión es real. No necesitas validación física para vínculos que son verdaderos. Tu intuición no se equivoca.
Algunos vínculos son tan antiguos que trascienden esta encarnación. Y cuando se encuentran, ni la distancia ni la ausencia física pueden negar lo que siempre ha existido. El alma reconoce lo que los ojos nunca necesitaron ver.
Quizás lo más desconcertante es aceptar que, cuando dos puntos en el universo vibran en la misma sintonía, la distancia desaparece y se vuelve irrelevante. Es una especie de reconocimiento que trasciende lo físico, una atracción que opera bajo leyes que aún no comprendemos.
Es un territorio sin mapa donde las almas se encuentran antes que los cuerpos, un lugar donde la conexión no le pide permiso a la distancia.
No es una coincidencia ni una fantasía; es el eco de un lenguaje universal que has hablado durante vidas, un hilo invisible que finalmente se tensa para recordarte que nunca, en realidad, estuviste separado.
Francisco Dublino Muñoz
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