La acusan de copiar las prendas tradicionales de los pueblos indígenas mexicanos de Charapan, Angahuan y Santa Clara del Cobre.
Coco Chanel replicaba en prendas de alta costura uniformes de empleados o trabajadores, como los de los marineros bretones, para crear su marinière; un gesto que en la actualidad seguramente podría ser calificado como apropiación cultural. Sin embargo, ella nunca ocultó el origen de sus diseños, que presentaba orgullosa de haber ampliado la mira de la moda, para incorporar elementos externos. Acaso, esa sea la clave, para que sus modelos se consideren como producto de la inspiraciones en esos otros universos paralelos -un reconocimiento que, incluso, puede leerse como homenaje- y no como plagio.
Pero, ¿qué pasa cuando ese origen se oculta, y además las prendas no están "inspiradas en" sino que son, lisa y llanamente, réplicas de los originales, y además el origen se omite? El caso de la francesa Isabel Marant, que por estas horas provoca revuelo, resulta bastante ilustrativo en este sentido.
El tema es así: la diseñadora presenta sus diseños -ponchos, vestidos y capas- que vende por cientos de euros y sus diseños son exactamente iguales a los que visten históricamente varias comunidades aborígenes mexicanas: se apropia de esa tradición. La cultura purépecha de Michoacán, por ejemplo, que reconoce como propias las texturas, los colores, los cortes y bordados, de la francesa, supuestamente originales.
Es por esta razón que, por segunda vez, Marant es acusada de plagio de quienes salen a defender la verdadera autoría de los diseños. En este sentido, los senadores que motorizaron la denuncia, señalan que los usó "para, literalmente, copiarlos y presentarlos como suyos en una línea de ropa, sin dar crédito a los verdaderos creadores", lo que consideran un atropello cultural.
Ella lo considera absurdo pero las acusaciones son muy puntuales: una de sus capas -como muchas otras de las prendas que componen su nueva colección- reproduce las proporciones exactas de los tradicionales sarapes y jorongos mexicanos.
Por eso el dato no pasó inadvertido: desde el Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas (INPI) se sumaron a las acusaciones de plagio de los diseños artesanales de comunidades originarias: "El plagio vulnera el derecho fundamental de los pueblos indígenas de conservar y proteger su propiedad intelectual y su patrimonio cultural", dijeron.
Y hasta la encargada de la política cultural mexicanasalió a decir que colores que la diseñadora utilizó en su colección plagia directamente los de las prendas típicas de las comunidades purépechas de Michoacán, San Miguel Chiconcuac y Gualupita en el Estado de México así como de San Bernardino Contla en Tlaxcala; la ciudad de San Luis Potosí, y Teotitlán del Valle en Oaxaca, entre otras (que, no hace falta aclararlo, no reciben un peso como compensación por la venta de las prendas en Francia).
Es la segunda vez que Marant es acusada de utilizar los diseños mexicanos: en 2015, ha había sido señalada tras presentar una réplica exacta de la blusa típica de la comunidad de Tlahuitoltepec, Oaxaca, uno de sus diseños característicos. Entonces pasó algo insólito: la firma francesa de hizo de la patente de la prenda y, a partir de ese momento, si la comunidad quería comercializar la blusa tenía que pagar previamente los derechos.
¿Apropiación cultural, entonces? ¿Qué es? Ésta puede ser entendida como la utilización de elementos culturales típicos de un colectivo étnicos por parte de otro, despojándola de todo su significado y banalizando su uso.
El concepto contaminó en los últimos tiempos el campo de la moda y el arte: el punto es, ¿cuál es el límite entre la inspiración y el sometimiento de una cultura? Quizás la cuestión se vuelva problemática -y podamos empezar a hablar de plagio- cuando no se considera ni reconoce, deliberadamente o por desconocimiento, a quienes, en todo caso, la inspiraron. Y entonces las reacciones estén justificadas.
Escrito por Veronica Abdala
Fuente: Diario Clarín (Buenos Aires) - 8 de Noviembre de 2020
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