Al igual que en muchas otras tradiciones, el indígena nativo americano buscaba en la altura de las montañas el contacto con las fuerzas creadoras, donde se sometía a rigurosos ayunos en silencio y soledad para escuchar la voz del Gran Espíritu.
El alma receptiva de los hombres y mujeres medicina encontraba sus templos en infinidad de formas en la propia madre naturaleza, hacia la que profesaba, ofreciendo respeto, reverencia y devoción, y a la cual por cierto, sabía escuchar en forma espontánea aprendiendo de sus diferentes formas.
Ya sea a través del vuelo de las aves, en el susurro de las aguas, en el suave viento del monte, en el canto del trueno y aún en la pisada de las hormigas... de ahí se desprende, su gran relación e interacción con el mundo metafísico y espiritual de los animales, tales como el bisonte, el lobo, el oso, el águila, el cuervo, el alce o el venado, entre otros.
Dicha relación, encuentra clara expresión en el uso ritual de las plumas o en los diferentes abalorios que adornan, protegen y embellecen sus indumentarias, siempre imbuidos de simbolismos arquetípicos, "mágicos" y profundas alegorías.
Todos los seres de la creación son sagrados, y todo tiene un alma o un espíritu, con el cual podemos comunicarnos, y del cual podemos obtener información y comprensión, si es que hacemos el esfuerzo necesario.
Todo proviene del Gran Espíritu. Él está en cada cosa, en la montañas, los volcanes, las aguas cristalinas, la belleza de los bosques, y naturalmente en todos los animales, y en cualquier forma de vida en la tierra. Y aún más allá, en el brillo de las estrellas, en la vitalidad del Padre Sol, en el influjo mágico de la Madre Luna o en la maravillosa e ilimitada infinitud del Cosmos Eterno.
Independientemente de nuestros orígenes, el color de nuestra piel o la naturaleza de nuestras creencias, somos todos uno, un solo gran corazón. Mientras no ocurra este reconocimiento intrínseco, es muy difícil que en el ser humano recupere la paz, la integridad, la alegría y la nobleza de la vida.
Alce Negro
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