Nació en Argentina pero hace casi 50 años que trabaja en Madagascar, donde construyó una ciudad con escuelas, dispensarios y puestos de trabajo.
El sacerdote Pedro Opeka es un misionero argentino, de 69 años, que llegó a África a los 22 y logró alcanzar el pequeño pero gran milagro para los más pobres de Madagascar: logró sacar alrededor de 500.000 personas de la extrema pobreza, en el pueblo de Akamasoa (que significa “Los buenos amigos”), que se encuentra en las afueras de la capital Antananarivo, en Madagascar.
Cuando llegó el Padre Opeka a este rincón triste de Africa, el lugar estaba rodeado por un gran basurero donde decenas de miles de personas hurgaban en los desechos buscando material para reciclar, revender y comida. Pero, en base a tres pilares que defiende a rajatabla -educación, orden y trabajo-, la vida de la comunidad cambió por completo. Te contamos la historia de un ejemplo argentino.
La obra del Padre Opeka
Las fotos lo muestran feliz. Su tez con abundante barba blanca y ojos azules contrastan con las familias morenas que lo integraron poco a poco como uno más, convirtiéndolo en uno de ellos.
“Me fui en barco en 1968. Lloré y dije: adiós Argentina, tierra mía. Hubiese sido más fácil si me quedaba. África es la olvidada y había que arreglar todo. Aprender una nueva lengua, costumbres y tradiciones. Lo hice y no me equivoqué. A mi país lo llevo en el corazón”
Una vez asentado en su nueva patria, Opeka ayudó a sacar de la miseria a medio millón de personas. Les transmitió su enseñanza, les devolvió la esperanza y las fuerzas para cambiar la realidad.
“Ellos viven muy mal, con sólo dos dólares por día. El 92 por ciento de la población está por debajo del umbral de la pobreza. Sufren enfermedades como paludismo y tuberculosis”, cuenta.
Padre Pedro y Akamasoa: modelo de desarrollo para los pobres
El Padre Pedro Opeka creó una de las comunidades más grandes del mundo, en la cual 25.000 personas pobres encuentran su dignidad a través del trabajo y la responsabilidad personal.
La comunidad de Akamasoa fue fundada en Madagascar por el padre Pedro Opeka, que es misionero de la Congregación de la Misión. Nacido en 1948 de padres de origen esloveno que emigraron a la Argentina para escapar de la dictadura de Tito, trabaja desde hace más de 40 años entre los más pobres de la tierra y, poco a poco, desarrolló un modelo que el mundo entero mira con interés.
Su secreto es el orden, el trabajo y la responsabilidad personal. Es más, es contundente en sus afirmaciones: “Un plan social es lo que peor que le podés dar a un pobre”
El padre Opeka y los pobres de Madagascar
Todo comenzó en 1989 cuando el padre Pedro se dio cuenta de la situación de degradación que vivían los pobres en el vertedero de Tananarive, la capital de Madagascar, un lugar de refugio para personas desesperadas expulsados de la ciudad.
El ver a hombres, mujeres y niños viviendo en condiciones tan inhumanas, rompió el corazón del Padre Pedro Opeka, quien comenzó a buscar maneras de ayudar a estas personas pobres.
El misionero desarrolló una idea para ayudar a las personas a ayudarse a sí mismas. Cerca del vertedero había una cantera de granito, cualquiera que estuviera dispuesto a trabajar podía producir ladrillos, guijarros, losas y grava para vender a las empresas de construcción.
Logró entonces que, bajo la dirección de los religiosos vicentinos argentinos, los habitantes del vertedero se reunieran comenzando a ver, a través de su trabajo, un pequeño atisbo de esperanza.
Esperanza en los pueblos de Akamasoa
La transformación que siguió sorprendió a todos: una comunidad animada comenzó a desarrollarse. Escuchando a los demás y estableciendo comités para responder a las necesidades de los trabajadores, como el cuidado de los enfermos y la supervisión de los niños, las personas que vivían en condiciones infrahumanas, se dieron cuenta que tenían derecho a vivir con dignidad y que de ellos dependía.
Cuatro décadas después, una comunidad conocida como “Akamasoa” (que en italiano significa “Buenos Amigos”), vive en las casas construidas por ellos mismos, que forman dieciocho pueblos que tienen tiendas, talleres, fuentes e iluminación.
Todos ahora son dueños de sus casas de ladrillo. Todos tienen agua limpia y atención médica. Todos sus hijos van a la escuela
A pesar de que sabe lo importante que es su obra y su persona en esta parte del mundo, el Padre Pedro no se siento salvador. “Cuando se vive con y en medio del pueblo, la gente comienza a creer, a tener confianza. Entonces, todo es posible. Los obstáculos y dificultades pueden ser vencidas”
Nominación al Premio Nobel
Sobre su nominación al Premio Nobel prefiere no pensar porque su tiempo lo ocupa su tarea. “Puedo decir que el premio me lo está dando el pueblo”. Pero sabe que un reconocimiento de esta dimensión puede ayudarlo a abrir puertas para que el apoyo llegue más rápido.
Su obra se sostiene con el aporte de particulares. Recibe invitaciones para dictar charlas y dar conferencias. Por eso cada tres meses realiza giras que incluyen países como Francia, Bélgica, Mónaco, Barcelona, y nunca regresa con las manos vacías. “Saben que la ayuda le llega a los pobres y la gran mayoría ayuda”.
El fútbol, el juego que une
Los domingos a la tarde, Pedro saca a relucir su afición al fútbol con la que conquista a los jóvenes. A sus 68 años, lleva grabada la pasión por Independiente y aclara entre risas que es hincha del “rojo”, no del “diablo”. La pelota lo acerca a su lejana Argentina y a los chicos que lo siguen. Y todavía patea tiros libres al arco como cuando tenía 20.
Promulga que su pensamiento para combatir la pobreza es y será disminuir todas las desigualdades e injusticias. Y que la felicidad está en saber compartir y “aprender a vivir la vida como un regalo y con alegría”.
Fuente: Buena Vibra
https://buenavibra.es/entretodos/solidaridad/llego-a-la-argentina-el-padre-opeka-el-cura-gringo-que-logro-sacar-500-000-personas-de-la-pobreza-extrema/
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