Una piedra pulida con promontorios encontrada en el río Gualeguay se suma a numerosas armas y útiles de pueblos originarios y gauchos.
Entre las culturas del mundo, y en miles de años, el país de las boleadoras es el litoral rioplatense. Las costas del Uruguay, el Paraná; el área guaraní, charrúa, minuán, chaná, tape, con gente diestra en el uso de las bolas de piedra; la zona donde el gaucho heredó prácticas milenarias como ésta.
No tuvo la boleadora esa continuidad que logró el mate, pero ahí andan los dos útiles paradigmáticos del litoral y muy especialmente de la entrerrianía. Ambos vinculados estrechamente a la naturaleza, para la paz, la obtención de alimentos, la defensa.
Hubo boleadoras de una sola piedra (bola perdida), y también de dos, de tres. Las más recientes fueron denominadas “tres marías” y se usaron hasta hace poco tiempo.
Hubo bochas redondas, ovoides, erizadas, según los gustos de los grupos y de los artesanos.
El llamado rompecabezas es eso, un tipo de arma usada al estilo de las boleadoras, para la caza o para el combate. Aunque no se descartan otros fines.
Las boleadoras de dos piezas podían tener una bocha grande, que golpeaba, y una más chica en el otro extremo de la soga para tomarla con la mano. Las boleadoras sirven para revolearlas y lanzarlas con miras a enredar las patas de un animal, o para golpearlo, con distintas formas de construcción y técnicas de uso. Hay abundante literatura sobre estas piedras principalmente en la Mesopotamia argentina y entre los orientales. El sur entrerriano está sembrado de bochas.
Forma de almohada
La difusión del hallazgo de boleadoras y puntas de flecha antiquísimas en los aledaños de Larroque, en el departamento Gualeguaychú, a través de una entrevista al agricultor Adolfo De Zan, llevó a otros vecinos y otras vecinas a mostrar instrumentos parecidos que encontraron en la zona. Entre ellos, una piedra tallada de las llamadas rompecabezas, al parecer, y también algunos instrumentos más modernos como estribos de factura muy llamativa aparecidos en el sitio donde Francisco Ramírez inauguró su carrera meteórica.
La piedra más llamativa tiene forma de almohada, aunque sugiera un uso precisamente contrario. Fue hallada en Costa de Gómez, un lugar equidistante entre Larroque y Urdinarrain, a ocho kilómetros de ambas ciudades, en los campos de Londra que dan al río Gualeguay.
“La encontró Lujan Almirón, conocido en Larroque como ‘Capataz’ Almirón. La pisó su señora, Rita Castel, en el agua, se lastimó el pie, y él rescató esa piedra”, dijo a UNO Adolfo De Zan, que nos comentó la novedad.
Otra boleadora
¿Símbolo religioso? ¿Arma de caza? ¿Instrumento para la guerra? Útiles como estas piedras con puntas redondeadas fueron nombrados rompecabezas, por motivos obvios, pero esas piedras estrelladas pudieron tener uno o varios usos y no necesariamente todos violentos.
De Zan mostró hace pocos días una punta de proyectil de piedra transparente, muy atractiva, y un grupo de bolas de boleadoras indígenas, las típicas con un surco en el medio, que halló en las nacientes del arroyo Las Flores, en el campo donde realiza con su familia tareas agrícolas.
“Tenía guardadas esas piedras porque en general no interesan mucho, a mí me gusta saber de los orígenes, saber de la naturaleza. La naturaleza se expresa de diferentes maneras y a veces hay que saber apreciarla”, comentó De Zan en diálogo con UNO. “No es que uno ande buscando las piedras, pareciera que nos buscan para que las juntemos”, reflexionó.
Pocos días después de la difusión de fotos de esas piedras en nuestro medio, su hijo Pablo de Zan halló en el chiquero de los cerdos otra bocha similar, con la característica ranura, pero partida. Es lo más reciente, en esta saga, porque el rompecabezas fue encontrado por los Almirón Castel hace unos 17 años, según sus comentarios, y permanecía guardado por esa familia, esperando que alguien le preste atención fuera del grupo. Salió a la luz a raíz de la nota publicada hace un mes por UNO bajo el título “Familia de Larroque halló antiguas armas líticas indígenas”.
En arroyo Ceballos
Aquella nota motivó también comentarios de otros vecinos sobre un estribo probablemente de alpaca de antigüedad desconocida, hallado en un lugar significativo: las puntas del arroyo Ceballos, entre Larroque y Cuchilla Redonda. El punto es histórico: allí se desató el combate que marcó la irrupción de Francisco Ramírez en la historia del mundo en 1817, enfrentando con sus tropas una invasión porteña.
“A ese estribo lo encontró mi papá en los campos de Sebastián Taffarel, en la estancia San Bernardo, que antiguamente era de un señor Mattos; Bernardo Mattos creo era el dueño de esos campos”, comentó a UNO Dora Korell, oriunda de la zona de Las Flores (Pehuajó), y domiciliada en Larroque.
“Lo encontraron en inmediaciones del arroyo Cevallos, es el campo nuestro”, agregó su esposo Ramón Tomasi. “Ahí nacen dos arroyos, la vía hace la divisoria de aguas. La calle donde vivimos, de un lado es Talitas, del otro es Cuchilla Redonda (dos distritos). Yo pertenezco a Talitas. Ahí nacen dos arroyos que vuelcan para el lado del Gualeguay, y el otro sería el de Olloquiegui. Lo rarísimo del estribo es la figura de un indio. En la estancia San Bernardo yo veía, cuando visitaba, que tenían espuelas, puntas de lanza, estribos, pero la mayoría de hierro. Lo único (distinto) fue el estribo éste, de ese tipo de material”, añadió Tomasi.
“En lo de Taffarel, a esas cosas las había encontrado mi papá”, indicó su esposa. “Y las teníamos nosotros, éramos chicos y no les dábamos la importancia que les damos hoy. Había piedras alargadas, talladas al medio como para pasarles un tiento, y después redondas, de una piedra grisácea oscura, me acuerdo. Pero eso en las sucesivas mudanzas se perdió, no sé qué habrá sido”, añadió.
El estribo con caras indígenas sirve de guía, podríamos decir, para hablar de los otros hallazgos en esas estancias, muy probablemente más antiguos aún, de los que podrían quedar algunos entre los herederos de la estancia San Bernardo. Probablemente, si algo hubiese quedado de 1817 (tiempos de Francisco Ramírez) en esa zona sería de piedra o de hierro: estribos, puntas de lanza, boleadoras, pero esas piezas que vieron Dora Korell y Ramón Tomasi están en sus memorias, no las conservó su familia como sí quedó el estribo de metal blanco, una joyita.
En esa misma zona se prendió el fuego revolucionario con los gauchos y criollos que recuperaron las ciudades de manos europeas, encabezados por Bartolomé Zapata entre fines de 1810 y principios de 1811. Cualquier hallazgo cobra entonces un sentido singular. Se sabe de otras bochas de piedras, estribos, espuelas y otros útiles (la familia del autor de esta nota da cuenta de ello), que hablan de la vida de comunidades por cientos y miles de años antes de la fundación de los pueblos modernos como Larroque, Irazusta, Urdinarrain, Basavilbaso, a la vera de las vías del tren.
Metal blanco
En la Argentina existen estribos de metal (bronce, latón) de más de doscientos años con influencia europea y rostros indígenas. La representación de un rostro humano, e incluso la figura aborigen, no es una rareza en esas piezas, aunque con diferencias en el diseño. Incluso José de San Martín usó uno con forma de sandalia y un grabado de rostro indio con plumas.
Las formas del estribo han sido variadas a través del tiempo, y en forma simultánea, y lo mismo los materiales usados en la construcción: madera, hierro, plata, alpaca, asta, bronce... Algunos de plata solían lucir detalles zoomorfos o fitomorfos (animales o vegetales). Los había con forma de campana, de zapato, de jaula; circulares, ovalados, en fin.
¿De qué época es una pieza? Muy difícil saberlo, cuando muchas de ellas fueron fundidas en una sola pieza, pero otras cinceladas a mano, y pudieron perderse quizá hace ochenta años pero venían de un siglo antes. Por supuesto, con el tiempo habrá especialistas que den una idea más precisa. Estas columnas se refieren a los hallazgos, no a los estudios que siempre son posteriores.
Estribos chicos en metal blanco no serían muy antiguos, pero esta pieza en manos de los Tomasi Korell es especialmente bella y en vedad hasta hoy ignoramos su origen y su constitución.
“Todo correspondería a la zona del arroyo Ceballos, porque metros más, metros menos, los campos están enfrentados: el de los Tomasi que se llama Santo Domingo, con la estancia San Bernardo”, amplió Dora Korell, que se mostró maravillada con el estribo. “Pesa 250 gramos, con 11,5 centímetros de ancho y 10 de alto. No es un tamaño muy grande. Yo lo mantengo limpio con limón y detergente (sonrió). De tanto en tanto lo limpio, queda precioso”.
“Nosotros estábamos mirando que las caritas del indio no son perfectas de un lado y del otro, es como si hubieran sido talladas. Se parecen mucho pero no son iguales, no son de molde”, arriesgó la vecina larroqueña.
Fuente: Diario Uno (Santa Fe-Argentina) - 22 de Agosto de 2020
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