El Sol brillaba en una
comunidad de las faldas del Chimborazo, un niño estaba jugando con su perro; se
alejó del pequeño poblado adentrándose en el páramo espectral. Subió por un
cerro forrado de pajas, en la cima encontró al Yachak de su comunidad, estaba
vestido de blanco, sentado sobre sus talones, erguido, no parecía estar en este
mundo porque pese a los ladridos del perro no se movió ni un centímetro. El
niño era inquieto por naturaleza, pero nunca supo ¿Por qué? intuyó que debía
respetar ese espacio, de modo que se tumbó sobre las almohadillas y acariciando
al perro contempló con curiosidad la meditación del Yachak.
Cuando terminó la
ceremonia, el curandero descubrió sorprendido que un niño le había estado
observando. Sonrió.
-¿Qué estabas
haciendo?- preguntó en un kichwa perfecto, que había oído a pocos niños.
-Estaba hablando con
el Tayta Chimborazo- respondió el Yachak.
-Eso no es posible,
las montañas no hablan- dijo el niño.
-Claro que hablan-
dijo el Yachak–. Las montañas son Apus.
El curandero
le invitó a sentarse a su lado.
-Todo se está moviendo
aunque no parezca- indicó, mientras entrecruzaba las piernas-. Nuestros abuelos
nos enseñaron que las montañas son seres como los ángeles, son Apus que tienen
la capacidad de salirse, espíritus que deambulan, regresan, caminan y como
cualquier ser vivo, se relacionan con otros seres.
-Yo no creo que eso sea
posible- refutó el wambra-. Son montañas: tierra y piedra.
El Yachak sonrió – Es que a
los Apus se les puede ver solo con los ojos de la percepción- dijo con una
amabilidad, que generó confianza en el niño-. Además, a diferencia de los
ángeles católicos que son hombres; los Apus son macho y hembra, como nosotros,
los animales y las plantas- añadió.
- ¿Y cómo puedo saber
cuándo una montaña es macho o hembra?- preguntó el niño, mientras observaba
como la Mama Tungurahua arrojaba un hongo gris al cielo.
-Mira con atención la cima,
si tiene forma de media luna como la Mama Quilla es hembra, si tiene cualquier
otra es macho - respondió el Yachak, que en cambio no quitaba los ojos del tayta
Chimborazo, que aparecía diáfano en el horizonte.
- ¿Y hay montañas buenas y
malas?- cuestionó el niño.
- El bien y el mal no
existe- dijo el Yachak apacible–. Los seres de conciencia luminosa, sutil,
ligera, están viviendo en lugares más hacia el cielo, como los Apus que rodean
la comunidad ¿Entiendes? En cambio las fuerzas que son materiales, más densas,
pesadas, están viviendo en lugares hacia la tierra. Pero estas dos son
necesarias para la existencia: las energías negativas equilibran, sin la noche
no hay el día, sin luz no hay oscuridad. Los Apus son seres que necesitan una
casa en dónde vivir…
-¿Viven en los cerros?-
interrumpió el niño atónito.
- Exacto - exclamó el
Yachak entusiasmado por la inteligencia del pequeño-. Por eso son guardianes de
su hogar, igualito como tú y yo, que protegemos nuestra casa. Por eso has de
haber escuchado: hay algunos que han ido a la montaña sin respeto y nunca
regresaron.
-¿Y los cerros
se casan entre sí?- preguntó el wambra ruborizándose de su propia audacia.
- Claro que
sí- exclamó el Yachak mirándole directo a los ojos-. La mama Tungurahua es la
''bella que vomita fuego'' y erupciona cada vez que tiene ira, porque se pone
celosa de su esposo el tayta Chimborazo. Según cuentan nuestros abuelos, antes
de casarse con ella, el tayta tuvo que pelear en batallas que se recuerdan
hasta ahora, y fue para merecer su amor.
-¿En serio? ¿Y
con quién peleó?-dijo el niño sorprendido.
El hombre de
blanco se acomodó sobre sí mismo.
- Mi abuelo me contó que la
primera batalla fue contra el tayta Cotopaxi, pelearon durante años con
erupciones constantes para merecer a la hermosa Tungurahua. Después, el tayta
Chimborazo tuvo que defender su amor frente al Kariwayrazu; se lanzaron rocas
entre sí, hasta que el tayta por su grandeza, le dio un trompón y por eso su
vecino se quedó chiquito. Lo mismo pasó con el Tulabuk, la mama Tungurahua le
coqueteaba, el Taita se enojó muchísimo, cosa que la tierra se quedó temblando
cuando le atacó con furia, dejándole al pobre Tulabuk del tamaño que le
conoces. Más antes había sido casi del porte del Chimborazo.
-¿Y se peleó también
con el Altar?- preguntó el niño curioso.
-Nuestros ancestros
lo llamaban Kapak Urku, y cuando la bella Tungurahua le sonrió, el anciano de
nieve, que ese tiempo no era tan anciano, tuvo que librar la batalla más feroz
de todas ¿Tienes idea del tamaño que debió tener el tayta Kapak Urku? Pero de
todos modos el Chimborazo ganó, al final fue el justo merecedor de su mano en
matrimonio.
-Entonces el tayta
Chimborazo tiene hijos- concluyó el niño.
-Todos somos sus
hijos, él es nuestro padre que permite las cosechas, cuando se enoja nos caen
heladas y no tenemos qué comer, pero él es sensible…- manifestó señalando al
coloso.
-No me refería a eso,
yo digo hijos que sean cerros- aclaró el pequeño.
Bueno, del matrimonio nació
el wawa Pichincha. Cuando llora, la mama le contesta. Por eso, luego de muchos
años de tranquilidad, los dos entran en erupción al mismo tiempo. Además, los
mayores contaban que a los esposos les gusta jugar a la baraja con cartas de
oro, y que tienen una cueva con tesoros que tú y yo no podemos imaginar,
incluso dicen que existe una ciudad de oro puro en su interior – calló por un
segundo, dirigiendo la mirada a la mama Tungurahua-. Y cuando el tayta quiere
acariciarle, le envía rayos de luz en las noches de luna llena- añadió.
- Pero me contaste que la
mama Tungurahua se pone celosa- afirmó el niño, tratando de adivinar el punto
en el que el Yachak había fijado la mirada.
- Es que el Chimborazo
tiene muchos hijos fuera del matrimonio-manifestó volviéndose al niño-. Una vez
me contaron, que una wambra estaba pastando ganado en páramo de Chukipogio,
cuando encontró un frejol blanco que brillaba con intensidad, pensó que era hermoso,
así que lo guardó dentro de su faja. Contaban. Durante la noche el frejol
blanco penetró su piel, se deslizó hasta sus entrañas. Después de nueve meses,
dio a luz un niño de ojos azules como el cielo y de cabello blanco como la
nieve. Por eso la mama es celosa, y cuando se enoja le bota ceniza en su cara
blanca.
-El tayta ha sido un
bandido- se rió el niño- ¿Y nunca le ha engañado con otro cerro?
- Un día vinieron a
visitarle Iliniza y Tionilsa, su esposa ardiendo en celos las atacó con tanto
coraje, que las dejó feas para siempre- dijo el Yachak-. Eran solo amigos, pero
la mama Tungurahua es tan bella como celosa. Además como cualquier dama, es
impredecible, tiene sus períodos, momentos difíciles y ritmos. Cuando seas más
grande lo entenderás-aclaró-. Dicen que cuando está cerca el Carnaval, se pone
nerviosa, inquieta, porque es tan carnavalera que se queda festejando hasta el
chuchaqui del miércoles de ceniza. Los otros meses, en cambio, permanece
serena, descansando de tanto trajín.
- Yo quiero
conocer la ciudad de oro al interior del Chimborazo- afirmó el niño.
- Si respetas
al tayta, y le tratas como el ser vivo, que de hecho es, seguro algún día la
visitaras – concluyó el Yachak.
Cuando la
conversación terminó regresaron juntos a la comunidad. El niño nunca más
habría de pensar que las montañas son simples acumulaciones de tierra, que no
permiten ver el horizonte.
Adaptación literaria de
Jorge Dávila Vázquez
Fuente: Leyendas
Ecuatorianas y su relación con el Sumak Kawsay
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