A las que luchan, a la marea verde, a la marea celeste. A las que han parido, a las que besan amores, a las distintas, a las que se saben hijas antes que madres. A las corrompidas, a las ultrajadas. A las que lloran, a las silenciadas, a las que sueñan, a las que discrepan. A las poderosas, a las quedadas, a las no nacidas, a las amigas, a las temerosas, a las olvidadas. A las amantes, a las generosas, a las alegres, a las irreverentes. A las desangradas, a las libres y a las enclaustradas. A las ignorantes, a las respetadas, a las enfermas, a las violentadas, a las sanas, a las cuerdas, a las locas. A las que vuelan, a las hadas, a las sirenas, a las que piden, a las que vencen y las vencidas. A las abuelas, a las eternas y a las efímeras, a las intrépidas, a las cobardes, a las asesinadas, a las que adoptan y a las que parten. A las hermanas, a las rebeldes, a las mágicas, a las que nutren, a las protectoras, a las sufridas. A las señoras, a las putas, a las que creen, a las decididas, a las niñas sin infancia. A las tías, a las que trabajan, a las que se esfuerzan, a las golpeadas, a las besadas, a las solitarias, a las desnudas. A las cansadas, a las enérgicas, a las entristecidas, a las fuertes, a las que esperan y a las que desesperan. A las que tejen inviernos y a las que desenredan quebrantos, a las miradas atesorando esperanzas, a las manos de mi madre.
A mis mujeres… A todas las mujeres
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