Hay
momentos tan brillantes y mágicos que desearía que el reloj se detuviese. Esos
instantes en los que el reloj conspira con las estrellas y marca una hora
maestra, un latido eterno mientras dure. Vienen a enseñarme la maestra
gratitud, y gratitud no es deuda, es la más grande manifestación de amor.
Hay otros momentos en los que todo sucede tan rápido que quisiera bajarme del segundero y sentarme a descansar un rato, o un suspiro, o tal vez la eternidad. Vienen a enseñarme el maestro equilibrio, y equilibrio no es quietud, sino silencio interno.
Pero hay otros momentos en los que desearía que el reloj se acelerase, que todo sucediera más rápido, momentos tan densos como lentos, donde las alas quieren volar y aún la tormenta no ha cesado. En esos momentos, el reloj marca la hora en punto para poner en práctica la gran maestría: la sabiduría de la paciencia, y paciencia no es esperar, sino aprender a estar con el alma presente mientras se espera.
Ada Luz Márquez
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