Una antigua leyenda
americana asegura que en tiempos remotos el profeta Tamandaré‚ predijo el
diluvio universal, que efectivamente se produjo, cubriendo totalmente el agua
la faz de la tierra. Solamente se salvó de ese diluvio una familia caria,
gracias a que pudo subir a un gran pindó (palmera), de cuyos frutos se
mantuvieron estos únicos sobrevivientes, hasta que bajaron las aguas.
Los integrantes de esa
familia caria, una vez pasado el peligro, se ubicaron a orillas del anchuroso
río Áraguay, cuya etimología: ára, cielo o arriba; gua, de o del; y, agua,
indica que es agua caída del cielo o el río que se formó de las aguas del
diluvio. Este caudaloso río se encuentra bordeado de exuberante vegetación y
nace en el corazón de Mato Grosso, territorio brasileño y cruza montes y valles
para ir a desaguar en el Atlántico ecuatorial.
La leyenda recuerda
solamente el nombre de los varones de esta familia escogida para repoblar la
tierra. El Karaí, que se llamaba Áuar (para ser o para generar), con dos hijos:
TupÍ el mayor y Guaraní el menor, cada uno con su "tembireko"(esposa).
Al morir los padres,
ambos matrimonios siguieron habitando la casa paterna, en completa armonía,
cultivando la tierra, pescando, cazando, criando a sus hijos y viviendo puros,
sin egoísmo, sanos de cuerpo y alma. Era un verdadero paraíso terrenal. En ese
estado los encontraron los conquistadores.
Dispersión de los Tupí - Guaraníes |
Tupí y Guaraní, fueron dos hermanos muy unidos; mozos fornidos, veloces nadadores, habilidosos y temerarios en la caza. Su piel bronceada, curtida por el sol tropical, guardaba una desarrollada musculatura; los ojos centelleantes delataban aguda inteligencia y bravura; los brazos torneados y firmes, terminaban en ágiles dedos, muy katupyry (diestros) en el manejo del "hu'y" (flecha) o para pulsar su nativo "mbaraka miri" (maraca), instrumento autóctono. Las mujeres eran hermosas, verdaderas palmeras andantes; sus cuerpos esbeltos y ondulantes se deslizaban, al igual que el de los hombres en el agua e imitaban al "mbigua" (un palmípedo) en sus atrevidas zambullidas; sus lacias cabelleras, lustrosas y renegridas, hacían juego con los ojos vivaces, brillantes y de un negror embrujante.
Cada cual tenía su trabajo: los hombres pescaban, cazaban y cultivaban la tierra con experiencia innata y gran cariño; de ella sacaban el avati (maíz) de doradas espigas; los abultados y alimenticios tubérculos del jety (batata), mandi'o (mandioca) y el avakachi (ananá) que saturaban de fragancia el ambiente del kokue (chacra), el lustroso tallo del pakova (banano), que se inclinaba bajo el peso de sus cachos recargados de bananas de oro, etc. Las mujeres se dedicaban a los quehaceres domésticos; cocinaban en el japepo (olla de barro) y traían agua de los manantiales en rojos kambuchi (cántaros) sobre sus cabezas, y finalmente el mandyju (algodón) que hilaban y tejían para ser utilizados en sus vestimentas. Completaba este hogar paradisíaco un multicolor araraka (papagayo) parlero, que constituía la distracción de la familia. Un día, sin embargo, habló más de la cuenta y sembró la cizaña en esa unida y feliz familia, siendo el promotor de la separación definitiva de los hermanos. Cuando Tupi regresaba de caza, el araraka le decía... "Guaraní oiko nde rembirekondive" (“Guaraní tiene relación con tu mujer”).
Y cuando Guaraní regresaba del monte trayendo miel de abejas, frutas, le repetía el cuento que Tupí lo traicionaba con su mujer. La duda sembrada por el chisme, dio paso a la desconfianza y esta desunió a la hasta entonces feliz familia.
Para no pelear entre hermanos y en vista de que la situación se iba tornando insostenible, Guaraní resolvió alejarse hacia el Sur con su mujer y se ubicaron en el lugar que hoy se conoce como Paraguay. Tupí quedó establecido en la querencia paterna y su descendencia fue poblando lo que hoy es Brasil, extendiéndose hasta el norte. Este es, según la leyenda el génesis de las dos grandes familias carias, que llegaron a constituir, con el correr del tiempo dos importantes razas de América: la Tupí y la Guaraní.
Tan emprendedores, activos e inteligentes fueron los fundadores y descendientes de estas razas, que a su llegada los españoles encontraron no sólo hombres libres, de independiente albedrío, sanos, felices y pacíficos, sino que también una extensa variedad en la línea de productos agrícolas. Esta leyenda de Tupí y Guaraní se relata de generación en generación en el dulce idioma de la raza.
QUE LEYENDA RUSTE !!!
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