Se acerca el amanecer y mientras la claridad se
filtra entre los montes y va bañando lentamente el conjunto de chozas de una
Comunidad Mbya Guaraní, se escucha un canto largo y profundo.
Es la plegaria que el chamán recibió en sueños y
que ahora entona su gente, pidiendo al Padre Ñamandú iluminación y fortaleza de
corazón para alcanzar una vida digna.
Acompañándose de una especie de guitarra rústica,
el ritmo de las tacuaras que golpean contra el suelo (takuapus) las mujeres, el
chamán cumple este antiguo ritual con el cual los Mbya Guaraníes inauguran el
día, reflexionando sobre la condición humana y su relación con los dioses.
Fotografía: Luciana Rennó |
Para el guaraní, la palabra es canto, danza y
oración para comunicarse con los dioses. El ser guaraní se identifica
profundamente con la palabra y ésta marca el rasgo esencial del hombre, desde
el momento en que éste es engendrado. En el acto de unión amorosa, el padre
comunica la palabra soñada a la madre, que queda preñada de esta palabra. El
ser humano es una encarnación de la palabra.
Del mismo modo, el chamán guaraní, sentado en su
apyka de cedro, en la profundidad del sueño concibe la palabra, la que se
engendra y nace igual que el hombre. Y esta palabra es instrumento de
perfección, a través de la cual el guaraní se hace más sabio y más hombre. Es
la materia con la cual el hombre desarrolla su mayor talento y la que puede
redituarle su mayor prestigio. La virtud más alta del guaraní está en su
capacidad de creación poética, de concebir y expresar las Ñe’e Porã, las
palabras hermosas…
Fuente: Sonqoñan
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