Un espacio destinado a fomentar la investigación, la valoración, el conocimiento y la difusión de la cultura e historia de la milenaria Nación Guaraní y de los Pueblos Originarios.

Nuestras culturas originarias guardan una gran sabiduría. Ellos saben del vivir en armonía con la naturaleza y han aprendido a conocer sus secretos y utilizarlos en beneficio de todos. Algunos los ven como si fueran pasado sin comprender que sin ellos es imposible el futuro.

domingo, 10 de mayo de 2015

Leyenda de la mandioca, leyenda guaraní


Esto debió haber pasado hace mucho tiempo, muchísimo tiempo. Antes de que los guaraníes emprendieran su largo viaje hacia el Sur, desde el corazón de las selvas sudamericanas.

Mandi-ó era una nenita fea, alta, flaca y desgarbada. Tenía manos grandes con dedos muy largos. No jugaba como los otros chicos. Se quedaba ahí, paradita, mirando como si quisiera hacerlo. Pero no participaba. Mientras tanto, los demás correteaban por la selva.

- Mandi-ó, algún día vas a echar raíces -la regañaba su mamá.

Y su papá la retaba porque no acompañaba a su madre cuando ésta salía en busca de frutos silvestres. Porque en aquellos tiempos remotos la gente no conocía la agricultura, y sufría terribles hambrunas: sólo se alimentaba con los productos de la caza y de la pesca (tareas a cargo de los hombres) y con los frutos de la selva que las mujeres recogían con la ayuda de sus hijos.

Pero Mandi-ó, siempre triste y avergonzada por su fealdad, se negaba a acompañar a su mamá y a sus hermanitos en esas salidas, en las que los chicos no sólo ayudaban sino que, además, recorrían la selva y se deslumbraban con todo lo que veían, como cualquier chico del mundo.

Mandi-ó se quedaba paradita, a la entrada de la tekoa, la aldea que su padre había construido, en un claro de la selva, junto con los otros hombres de la comunidad. No se atrevía a seguir a los suyos, como si le tuviera miedo a la espesura.


Entonces, Tupá, el Dios de los guaraníes, se apiadó de ella. En sueños le dijo lo que debía hacer: en adelante, la niña sería importantísima para toda su gente, porque les iba a enseñar a alimentarse mejor. Sólo era preciso que algún rayo incendiara un sector de la selva, con lo que se haría un claro en el cerrado boscaje y, cuando el terreno quedara despejado, ella debía dirigirse allí, sin miedo, para cavar un hoyo y meter en él sus piecitos. Eso sí: debía pedirles a sus hermanitos que la buscaran al día siguiente. Y así fue como lo hicieron.

¿Qué encontraron? Cuando todos salieron en busca de Mandi-ó, en el centro del claro vieron una planta desconocida hasta entonces: un arbusto muy verde, de casi dos metros de altura, con grandes hojas en forma de manos y dedos larguísimos. Cavaron para desenterrar los pies de la niña; y en su lugar encontraron gruesos tubérculos.

Era la mandioca, planta originaria de esas tierras, cuyo cultivo se comenzó a realizar en claros abiertos a propósito, con hacha y fuego. Desde entonces, los tubérculos de la mandioca fueron utilísimos porque la mandi-ó o mandioca acompañó a los guaraníes en su larga migración hacia el Sur, asegurándoles siempre el alimento. Mientras tanto, la misma planta viajó con los Tupíes hacia el Norte, cruzó el caudaloso Río Amazonas y, ya en la meseta de las Guayanas, fue adoptada por los Caribes quienes la llevaron a las Antillas con el nombre de yuca. Desde entonces, la yuca o mandioca alimenta a millones de americanos, a quienes brinda la fariña, la tapioca y el sabroso pan de cazabe.

Fuente: Leyendas, mitos, cuentos y otros relatos guaraníes, de Fernando Córdova, Editorial Longseller.


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