Esto
debió haber pasado hace mucho tiempo, muchísimo tiempo. Antes de que los
guaraníes emprendieran su largo viaje hacia el Sur, desde el corazón de las
selvas sudamericanas.
Mandi-ó
era una nenita fea, alta, flaca y desgarbada. Tenía manos grandes con dedos muy
largos. No jugaba como los otros chicos. Se quedaba ahí, paradita, mirando como
si quisiera hacerlo. Pero no participaba. Mientras tanto, los demás correteaban
por la selva.
-
Mandi-ó, algún día vas a echar raíces -la regañaba su mamá.
Y
su papá la retaba porque no acompañaba a su madre cuando ésta salía en busca de
frutos silvestres. Porque en aquellos tiempos remotos la gente no conocía la
agricultura, y sufría terribles hambrunas: sólo se alimentaba con los productos
de la caza y de la pesca (tareas a cargo de los hombres) y con los frutos de la
selva que las mujeres recogían con la ayuda de sus hijos.
Pero
Mandi-ó, siempre triste y avergonzada por su fealdad, se negaba a acompañar a
su mamá y a sus hermanitos en esas salidas, en las que los chicos no sólo
ayudaban sino que, además, recorrían la selva y se deslumbraban con todo lo que
veían, como cualquier chico del mundo.
Mandi-ó
se quedaba paradita, a la entrada de la tekoa, la aldea que su padre había
construido, en un claro de la selva, junto con los otros hombres de la
comunidad. No se atrevía a seguir a los suyos, como si le tuviera miedo a la
espesura.
Entonces,
Tupá, el Dios de los guaraníes, se apiadó de ella. En sueños le dijo lo que
debía hacer: en adelante, la niña sería importantísima para toda su gente,
porque les iba a enseñar a alimentarse mejor. Sólo era preciso que algún rayo
incendiara un sector de la selva, con lo que se haría un claro en el cerrado
boscaje y, cuando el terreno quedara despejado, ella debía dirigirse allí, sin
miedo, para cavar un hoyo y meter en él sus piecitos. Eso sí: debía pedirles a
sus hermanitos que la buscaran al día siguiente. Y así fue como lo hicieron.
¿Qué
encontraron? Cuando todos salieron en busca de Mandi-ó, en el centro del claro
vieron una planta desconocida hasta entonces: un arbusto muy verde, de casi dos
metros de altura, con grandes hojas en forma de manos y dedos larguísimos.
Cavaron para desenterrar los pies de la niña; y en su lugar encontraron gruesos
tubérculos.
Era
la mandioca, planta originaria de esas tierras, cuyo cultivo se comenzó a
realizar en claros abiertos a propósito, con hacha y fuego. Desde entonces, los
tubérculos de la mandioca fueron utilísimos porque la mandi-ó o mandioca
acompañó a los guaraníes en su larga migración hacia el Sur, asegurándoles
siempre el alimento. Mientras tanto, la misma planta viajó con los Tupíes hacia
el Norte, cruzó el caudaloso Río Amazonas y, ya en la meseta de las Guayanas,
fue adoptada por los Caribes quienes la llevaron a las Antillas con el nombre
de yuca. Desde entonces, la yuca o mandioca alimenta a millones de americanos,
a quienes brinda la fariña, la tapioca y el sabroso pan de cazabe.
Fuente:
Leyendas, mitos, cuentos y otros relatos guaraníes, de Fernando Córdova,
Editorial Longseller.
Leyendas y mitos de nuestra cultura
ResponderEliminarEsto es hermoso viva mi corrientes pora
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