Hace mucho tiempo, entre los
mapuches que vivían cerca de la Cordillera del Viento, al norte de Neuquén,
hubo un cacique llamado Copahue. Cuentan que hizo muchas guerras, pero que su batalla
más terrible la libró solo y por amor.
Una tarde, Copahue volvía de Chile
con sus hombres. Ya estaban bien entrados en el paso cuando el viento, que los
había acompañado desde el momento de iniciar el cruce, empezó a soplar más
fuerte. En un rato más se convirtió en huracán: corría desatado, loco , por las
quebradas, levantando el polvo, arrastrando las piedras, empujando
peligrosamente ladera abajo grandes rocas.
La expedición se empecinaba por el
camino: cada hombre avanzaba como podía , con la cabeza gacha, los ojos medio
ciegos y las orejas heladas, mientras los perros se detenían, aullaban y , sin
encontrar otro refugio, volvían corriendo junto a sus amos. Hasta que un
derrumbe los dispersó.
Las termas de Copahue. Ilustración: Pablo De Bella |
El viento se había calmado y
Copahue, herido por los proyectiles, ahora caminaba solo, buscando orientarse
en la semioscuridad del crepúsculo. De pronto vio en una altura un resplandor
aislado, la curva de un toldo iluminado por el fuego. Hasta allí subió Copahue
con dificultad, pero sus penurias parecieron esfumarse en cuanto levantó el
cuero de la entrada. Sentada sobre las pantorrillas ante la hoguera, una mujer
hermosa lo miraba entrar. Sin sorprenderse, le dijo :
-Podés entrar, Copahue, yo soy
Pirepillán.
Pirepillán curó al cacique, le convidó miel de shiumén y después, mientras Copahue terminaba su muschay, le vaticinó:
-Antes de que te vayas, quiero
decirte algo: sin duda llegarás a ser el más poderoso de los mapuches, pero eso
mismo te costará la vida.
Entonces Pirepillán levantó el cuero
y Copahue se fue, confundido, pensando en la gloria que llegaría, sin saber que
se había enamorado de la hija de la montaña, el hada de la nieve.
Poco tiempo después Copahue fue,
efectivamente, el cacique más rico y poderoso. Los negocios y las guerras lo
hicieron señor de todos los mapuches, desde el Domuyo al Lanín. Cuando entraba
en los valles al frente de su ejército, todo coraje y decisión, había muchos
que lo creían invencible, y se pasaban de su lado.
Pero Copahue, sobre todo después de las batallas, extrañaba a Pirepillán, que no era como ninguna de las mujeres que había querido. Y su recuerdo estaba siempre allí.
Un día oyó contar a un mapuche del
norte que el hada de la nieve estaba presa en la cumbre del volcán Domuyo, se
decía que un tigre feroz y un monstruoso cóndor de dos cabezas no dejaban que
nadie se le acercara. Con todo el estusiasmo que da el amor, se apuró a
preparar la expedición. Todos los machis desaprobaron la empresa y le dieron
sus razones a Copahue:
indudablemente todo era obra de un
hechizo, y para vencerlo era necesario un talismán especial, más valioso que el
oro, más fuerte que el poder.
Copahue se despidió de sus hombres
al pie del Domuyo y comenzó a subir solo. Copahue estuvo a punto de abismarse
muchas veces, arrastrado por un viento bramante, y aguantó los derrumbes
aferrado como podía a las rocas cubiertas de hielo. Ya cerca de la cumbre pensó
que la empresa era imposible , tenían razón sus consejeros, y por primera vez
se sintió vencido, solo, desesperado.
Las termas de Copahue. Ilustración: Pablo De Bella |
Entonces rogó a Nguenechen, no había
terminado su oración cuando vio el soñado resplandor brotando de una grieta. No
alcanzó a ver a Pirepillán porque un puma colorado, enorme y furioso, se le
abalanzó. Pero Copahue era rápido, y de un golpe tremendo de su lanza mandó al
animal montaña abajo.
-Por fin llegaste, Copahue-
dijo Pirepillán tendiéndole la mano. Copahue le retuvo y se agachó para
abrazarla, pero un cóndor arremetió contra ellos, tirando doblemente picotazas,
clavándoles la mirada fría de sus cuatro ojos. Entonces Copahue levantó su
pequeño cuchillo y de dos blandazos cercenó la cabeza del pájaro, que
suavemente acarició las rocas con sus alas inertes y cayó muerto a sus pies.
Ahora sí se abrazaron Copahue y
Pirepillán , y comenzaron a bajar juntos el volcán.
-Yo sé el camino - dijo
Peirepillán, y guió a su salvador por una pendiente accesible, empedrada de
oro.
Copahue no podía creer lo que veía:
-Era verdad !- gritaba- Es el famoso
tesoro del Domuyo!-
Y ya se agachaba a recoger las pepitas que iba
pisando.
-No subiste hasta acá por el oro- dijo deteniéndolo, seria, Pirepillán.
-No subiste hasta acá por el oro- dijo deteniéndolo, seria, Pirepillán.
El tesoro siempre fue de la montaña.
¿Quién sabe lo que podría ocurrirnos? Vamos, ya estamos juntos, no precisamos
más que eso .
Y Copahue se dejó llevar, dejando
atrás el camino reluciente.
Copahue condujo a Pirepillán con su
gente y vivieron muchos años como marido y mujer. Pero su pueblo nunca aceptó a
la extranjera, nunca quiso a la hija de la montaña, la que había alejado al
cacique de los suyos, la que se había llevado a Copahue más allá de la
Cordillera del Viento y lo había devuelto sin deseos de gloria, sin ánimos de
guerra. Y cuando los de Chillimapu los derrotaron y mataron a Copahue en una
batalla, el odio contra Pirepillán se desató.
Una noche la fueron a buscar hasta
su toldo, siempre nimbado de esa luz inexplicable. Se la llevaron a los
empujones y a los golpes, insultada, en medio del griterío y el humo de las
hogueras, hasta el extremo del valle, allí donde comienza la ladera. Condenada
a morir, mirando con horror las lanzas que pronto arremeterían contra ella,
Pirepillán llamó con todas sus fuerzas al muerto que una vez la había salvado:
- Copaaaahueeeeee! copaaaaa hueeee!
El grito pareció enfurecer todavía
más a los mapuches, que se apuraron a derribarla e hicieron brotar la sangre
transparente del hada de la nieve. Y en el lugar de su muerte, al pie de la
montaña, siguió corriendo para siempre su cuerpo deshecho en agua sanadora.
Fuentes:
-Fragmentos de Leyendas de
la Patagonia , Julia Saltzmann, Editorial Planeta.
-Interpatagonia.com
muy buena
ResponderEliminar