En Madrid dicen
“hacer” y en Lima “haser”. La diferencia es sutil. Y sin embargo, alrededor del
mundo, desde el Amazonas al Ártico, los pueblos indígenas y tribales lo dicen
de 4.000 maneras completamente distintas.
Tristemente, nadie
dice ni hace ya nada en eyak, una lengua del golfo de Alaska, cuyo último
hablante murió en 2008, o en la lengua bo de las islas Andamán, que murió junto
con Boa Senior en 2010, según descubrió Survival International. Cerca de 55.000
años de pensamientos e ideas, la historia colectiva de todo un pueblo, se
fueron con ella. Antes de morir había dicho: “No me entienden. ¿Qué puedo
hacer? Si no hablan conmigo ahora, ¿qué harán una vez me haya muerto? No
olviden nuestra lengua, aférrense a ella”.
La mayoría de las
lenguas tribales están desapareciendo más rápido de lo que se pueden registrar.
Los lingüistas del Instituto Lengua Viva para Lenguas en Peligro creen que, de
media, desaparece un idioma cada dos semanas. En 2100 más de la mitad de las
7.000 lenguas que se hablan en el planeta, muchas de ellas aún sin registrar,
podrían haber desaparecido. El ritmo de su declive es mayor incluso que el de
la extinción de especies, y aun así muy pocas lenguas tribales han sido
registradas.
Jóvenes bosquimanos, Namibia. © Mark Håkansson/Survival |
“Con la
expulsión de los pueblos indígenas y tribales de sus tierras y la obligación de
sus niños de abandonar sus comunidades para integrarse en sistemas educativos
que abandonan toda sabiduría tradicional; con las guerras, la urbanización, el
genocidio, las enfermedades, la usurpación de tierras por medios violentos y la
globalización que amenaza a estas personas con la extinción, las lenguas
tribales del mundo están muriendo. Y con la desaparición de las tribus y la
extinción de sus lenguas, algunas partes únicas de la sociedad humana se
convierten en meros recuerdos”, resume Stephen Corry, director de Survival
International, la organización que defiende los derechos de los pueblos
indígenas y tribales en todo el mundo.
En el oeste de Brasil, entre las enormes extensiones amarillas y
secas de los campos de soja del estado de Rondônia, donde se ve el humo en el
horizonte y el olor a madera quemándose siempre está en el aire, aún existen
pequeñas parcelas de selva exuberante e intacta. Aquí viven los cinco miembros
restantes del pueblo indígena, una vez próspero y aislado, de los akuntsus.
Su población comenzó a
disminuir con la construcción de una carretera principal a través de Rondônia
en 1970. Esto tuvo como consecuencia varias oleadas de ganaderos, madereros,
especuladores de la tierra y colonos que ocuparon el estado. Todos ellos
estaban hambrientos de tierras, a cualquier precio. Los ganaderos destruyeron
el hogar en la selva de los akuntsus, trataron de esconder esa destrucción, y
contrataron a pistoleros para asesinar a los habitantes. Los miembros que
sobrevivieron huyeron a la selva, donde permanecieron, traumatizados, hasta que
se estableció contacto con ellos a mediados de la década de los 90. Desde
entonces, los lingüistas han estado trabajando con este pueblo para lograr
entender su lengua, con la esperanza de que un día los akuntsus podrán no sólo
contar su trágica historia, sino también compartir los conocimientos que sus
palabras recogen.
Los últimos supervivientes akuntsu. Cuando mueran, este pueblo indígena se habrá extinguido. © Fiona Watson/Survival |
Más al norte, en el
estado de Maranhão, entre la selva ecuatorial de la Amazonia en el oeste y las
sabanas del este, viven los indígenas awás. Llaman a su tierra ancestral
Harakwá, o “el lugar que conocemos”. Pero en la actualidad los awás son la
tribu más amenazada de la Tierra. Durante las últimas cuatro décadas han
presenciado la destrucción de su hogar (más del 30% de uno de sus territorios
ha sido arrasado) y el asesinato de su pueblo a manos de los karaí, o no
indígenas. En 2012 Survival lanzó una campaña urgente para proteger las vidas y
las tierras de los awás, pero casi un año después la situación sigue siendo tan
grave que un juez federal de Brasil la ha descrito como un “verdadero
genocidio”. Y puesto que su existencia misma está en peligro, también lo está
su lengua.
El
destino de las lenguas indígenas es el mismo en todo el mundo. Antes de que los
europeos llegaran a América y Australia, en cada país se hablaban cientos de
lenguas complejas. Se piensa que cuando el capitán Cook llegó a Australia se
hablaban allí 1.000 lenguas distintas. Hoy se utilizan cotidianamente menos de
veinte; tanto la lengua yurok de California como el yawuru de Australia
Occidental no cuentan con más de un puñado de hablantes. Entre los indígenas
pies negros de las llanuras del noroeste de Norteamérica es extraño encontrar a
una persona de menos de veinte años que hable su lengua nativa, el siksika: la
mayoría de los hablantes son grupos menguantes de ancianos. Cuando las lenguas
se convierten en algo exclusivo de los ancianos, los sistemas de conocimiento
inherentes a ellas peligran. Para el resto del mundo, esto significa que modos
únicos de adaptarse al planeta y de responder de forma creativa a sus retos se
van a la tumba con sus últimos hablantes. En esta época de inseguridad
ecológica, esto supone una gran pérdida.
De hecho, a los
niños no se les habla en muchas de las lenguas indígenas del mundo. Impedir a
un pueblo indígena comunicarse en su propio idioma es desde hace mucho una
política adoptada por las autoridades dominantes para marginalizar sus modos de
vida. Entre las décadas de los años 50 y los años 80, las autoridades
soviéticas de Siberia intentaron suprimir las tradiciones de los pueblos
indígenas del país enviando a los niños indígenas a escuelas donde no les
enseñaban sus propias lenguas; a algunos niños incluso se los castigaba si se
atrevían a hablar en ellas.
Hombre piraha en el río al atardecer. © © Clive W. Dennis/Survival |
En Canadá, los niños
inuit tuvieron que abandonar sus hogares para ser enviados a internados, donde
recibían palizas si se comunicaban en su lengua materna. “No esperaba que me
pegasen en ese momento, pero lo hicieron”, dice George Gosnell, un hombe inuit.
“Fui al despacho del director y me pegaron por usar nuestras lenguas”. En las
comunidades innu de Canadá, aunque ahora se enseña un poco en innu-aimun, la
lengua innu, la mayoría de la enseñanza se imparte en inglés o francés. “Los
niños no nos entienden hoy en día cuando usamos viejas palabras innu”, contó un
hombre innu a un investigador de Survival International, “y no podemos
traducirlas, porque no los entendemos”.
La mayoría de las
lenguas indígenas, sin embargo, no se encuentran en los libros. Ni en Internet.
Ni, de hecho, en ninguna documentación, ya que la mayoría de ellas se han
transmitido de manera oral. Pero esto, por supuesto, no las hace menos válidas,
o relevantes. Las lenguas orales también graban su historia paralela. “La
verdadera historia de Australia nunca se lee”, escribió un poeta aborigen.
“Pero el hombre negro la guarda en su cabeza”, un pensamiento que encuentra
ecos en la simple afirmación de la mujer bosquimana Dicao Oma: “Tenemos nuestra
propia habla”.
De la misma forma, los
kallawayas de Bolivia, sanadores itinerantes de los que se cree fueron los
curanderos naturópatas de los reyes incas, y que aún viajan a través de los
valles andinos y las altas mesetas en busca de hierbas tradicionales, también
tienen su propia “habla”: una lengua familiar secreta que se ha pasado de padre
a hijo, de abuelo a nieto. Algunas personas creen que esta lengua, llamada
machaj juyai o “lengua del pueblo”, era el idioma secreto de los reyes incas, y
que está enlazado con las lenguas de la selva amazónica, a la que los
kallawayas solían viajar para encontrar materiales para sus tratamientos.
Mujer y niños yao. Frontera entre Tailandia y Laos, 1974. © Elaine Briere/Survival |
En la era de la
tecnología, hay alguna esperanza de revivir el kallawaya y otras lenguas que se
desvanecen en el mundo, a medida que la gente recurre a Internet como
herramienta para la revitalización idiomática. Un buen ejemplo es el quechua,
la lengua indígena más hablada en Sudamérica. Su lento declive se extiende en
el tiempo. Pero después de que Google lanzara un buscador en quechua y
Microsoft produjera versiones de Windows y Office está reviviendo. El estudioso
Demetrio Túpac Yupanqui ha traducido, incluso, el Quijote a quechua, su lengua
materna. Documentar y salvar lenguas antiguas es completamente posible, y de
hecho es más fácil con las nuevas tecnologías de la comunicación: mensajes de
texto, redes sociales y aplicaciones de iPhone.
En las islas Andamán,
donde vivía Boa Senior, la profesora de lingüística Anvita Abbi ha recopilado
el primer diccionario de cuatro lenguas tribales en peligro. “Las palabras son
las firmas culturales, arqueológicas y medioambientales de una comunidad”,
explica. También se ha manifestado en contra de la Andaman Trunk Road, la
carretera ilegal que atraviesa la reserva de los indígenas jarawas, y ha
advertido de que estos se enfrentan a un destino similar al de Boa Senior a
menos que se cierre la carretera . “A no ser que se abran rutas marítimas
alternativas, no podremos proteger la vida, la cultura, la lengua y la
identidad de una de las civilizaciones más antiguas de la tierra”. La campaña
de Survival para poner fin a la práctica de los “safaris humanos” en las islas
Andamán de la India logró recientemente una importante victoria, después de que
el Tribunal Supremo prohibiera a los turistas viajar por la carretera que
atraviesa la reserva de los jarawas.
Al fin y al cabo, la
muerte de las lenguas indígenas no es importante sólo para la identidad de sus
hablantes (como dijo el lingüista Noam Chomsky, una lengua es “un espejo de la
mente”), sino también para todos nosotros, para nuestra humanidad compartida.
Las lenguas indígenas son lenguas de la tierra, llenas de información
geográfica, ecológica y climática compleja que, aunque está basada en el ámbito
local, es universalmente significativa. Por ejemplo, el hecho de que los inuits
de Canadá no tengan solo una palabra para “nieve”, sino muchas, demuestra cuán
en sintonía están con su medio ambiente, y por tanto con los posibles cambios
en él. Una habilidad que, probablemente, hayan perdido muchas personas
“urbanizadas”, por su alejamiento del mundo natural.
Pero las lenguas
también nos permiten conocer cuestiones espirituales y sociales, ideas sobre lo
que es ser humano, sobre la vida, el amor y la muerte. Del mismo modo que las
curas a las enfermedades de la humanidad esperan ser encontradas en las plantas
de la selva, las lenguas indígenas también contienen muchas ideas, percepciones
y soluciones sobre y para la interacción entre los seres humanos y con el mundo
natural. Las lenguas son mucho más que meras palabras: son lo que sabemos, y lo
que sabemos que somos.
“Dicen que nuestra
lengua es simple, que debemos abandonar nuestra simple lengua para hablar la
vuestra”, escribió el inuit Simon Anaviapik. “Pero esta lengua mía, tuya, es lo
que somos y lo que hemos sido. Es el lugar donde encontramos nuestras
historias, nuestras vidas, nuestros ancestros; y también debería ser el lugar
donde encontrar nuestro futuro”.
Fuente:
Survival
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