A propósito del 12 de octubre.
Por Margot Bremer.
Los albores de la resistencia indígena comenzó con la invasión
del territorio y de la subyugación de su población por hombres aventureros
(conquistadores), procedentes de otro Continente. Desde entonces surgió una
convivencia no-pacífica en estas tierras entre dominadores y dominados en la
cual violentamente se habían tergiversado los roles: los extranjeros se
hicieron dueños de estas tierras y los habitantes originarios vivían como
extranjeros en su propia tierra hasta hoy de lo poco que queda de la población
originaria.
Aquí queremos enfocar la resistencia de la mujer guaraní como
símbolo del pueblo indígena y raíz del futuro pueblo paraguayo. Las mujeres
guaraníes, antes de ser rebajadas a “hembra” por la visión del conquistador,
han sido siempre parte importante de su comunidad y elemento
imprescindible en el sistema social.
En las primeras crónicas, ella aparece como recolectora de
frutos silvestres y sembradora, cultivadora y cosechadora de los productos de
la chacra; ella era la que buscaba el agua, la que cocinaba, hilaba, teñía y
tejía; la que preparaba la chicha sagrada y marcaba con su tacuara el ritmo en
la danza ritual; la que cuidaba el fuego y educaba a los hijos.
Sin embargo, con la conquista, muchas de estas mujeres fueron
arrancadas de sus hogares, de su cultura y de sus roles y funciones en la
comunidad. El encuentro entre la mujer guaraní y el varón español, entre
dominador y dominada, fue nada menos que romántico e idílico, sino
solamente atropello y violencia hacia ella y, con ella a todo su pueblo.
Grabado de Ulrico Schmidl |
Al principio, Martínez de Irala y sus 400 españoles recibieron
de buena manera a 700 mujeres “de servicio” para hacer alianzas. Sus familiares
varones, los “cuñados”, también les prestaron servicio en son de amistad
y reciprocidad, lo que muy pronto se transformó en “abuso y en la opresión”.
Esto demuestra una orden de Irala ordenó a sus soldados de “tomar a las mujeres
y a las hijas de los indios y que las robasen y las trajesen para ellos”.
Informes atestiguan que estas órdenes fueron cumplidas en forma de
“rancheadas”; pues los oficiales reales iban “a los ranchos de los naturales a
tomar sus haciendas y los hacían venir a palos a trabajar y servirse de
ellos y tomaron a sus mujeres e hijas por la fuerza en contra de su
voluntad…”. De estas mujeres, cuyos nombres la historia ha olvidado, nacieron
los mestizos. Sin embargo, queda registrada una larga lista con nombres de
mujeres españolas y mestizas que no hicieron ninguna historia.
Las mujeres indias fueron consideradas por los españoles nada
más que “piezas” de trabajo: criada, amante, brazo agrícola y procreadora, como
simple valor económico que se podía comprar, vender, trocar o adquirir en un
juego de naipes: “habrá en la ciudad de Asunción de 20 y hasta 30 mil indias
que se contratan por puercos y ganados, y otras cosas menores, de las cuales se
sirven para las labores del campo”, así rezaban las Ordenanzas para el buen
Gobierno en el Rio de la Plata.
Frente a la opresión física, sicológica, psíquica y sexual, la
mujer guaraní reaccionaba con resistencia: la forma más drástica fue el
suicidio, pero también métodos anticonceptivos y abortivos de embarazos por
violación de los opresores españoles y hasta infanticidios. Estas mujeres
guaraníes antes reconocidas por su propio pueblo como portadoras “de una
relación especial con la vida”, ahora tenían que recurrir a una respuesta
desesperada en contra de su propia identidad femenina para evitar el
destino de muerte de la cultura guaraní en el hijo que esperaban. Bartomeu
Meliá sintetiza esta acción trágica con la siguiente palabra: “Esas mujeres,
por no dar vida a la muerte, daban muerte a la vida”.
Fragmento del artículo Margot Bremer, de la revista Acción
Número 314
Fuente: Revista E’a
esto forma parte de nuestro ADN
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