Un espacio destinado a fomentar la investigación, la valoración, el conocimiento y la difusión de la cultura e historia de la milenaria Nación Guaraní y de los Pueblos Originarios.

Nuestras culturas originarias guardan una gran sabiduría. Ellos saben del vivir en armonía con la naturaleza y han aprendido a conocer sus secretos y utilizarlos en beneficio de todos. Algunos los ven como si fueran pasado sin comprender que sin ellos es imposible el futuro.

miércoles, 1 de octubre de 2025

Karai Octubre - 1ro de Octubre



“¿Ya preparaste el Jopara? Porque si no… chaque el chicote Karai Octubre…”
Bajo el cielo encapotado de octubre, cuando el viento sopla con olor a tierra y a hojas secas, aparece él: Karai Octubre, el viejo andariego de los esteros, de sombrero ancho y mirada severa. Sus pasos son lentos, pero su presencia pesa como trueno en la siesta. Lleva al hombro su bolsa enorme, de donde dicen caen las miserias si el guiso no está servido.
El monte se queda en silencio cuando asoma. Los perros aúllan bajito, los gallos callan, y hasta las brasas parecen agitarse con temor. En el patio de las taperas, el fuego se enciende con apuro, porque todos saben lo que viene:
“Ya preparaste el Jopara?” pregunta con voz grave, como eco de los ancestros guaraníes.
El vapor del gran perol se eleva al cielo, mezclando maíz, mandioca, porotos, zapallo y carne. El aroma es ofrenda y defensa. Porque si Karai Octubre no encuentra el guiso hirviendo, chaquea su chicote, largo como la memoria del pueblo, y con cada latigazo suelta hambre y escasez para todo el año.
Los niños miran escondidos tras las polleras, con los ojos como brasitas encendidas. Los viejos murmuran rezos, y las mujeres revuelven el guiso con fe, porque en esa olla se juega el destino de la casa.
Karai Octubre se acerca, hunde su cuchara de palo en el Jopara y prueba. El tiempo se detiene. El monte no respira.
Si sonríe, la cosecha será abundante y la mesa nunca estará vacía.
Si frunce el ceño, el hambre rondará como sombra maldita.
Esa es la ley del viejo andariego: el guiso une a la familia, alimenta la fe y ahuyenta la pobreza.
Y todavía, en las noches frescas de octubre, si el viento trae olor a leña y maíz hervido, se escucha un murmullo lejano entre los esteros “¿Ya preparaste el Jopara? Porque si no… chaque el chicote Karai Octubre…”

Guardianes del Templo Maya


Entre las piedras sagradas de las antiguas ciudades mayas, aún parece haber presencias que vigilan en silencio. Son los guardianes del templo, espíritus tallados en mascarones, en estelas y en relieves que cuentan historias de poder y de fe.

Miradas eternas
En cada templo, los mayas colocaban figuras de dioses, guerreros y animales sagrados: jaguares que representaban la fuerza nocturna, serpientes emplumadas que unían cielo y tierra, y rostros de ancestros que parecían observar cada ritual.

Protección y equilibrio
Los guardianes no eran simples adornos: eran símbolos vivos que resguardaban el templo contra el caos. Sus formas evocaban la dualidad del universo: luz y oscuridad, vida y muerte, orden y destrucción. Estaban ahí para recordar a todos que la armonía dependía del respeto a lo divino.

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 El eco de lo sagrado
Hoy, aunque muchos templos estén en ruinas y cubiertos por la selva, los guardianes permanecen. Sus rostros erosionados siguen transmitiendo la sensación de que el tiempo no los derrotó. Caminando entre ellos, uno puede sentir que esas miradas aún custodian los secretos del cosmos maya.

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Porque los mayas entendían algo profundo: un templo no se sostiene solo con piedra, sino con la fuerza invisible de quienes lo guardan.

Fuente: Historias y Enigmas