El 12 de octubre de 1492 no fue el “descubrimiento de América”, sino el inicio de un proceso de invasión, conquista y colonización que trajo consigo la avaricia, el autoritarismo y las bases de un capitalismo desmedido. A partir de entonces se desató el primer gran etnocidio en este continente, marcado por la violencia, el saqueo y la dominación absoluta sobre los Pueblos que habitaban, y habitan, estas tierras desde tiempos ancestrales.
Por eso, el 11 de octubre se conmemora como el último día de libertad de los Pueblos Indígenas, antes de que comenzaran siglos de atropellos que todavía hoy encuentran nuevas formas de continuidad.
Desde 1492 se instaló un sistema de racismo colonial que no solo impuso jerarquías entre pueblos y culturas, sino que también dividió al mundo entre centros de poder y periferias sometidas. Ese racismo continúa hasta hoy. Por eso, hablar de “diversidad cultural” sin reconocer esta realidad es una forma de encubrir lo que pasó y lo que aún pasa.
La diversidad existe, pero muchas veces está velada, marginada y oprimida, sin el verdadero reconocimiento de la preexistencia de los Pueblos Indígenas, la visibilización de sus luchas y el cumplimiento de sus derechos.
La colonización que comenzó en 1492 no terminó. Se prolonga en cada acción que niega el derecho de los Pueblos Indígenas a sus tierras ancestrales, en cada escuela que invisibiliza sus lenguas y culturas, en cada política que margina sus voces, en cada despojo que rompe la relación con sus territorios.
Por eso, hablar del último día de libertad no es solo recordar el pasado, sino entender que las cadenas coloniales siguen afectando el presente.
La Argentina es un país pluriétnico y multicultural. Aceptarlo es una deuda histórica.
Los Pueblos Indígenas no solo preexisten. Existen, resisten y tienen derechos, aunque esos derechos todavía deban volver a recordarse cada día frente a las herencias coloniales que buscan limitarlos.
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