Hace 533 años los pueblos de Abya Yala se enfrentaron por primera vez con aquellos que venían del otro lado de las Grandes Aguas.
El continente albergaba a unos cien millones de personas con todas las formas de vida imaginables, con complejas cosmovisiones y un bagaje de conocimientos admirables. Habían conformado sociedades sedentarias que vivían en armonía con su entorno, cultivando intensamente la tierra -que para ellos era transformar el caos en cosmos- y sostenidas por una organización social que aglutinaba a miles de individuos, en verdaderas “economías de amparo”. Algunas de sus ciudades eran las más grandes del mundo, con templos, fortalezas, santuarios y redes viales de una arquitectura notable.
En otros casos, bajo el cielo abierto de las llanuras infinitas o en el interior de las selvas más grandes del planeta, grupos de cazadores, recolectores y pescadores recorrían sin cesar los caminos no solo en la búsqueda del alimento cotidiano sino con el propósito existencial de sentirse libres, livianos, móviles, sin estar fijados a ninguna parte.
Eran hijos de la Tierra pero también del Cielo, con una muy fuerte conexión con el Arriba y el Abajo en la cual hombres y mujeres (siempre la omnipresente dualidad) hacían las veces de eje, encargados de mantener esa unión indisoluble.
Hubo entre ellos astrónomos y matemáticos que inventaron el cero y midieron el tiempo en una escala cósmica de miles y miles de años, en asombrosos calendarios. Casi todos comerciaron entre sí, entablándose en algunas regiones un espacio de todos, el espacio del intercambio, la reciprocidad y el encuentro cotidiano. En otros lugares, el encuentro no fue pacífico sino a través de la guerra cruel que en ocasiones constituyó casi un ideal de vida.
Todos invocaron a los dioses, a los espíritus de la naturaleza y a todo lo misterioso que albergaba el Mundo Invisible; rogaron a los dueños de los animales, de los ríos, de las lagunas, de las montañas; pidieron consejo a los ancianos, siguieron a sus líderes y se curaron con sus médicos. Honraron a sus muertos y respetaron a los mayores y los niños. Enseñaron a sus hijos los secretos de la comunidad, transmitidas de generación en generación por el poder único de la palabra. Jugaron. Amaron. Odiaron. Soñaron. Fueron en algunos casos solidarios y dignos; en otros, mezquinos y violentos.
El futuro, como toda experiencia humana todavía desconocida, era impredecible. Por eso confiaban en el tiempo y espacio sagrado y circular que todo lo renovaba, a través de la fuerza de las ceremonias y la celebración de rituales. Los pueblos originarios vivían una vida plena y con cada salida del Sol, la vida comunitaria volvía a ser posible y el destino colectivo un proyecto por el cual valía la pena ser un hombre y una mujer de este lugar del mundo. En cada amanecer, los pueblos originarios rendían culto al Sol, generador de la vida, la luz, el calor y la energía.
Pero un día el Sol se detuvo. Y todos quedaron inmóviles. En algunas regiones los vieron; en otras, más al interior del continente, los presintieron: habían llegado otros hombres, de otras tierras, desde muy lejos. Habían venido hasta ellos. Eran extraños y traían artefactos desconocidos. Algunos transportaban la muerte. Otros simbolizaban dioses; hasta traían animales jamás vistos. Hablaban otra lengua. Tenían otro color de piel. Y otras vestimentas. Y otra forma de caminar. Venían desde más allá de las Aguas Interminables. De otro mundo. Y continuaban viniendo. Habían llegado hasta ellos, irremediablemente, a quedarse para siempre.
Cuando el Sol detuvo su viaje, la señal fue clara: otro Ciclo había llegado a su fin, dando lugar esta vez, a un largo período de oscuridad.
La llegada de los extraños desde el otro lado de las Grandes Aguas provocó el aniquilamiento de buena parte del mundo indígena americano. Los conquistadores interrumpieron abruptamente la vida de estos pueblos que se vieron arrojados a la sinrazón del exterminio y sus sobrevivientes obligados a adaptarse a una realidad diametralmente opuesta a la que vivían.
Desde entonces, la resistencia; la lucha por ser ellos mismos en las nuevas sociedades; la defensa de sus cosmovisiones y la reivindicación de sus territorios perdidos signaron el camino y su destino como pueblos...
DIADELRESPETO
PuebloOriginario
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