Un espacio destinado a fomentar la investigación, la valoración, el conocimiento y la difusión de la cultura e historia de la milenaria Nación Guaraní y de los Pueblos Originarios.

Nuestras culturas originarias guardan una gran sabiduría. Ellos saben del vivir en armonía con la naturaleza y han aprendido a conocer sus secretos y utilizarlos en beneficio de todos. Algunos los ven como si fueran pasado sin comprender que sin ellos es imposible el futuro.

sábado, 10 de mayo de 2025

El excelso arte de Marisol Gorgues





“Luces del Monte”
Óleo sobre bastidor de 50x70 cm.
Celia, la hermosa modelo, es miembro de la comunidad guaraní Mbororé, de Iguazú.
Los guaraníes tenían la gran capacidad de explicar, desde su cosmovisión, distintos fenómenos a través de leyendas, y una de ellas es la de los isondúes o “bichitos de luz”.
La historia dice que en la creación del mundo, el Dios supremo de los guaraníes, Tupá, creó los primeros hombres. Durante el día, los hombres disfrutaban de los placeres de la naturaleza y recorrían los valles, comían frutos y se bañaban en los arroyos. Pero cuando el sol se retiraba, el mundo se hundía en la oscuridad. Los hombres se refugiaban de los peligros que los acechaban, sobre todo de Añá, el espíritu del mal.
Por esto, Tupá les dio el fuego para que los calentara y protegiera. Los hombres estaban felices y por las noches armaban fogatas para reunirse y compartir.
Una noche, Añá rondaba por allí y escuchó un alboroto. Al acercarse, encontró al grupo de hombres reunidos alrededor del fuego. Añá enfureció y su corazón se llenó de envidia, ya que esperaba encontrarlos sufriendo el frío de la noche y profesando temor. Así, se transformó en ráfagas de viento y sopló contra las fogatas, con la intención de apagar el fuego para siempre. Las chispas volaban por todos lados y Añá las perseguía soplando para no dejar ni un rastro de fuego.
Los hombres, espantados, buscaron refugio mientras miraban como su preciado fuego era extinguido. Pero Tupá, quien había visto todo, decidió engañar a Añá: convirtió las chispas en insectos alados que prendían y apagaban su propia luz a medida que volaban. Los llamó Isondúes.
Añá, sin notar el cambio, continúo persiguiendo a los Isondúes, soplando con furia para apagarlos, pero los Isondúes se multiplicaron y se dispersaron por toda la tierra. Añá fue detrás de los insectos, y dejó en paz a los hombres. Finalmente, Tupá enseñó a los hombres a reavivar el fuego y todos recuperaron la alegría y la tranquilidad.
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