Al año de triunfos y de expansión que siguió a mayo de 1810, sucedió en 1812 un período crítico, con la guerra en dos frentes, en el norte y en la Banda Oriental, sin mandos experimentados, sin ejércitos organizados, sin armamentos ni recursos. A comienzos de 1812, Manuel Belgrano fue designado al frente del Ejército del Norte, en reemplazo de Pueyrredón. Hacia fines de junio, en retirada, el ejército revolucionario evacuó Salta y Jujuy, cuando tuvo lugar el denominado “éxodo jujeño”. Instalado en Tucumán, Belgrano disponía de no más de mil seiscientos hombres, mientras el ejército realista bajaba ganando posiciones. Luego de un efímero triunfo en Las Piedras, a comienzos de septiembre, se produjo el espectacular triunfo en Tucumán, en el Campo de las Carreras. Alentado por los reclamos de la población tucumana, Belgrano decidió desobedecer las órdenes impartidas desde Buenos Aires y mantuvo posición, esperando la batalla. Luego de la importante victoria, en la que también se destacó Manuel Dorrego, Belgrano se dedicó a instruir y armar a sus tropas, esta vez con la renuencia del recién constituido II Triunvirato, y avanzó hacia Salta, donde también derrotó a los realistas, ya en febrero de 1813, retomando el control de la región. Entonces, la Asamblea Constituyente premió a jefes y soldados y obsequió a Belgrano un sable con guarnición de oro y cuarenta mil pesos señalados en valor de fincas fiscales. Pero Belgrano respondió con abnegación y desinterés: el dinero –creía- degradaba la virtud y el talento entregado en defensa de la revolución.
Fuente: Abad de Santillán, Historia Argentina, Tipográfica Editora Argentina, Buenos Aires, 1981, Tomo I, pág. 471.
«Pero cuando considero que estos servicios en tanto deben merecer el aprecio de la nación en cuanto sean de una virtud y frutos de mis cortos conocimientos dedicados al desempeño de mis deberes, y que ni la virtud ni los talentos tienen precio, ni pueden compensarse con dineros sin degradarlos; cuando reflexiono que nada hay más despreciable para el hombre de bien, para el verdadero patriota que merece la confianza de sus conciudadanos en el manejo de los negocios públicos que el dinero o las riquezas, que estos son un escollo de la virtud que no llega a despreciarlas y que adjudicarlas en premio, no solo son capaces de excitar la avaricia de los demás, haciendo que por general objeto de sus acciones subroguen el bienestar particular al interés público, sino que también parecen dirigidas a lisonjear una pasión seguramente abominable en el agraciado…; he creído de mi honor y de los deseos que me inflaman por la prosperidad de la patria, destinar los expresados cuarenta mil pesos para la dotación de cuatro escuelas públicas de primeras letras…»
Manuel Belgrano
Fuente: Felipe Pigna - El Historiador
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