Un espacio destinado a fomentar la investigación, la valoración, el conocimiento y la difusión de la cultura e historia de la milenaria Nación Guaraní y de los Pueblos Originarios.

Nuestras culturas originarias guardan una gran sabiduría. Ellos saben del vivir en armonía con la naturaleza y han aprendido a conocer sus secretos y utilizarlos en beneficio de todos. Algunos los ven como si fueran pasado sin comprender que sin ellos es imposible el futuro.

sábado, 17 de octubre de 2020

La leyenda guaraní del timbó



¿Conocés el triste motivo por el cual al timbó le dicen “oreja negra”?

El timbó es ese árbol que todos crecimos viendo mientras jugábamos. Y el pueblo guaraní le puso un curioso apodo que contiene una trágica leyenda.

Grande, majestuoso y famoso por su resistente madera. El timbó es una especie que se encuentra enraizada en distintos puntos de la Argentina. Uno de ellos es la provincia de Misiones, donde es considerado uno de los gigantes de la selva. De hecho, los guaraníes lo utilizaban para construir sus canoas. Y, gracias al fruto que produce de color negro, es que lo llamaron Kamba Nambi, lo cual significa "oreja negra". A partir de eso, comenzaron a explicar su origen mediante la historia de una familia quebrada y el sufrimiento agonizante de un papá.

El incondicional amor de padre e hija

Según cuenta el relato, hace mucho tiempo vivía en pleno corazón de la selva un poderoso cacique llamado Saguáa. Este tenía una hija de nombre Takuarée, a la que amaba incansablemente y que destacaba por su imponente belleza. El hombre estaba pendiente de la muchacha día y noche, al punto de que satisfacía todos sus deseos de forma complaciente.

Aunque todo cambió cuando llegó a la aldea un apuesto guerrero que pertenecía a una tribu muy lejana. Allí, la joven se enamoró perdidamente y tomó una drástica decisión: emprender una aventura juntos y abandonar a su padre. Lo hizo por sentirse incapaz de enfrentar el daño que podía causarle a aquel. Por lo que, con su amado, decidieron que partirían al nuevo destino sin avisarle.

Cuando Saguáa advirtió la ausencia de la muchacha se hundió en la más tremenda desesperación. Corría de un sitio a otro llamándola, sin poder aceptar lo que estaba sucediendo. Hasta que en el pico de la angustia se lanzó a los peligros de la selva en su búsqueda. Todo lo que quería era encontrar algún rastro que le permitiera localizar a su querida hija. Paralelamente, tuvo que luchar contra quienes intentaban disuadirlo de hacerlo. Sin embargo, el sufrimiento le impedía oír las recomendaciones del afuera.

Inclusive, hubo integrantes de su tribu que hicieron un enorme esfuerzo por frenarlo y lo interceptaron para que no avanzara. Pero él los apartó del camino con violencia y exasperación. De esa manera, se hundió en la vegetación del lugar mientras pronunciaba sin parar el nombre de Takuarée. Si bien las zarzas lo herían a cada paso que daba, el nativo seguía adelante. Es como si se hubiese vuelto inmune al dolor. Tal vez, uno de los motivos es que cualquier mal le parecía pequeño en comparación a su gran pérdida.


Los anhelos se convirtieron en tragedia

En medio del desvarío, el hombre creía escuchar los pasos de su hija. Por eso, se tiraba al suelo constantemente y ponía la oreja bien pegada a la tierra. Con la respiración en suspenso, escuchaba lo que pasaba debajo. Es que solo intentaba descubrir de dónde provenía ese sonido que le generaba esperanzas. No obstante, se le dificultaba percibir siquiera algo, así que continuó adentrándose en los matorrales y repitiendo la secuencia.

Hasta que el cansancio lo llevó a la muerte y lo dejó tendido en el piso. Se fue de este mundo con la cabeza clavada en el pastizal húmedo por el rocío y sus lágrimas de agonía. El cadáver fue encontrado por sus hombres después de transcurrido largo tiempo. En aquel momento, quisieron cargarlo para rendirle homenajes, rituales y enterrarlo entre los suyos.

Pero al levantar el cuerpo advirtieron con gran sorpresa que la oreja del costado sobre el cual yacía estaba adherida a la tierra. Fue así que comprendieron que la única solución posible era cortársela. Y al hacerlo, quedaron maravillados por lo que pasó. La oreja de Saguáa había echado raíces y se convirtió en un histórico árbol al que hoy conocemos como timbó.

Fuente: Ser Argentino - 16 de Otubre de 2020 

No hay comentarios:

Publicar un comentario