Los pueblos indígenas son nuestros contemporáneos. No son primitivos. Cuentan con tecnologías, leyes, lenguas, educación, religiones, cosmovisiones y estructuras sociales, políticas y económicas. Tienen el conocimiento sobre la biodiversidad, saben dónde, cómo y cuándo encontrar —sin arrasar con la naturaleza— plantas, animalitos e insectos que contienen los principios activos de las medicinas que ahora usan las sociedades occidentales. Han aportado a la civilización algunos de los principales alimentos básicos de miles de millones de personas, como el tomate, el maíz, el ají o las papas. De diversas maneras contribuyeron y contribuyen a hacer del mundo un lugar mejor. Son extraordinariamente diversos y de ellos la civilización contemporánea tiene mucho que aprender: comprenden el mundo natural y son expertos cuidadores del planeta con todas las vidas incluidas.
Por ello, el mundo necesita de los pueblos indígenas y estos, si no son protegidos (por organizaciones de la sociedad o por el Estado), son arrasados —mediante leyes, armas y topadoras— por los filibusteros contemporáneos en permanente acecho de variados recursos naturales rápidamente convertibles en dinero: maderas, tierras para cultivar commodities, minerales, petróleo y lugares exóticos para la recreación. Estas políticas de “desarrollo”, basadas en un enfoque extractivista, avasallan los sistemas económicos tradicionales de los pueblos indígenas, lo que lleva a un despojo sistemático y al desconocimiento de sus territorios y derechos.
Cada vez que un pueblo indígena deja de existir y su lengua muere, una forma de vida y una manera de ver el mundo desaparece para siempre. Expertos internacionales en lenguas estiman que una lengua indígena muere cada dos semanas. De las 6.000 lenguas registradas en el mundo, 5.000 son indígenas y la mayoría de las que están en peligro de extinción son indígenas. Una lengua sólo está viva si su gente está viva; por ello, el presente y futuro de los pueblos aborígenes y sus descendientes depende estrechamente de la forma en que respetemos su derecho a elegir el modo de vida.
Actualmente, en la Argentina, hay más de 48 pueblos indígenas y 40 idiomas, de los cuales 13 tienen hablantes activos, diez están en proceso de revitalización, ocho registran hablantes o entendedores de la lengua y nueve no registran hablantes en la actualidad. Esto se ha registrado en el Atlas de Lenguas Originarias de Argentina recientemente actualizado por sus realizadores del Centro Universitario de Idiomas (CUI). “El mapa de las lenguas originarias fue confeccionado y lanzado por primera vez en 2019 por el CUI después del Congreso Nacional de la Lengua hecho en el Centro. Fue un trabajo del equipo del Programa de Lenguas Originarias. El principal objetivo tanto de este programa como el del mapa es el de visibilizar, de traer a la luz, a la vista y al conocimiento la existencia de los pueblos originarios, la existencia pasada y presente de los pueblos originarios, pero sobre todo presente”. Es un atlas participativo, en permanente construcción por parte de los descendientes de pueblos originarios en el marco del programa. Puede visualizarse a continuación, junto a las instrucciones para todo público y para su óptimo aprovechamiento:
En el siglo XXI, los pueblos indígenas paulatinamente se posicionan en todo el mundo como actores relevantes ante el cambio climático. Esto se debe a tres principales factores: en primer lugar, son uno de los grupos más vulnerables ante este fenómeno debido a la interdependencia con sus territorios y las dinámicas de inequidad forjadas desde la época colonial. En segundo lugar, los territorios indígenas acogen el 80% de la biodiversidad existente en el planeta. Debido a esto, sus conocimientos y técnicas ecológicas son progresivamente reconocidos en los debates internacionales sobre conservación, mitigación y adaptación. Tercero, y más importante, el reconocimiento de los pueblos indígenas en los debates climáticos se debe a la lucha del movimiento indígena internacional por sus derechos. Superando una histórica exclusión, los dirigentes indígenas han exigido participación en las conferencias climáticas desde la década de 1970, abriéndose paso ante la Convención Marco de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático. En el año 2008 conformaron el Foro Internacional de Pueblos Indígenas sobre Cambio Climático (FIPICC), el cual les permite participar articuladamente en las reuniones internacionales. Gracias a esto, la convención ha llamado a considerar a los pueblos indígenas en la toma de decisiones y ha reconocido sus aportes a las contribuciones determinadas a nivel nacional.
Sin embargo, la consideración de los pueblos indígenas en la política climática de los Estados continúa siendo mínima. La gobernanza climática reproduce la marginación y reduce sus conocimientos a “buenas prácticas”, es decir, herramientas que sirven a las agendas hegemónicas. Además, los pueblos indígenas suelen ser representados como víctimas del cambio climático y no como agentes. Por lo tanto, son posicionados como objeto de políticas públicas que omiten las dinámicas de colonialidad y marginación que determinan su vulnerabilidad.
Los conocimientos especializados y los aprendizajes de los pueblos indígenas, desarrollados y transmitidos por siglos de generación en generación, funcionan en una escala espacial y temporal mucho más fina que la ciencia e incluyen la comprensión de cómo responder y adaptarse a la variabilidad ambiental contemporánea. Los conocimientos tradicionales se extienden a todos los ámbitos de la actividad humana y, actualmente, se reconoce internacionalmente cada vez más su función para predecir los cambios climáticos; asimismo, ellos hacen a la sostenibilidad, resiliencia y mitigación de las inevitables consecuencias de esos cambios. Por ello, la relación de la sociedad occidental con los pueblos indígenas para beneficiarse de sus conocimientos, respetando su visión global y garantizando la sostenibilidad de su modo de vida, debería ocupar un lugar central en las respuestas mundiales al cambio climático.
En la actualidad, a nivel global es infinitesimal el reconocimiento efectivo dado a los pueblos indígenas y en consecuencia estos están siendo velozmente diezmados —mientras ello se refleja en sus lenguas, mayormente en extinción—.
Últimamente en el país ha habido numerosas iniciativas públicas, abandonadas en 2024, para propiciar la participación de representantes de esos pueblos en los asuntos que les conciernen directamente y en esa dirección se avanzó en reuniones público-privadas en las distintas regiones del país.
La sociedad civil en la Argentina, a través de varias organizaciones privadas, se ocupa de los pueblos indígenas de manera variada. En lo que va de este siglo, numerosos grupos de jóvenes se han interesado fuertemente por la temática, incluyendo profundos involucramientos de positivo efecto. De aquí en más será necesario —para que los retrocesos estatales no los dejen desvalidos— que la sociedad civil continúe intensificando esas actividades relacionadas también con temáticas sociales y ambientales, para que los pueblos indígenas puedan sobrevivir y sigan aportando al país su cultura, cosmovisión y conocimientos enraizados en la Pachamama (Madre Tierra) por una humanidad con presente y futuro.
Escrito por Horacio Feinstein
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