En los tiempos antiguos no existían las estaciones siempre era primavera y los primeros habitantes vivían felices, agradeciendo constantemente al dios del Bien las abundantes cosechas.
Mientras tanto el dios del Mal, que vivía en la oscuridad de la noche eterna, sentía crecer su rencor hacia los pobladores de la Tierra que nunca se acordaban de él, hasta que, por venganza decidió enviarle un castigo: creo el invierno, condenando así a los pobladores a vivir en el frio y en la oscuridad, sin el amparo del calor del dios del Bien.
Los pobladores no perdieron tiempo y enviaron sus representantes a suplicar la ayuda del dios del Bien.
“Ayúdanos, te lo rogamos, siempre te hemos alabados por todos tus dones y ahora estamos a punto de morir de hambre y de frío” – le suplicaron los representantes de los pobladores, al que el dios del Bien conmovido, colmó la tierra con su calor y convirtió a los representantes en flores de algodón que esparcieron sus semillas en la Tierra. Las semillas brotaron rápidamente y las plantas florecieron revelando los blancos copos de algodón. Los pobladores entonces fabricaron los telares y aprendieron a tejer el algodón para abrigarse en los inviernos que seguirían y esta fue la derrota del dios del Mal que enfurecido, hizo su último intento en contra de los pobladores, transformándose en la oruga rosada que ataca las cosechas de algodón.
Fuente: Mitos Indígenas de América
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